Esta nueva ley del aborto anhela que nos despojemos de nuestra racionalidad ética
ABC
La consigna goebbelsiana («Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad») ha sido adoptada por el gobierno socialista como justificación del aborto libre, convenientemente arropada con la coartada emotiva.
Y así, mediante la repetición de una consigna falaz y el recurso al aspaviento emotivo, la pobre gente arrasada por el napalm de la propaganda es capaz de comulgar con ruedas de molino. Nos repiten como papagayos los promotores del aborto libre que su propósito no es otro que garantizar la seguridad jurídica de la mujer, evitando su «criminalización».
Poco importa que la tozuda realidad nos demuestre que ninguna mujer ha sido «criminalizada» en los últimos veinticinco años por abortar; poco importa que nuestro ordenamiento jurídico establezca todas las garantías jurídicas y procesales exigibles por seguridad jurídica: presunción de inocencia, tutela judicial efectiva, asistencia de letrado, etcétera.
El gobierno ha decidido que una mentira repetida mil veces terminará convirtiéndose en verdad; y sabe que el napalm de la propaganda acabará con esa nefasta manía de pensar a la que todavía se aferran algunos recalcitrantes.
Y el napalm de la propaganda pretende que a la impunidad, a la connivencia de la ley con el delito, se le llame «seguridad jurídica». A esto se le llama nominalismo radical: se niega la posibilidad de conocer la naturaleza de las cosas; y el nombre que les damos a las cosas sustituye su verdadera naturaleza, de tal modo que cuando cambiamos su nombre, tal cosa simplemente deja de existir. Así, a la impunidad se le denomina caprichosamente «seguridad jurídica»; y a un delito como el aborto se le llama «derecho».
Desde el momento en que se niega la capacidad humana para establecer la naturaleza de las cosas, ya no hay una racionalidad ética que pueda definir objetivamente los derechos humanos. Y así, un delito puede convertirse caprichosamente en «derecho», mediante un mero proceso político. El poder, en fin, se convierte en «creador» de derechos, con la coartada de atender la satisfacción de necesidades, apetencias y anhelos de una sedicente mayoría.
De este proceso, característicamente totalitario, queda excluida la posibilidad del debate, puesto que se niega la esencia misma del concepto de derecho como algo inherente a la propia naturaleza humana, para instaurar un nuevo concepto de «derecho» como producto de una coyuntural voluntad política.
De este modo, lo que era algo inscrito en la propia naturaleza humana, pude ser modificado, redefinido, incluso subvertido en su misma esencia (esto es, desnaturalizado) por pura conveniencia. Y lo que era según se recoge en el preámbulo de la Declaración de Derechos Humanos «modelo común para todos los seres humanos», válido en cualquier circunstancia y cultura, se convierte en un barrizal nominalista, modelable según la pura conveniencia. Todo ello, por supuesto, bien rebozadito de emotividad.
Por desistimiento acomodaticio o mera pereza para razonar éticamente, no faltan los tontos útiles que aseguran que esta conversión del aborto, mediante la utilización de la consigna goebbelsiana, en «derecho» que otorga «seguridad jurídica» a la mujer no es sino una «cortina de humo» que pretende ocultar los descalabros de la crisis económica.
Cuando de lo que en realidad se trata es de la culminación de un proceso de ingeniería social que busca lo que C. S. Lewis llamaba «abolición del hombre». «El sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto escribe Aristóteles en su Política, es el rasgo exclusivo del hombre». Y lo que esta nueva ley del aborto anhela, pura y simplemente, es que nos despojemos de nuestra racionalidad ética; en definitiva, que dejemos de ser humanos, para aceptar como verdad una mentira repetida mil veces.
Enlace relacionado:
No es un derecho, por José Luis Requero, en La Razón