Mundo Cristiano
El periodista Lluis Amiguet aprovecha una entrevista a Eva Herman, también periodista y presentadora de televisión en Alemania, para hurgar en un asunto que se ha convertido, casi, en un tópico: el de cómo conciliar el trabajo de la mujer en el hogar, y en una profesión. Obviamente, en una profesión que no sea la de ama de casa.
Es un tema que ya me aburre un poco porque en mi casa no se habla de otra cosa. O mejor dicho, no se vive otra cosa, ya que todas mis hijas tienen ese problema, puesto que son madres de familia, al tiempo que brillantes profesionales, y no se cansan de discurrir sobre los esfuerzos que tienen que hacer para guardar ese difícil equilibrio.
Por ejemplo, una de mis hijas, profesora por oposición, acaba de conseguir una plaza docente en un colegio que tiene jornada continua de 9 a 2, y cuando se enteró dio más saltos de alegría que si le hubiera tocado la Primitiva. "¿Te lo imaginas, papá? me decía loca de gozo ¡A las dos, en casa para poder ocuparme de mis hijos! (tiene tres) ¡No me lo puedo creer!".
Desde la perspectiva de mi edad senatorial me ha tocado vivir un cambio vertiginoso en esta materia, en un par de generaciones. Pertenezco a una familia de nueve hermanos y, obviamente, mi madre bastante tenía con ocuparse de nosotros. A su vez hemos tenido nueve hijos, y mi mujer también ha tenido bastante con sacarlos adelante.
Justo si le ha quedado tiempo para cumplir su función de asesora literaria mía, y ahora, en la madurez de su vida, conseguir algo de tiempo para poder jugar al golf, no por su gusto, sino por prescripción facultativa para combatir la osteoporosis inevitable después de tantos embarazos. Al menos eso dice ella.
Pero a mis hijas, y a todas las de su generación, no se les pasa por mientes lo de no trabajar fuera de casa, lo cual no sé si es bueno o malo, pero lo que sí sé es que es un lío al que algún día habrá que poner remedio.
De momento, el remedio que ha puesto Eva Herman, la presentadora a la que me refería al principio, no deja de ser curioso y por eso lo traigo a estas líneas. Me encanta la gente que se arrepiente de algo y lo confiesa. Por eso me encanta Eva Herman, joven, rubia, guapa y famosa, que se arrepiente de haberse dejado engañar como una tonta, y haber retardado el ser madre en mor de su profesión periodística.
Cuenta que por medrar en su oficio renunció, durante años, a la parte más importante de sí misma: la de ser madre. Y todo por un triunfo que es una quimera, y por un sueldo de miseria. Yo, la verdad, no creo que cobrase una miseria por presentar los telediarios en una cadena importante, pero a ella se lo parece en comparación con la maravilla de ser madre.
Por fin, a los treinta y ocho años, casi en el límite, se quitó el velo que la cegaba y tuvo un hijo. Un poco tarde a su juicio, ya que los hijos hay que tenerlos a su tiempo, cuando mejor se los puede atender. Y no tener uno deprisa y corriendo, sino varios.
Añora a su madre, que sólo se dedicó a sus hijos, los cuales después la cuidaron amorosamente hasta el final de sus días. Se pregunta: ¿Quién dará cariño a la mujer que se entregó sólo a su empresa, cuando llegue a la vejez? ¿Cree que el empresario que la explotó irá a verla al asilo?
¿Quién tiene la culpa de ese desorden? sigue preguntándose. Y responde: una sociedad desestructurada, dominada por un integrismo de izquierda son sus palabras que cree hacer un favor a la mujer al librarla de la servidumbre del hogar.
Ahora se ha convertido en la portavoz de un movimiento refeminista, que aboga porque la mujer dedique sus años fértiles a sus hijos, y no a aumentar las plusvalías de su empresa.
No sé lo que opinarán mis hijas cuando lean este artículo, pero algo de razón sí creo que lleva la guapa presentadora alemana.
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