Hay que adelantar que probablemente Aído tiene la batalla perdida
Gaceta de los Negocios
Se atribuye, entre otros, a Terencio la expresión hombre soy, nada de lo humano me es ajeno. En aquel momento histórico, cuando en el Imperio se afirmaba el universalismo, el ser humano buscaba superar sus viejos prejuicios y encontrar a su semejante.
Aun entonces ese reconocimiento no suponía tratar a todos los seres humanos por igual, ni se sabía el significado de la palabra dignidad, que hoy campa en nuestra Constitución como un resto arcaico de lo que pudo ser y no ha sido. En efecto, atribuida al Estado, a sus expertos y a sus ministras la capacidad de discriminar quién es sujeto humano y quién no, tal como nos indicaba el panfleto denominado informe de los expertos, toda búsqueda auténtica de humanidad cae bajo sospecha.
En la misma semana en la que la Agencia Gallup da una mayoría de estadounidenses que se definen provida, por primera vez desde el inicio de estas encuestas en 1995, Bibiana Aído, la ministra que debe convertir el aborto en el más eficaz sistema anticonceptivo en España, resuelve la cuestión con un contundente el feto de 13 semanas no es un ser humano y vale ya.
Es notorio que tras la decisión del TC de proteger de menos una parte de la vida del sujeto humano pues la vida es un devenir cabía esperar todo tipo de sofismas para lograr que el sujeto en su fase prenatal nos fuese pareciendo ajeno, por volver del revés la frase de Terencio.
Poco importa la intrínseca contradicción que supone observar un ser, pues evidentemente es, que pertenece a una especie, indudablemente la humana, que es individual, cuya vida empezó y acabará, probablemente pronto gracias a Zapatero, del que se niega la humanidad.
Resulta sencillo volver la carga de la prueba a la ministra y que nos diga, con o sin sus expertos, qué tipo de ser es éste. Se trata de una vida que es una sola, pero que será unas veces humana y otras de otro tipo.
A fuerza de desconfiados podríamos deducir que será humana en unos casos y no humana en todos los casos en los que una voluntad mas fuerte o un interés más relevante para el peculiar derecho contemporáneo, así lo requiera.
Hay que adelantar que probablemente Aído tiene la batalla perdida. Pese a la enorme censura, los medios técnicos permiten ver al ser no humano en su humanidad viviente dentro del vientre materno. De hecho, una parte de los médicos y ciudadanos norteamericanos están convencidos que es esa visión cada vez más extendida la que modifica el criterio sobre el aborto.
Sin ir más lejos, bastaron unos minutos con los ultrasonidos para que el antiguo rey del aborto modificase plenamente su posición. De una forma que tiene poco de milagrosa y mucho de explicación racional, Bernard Nathanson cruzó de banco para convertirse en un vilipendiado opositor al aborto.
Es por esta experiencia que nos atrevemos a sugerir que en vez de tres días de reflexión se exija a quien va a abortar unas horas de observación del feto. No se trata de un criterio meramente sentimental, sino de la superación de la vieja superstición (el coágulo de sangre informe) por los nuevos conocimientos: el cigoto en formación dando paso al embrión y al feto en desarrollo en un continuum que se inició en la fecundación y terminará con la muerte.
Probablemente hay que interpretar correctamente a Bibiana. Ella no dice que el feto no sea un ser humano, sino que no hay que tratarlo con la protección que se atribuye a los seres humanos (plenamente desarrollados). De hecho le ha copiado la frase literalmente a Diego Gracia.
Con su complacencia habitual al bioético oficial le falta radicalismo; quienes llevan a sus últimas consecuencias el considerar el aborto y aun el infanticidio un derecho, como hace Peter Singer, no recurren al sofisma de negar la condición de ser humano al ser humano de trece semanas, como si los seres humanos pudiesen ser de diversas formas.
Los coherentes y radicales nos dicen que la condición humana no es de por sí relevante para obtener la dignidad y la protección jurídica. Hombre soy, me ocupo de lo humano según me conviene. Aído no se ha atrevido a llegar tan lejos en lo que dice, aunque en lo que legisla ha asumido todos los postulados más radicales.
José Miguel Serrano es profesor de Filosofía del Derecho