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Me quedó grabada, hace años, la afirmación de que nadie merece ser escuchado si no ha esperado, trabajado y sufrido largo tiempo para mostrar la verdad de sus convicciones.
Muchos de nuestros abuelos murieron, tras una vida difícil para sacar adelante a su familia, sin poder ver plenamente los frutos de su gustoso sacrificio. Nuestros padres han luchado con frecuencia por lo mismo y, si eran buenos cristianos, nos transmitieron la fe; no con demasiados argumentos, sino con su vida coherente. Nosotros tenemos que seguir en la brecha para pasar el relevo a las generaciones que nos siguen, sin pensar que hacemos nada extraordinario.
Estos pensamientos me invadían al leer el reciente discurso de Benedicto XVI desde el monte Nebo, que está situado a pocos kilómetros al nordeste del Mar Muerto. Desde allí Moisés divisó la Tierra Prometida hacia la que había guiado a su pueblo, tras sacarlo de Egipto, a través de no pocas penalidades. Aquella tierra donde, muchos años después, vivió y murió Jesús de Nazaret, Hijo del Dios vivo, dejando un rastro de luz y vida que sigue presente y actuante en la historia de la humanidad.
Aquí, desde la altura del monte Nebo dijo el Papa en la parte central de su alocución, con palabras que merecen ser recogidas íntegramente la memoria de Moisés nos invita a levantar nuestros ojos para abarcar no sólo las obras poderosas de Dios en el pasado, sino también para mirar con fe y esperanza hacia el futuro que Él nos presenta y también a nuestro mundo.
Y mirando interiormente hacia sí mismo y los cristianos, continuó: Como Moisés nosotros hemos sido también llamados por nuestro nombre, invitados a emprender un éxodo diariamente desde el pecado y la esclavitud hacia la vida y la libertad, y hemos recibido una inquebrantable promesa que guía nuestro camino.
El Papa se refería concretamente a la vida cristiana. En las aguas del Bautismo, hemos pasado desde la esclavitud del pecado a una nueva vida y esperanza. En la comunión de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, anhelamos la visión de la ciudad celestial, la nueva Jerusalén, donde Dios será todo en todos. Desde esta montaña santa, Moisés dirige nuestra mirada hacia lo alto, hacia el cumplimiento de todas las promesas de Dios en Cristo.
El ejemplo de Moisés, que veía todo aquello desde lejos, al final de su larga peregrinación seguía explicando el sucesor de Pedro, nos recuerda que también nosotros somos parte de la peregrinación del Pueblo de Dios a través de la historia.
Y esto, siguiendo las huellas de los profetas, los apóstoles y los santos; los cristianos estamos llamados a caminar con el Señor, llevar adelante su misión, dar testimonio del Evangelio del amor universal y de la misericordia de Dios. Estamos llamados a promover la acogida del Reino de Cristo por medio de nuestra caridad, nuestro servicio a los pobres y nuestros esfuerzos para ser levadura de reconciliación, perdón y paz en el mundo que nos rodea.
Y como en una apelación al realismo, también para su caso personal, añadía Benedicto XVI: Sabemos que, como Moisés, quizá no veremos el cumplimiento total del plan de Dios durante el espacio de nuestra vida. Sin embargo confiamos en que, realizando la pequeña parte que nos toca, en fidelidad a la vocación que cada uno ha recibido, ayudaremos a allanar los caminos del Señor y facilitar que sea bien recibida la aurora de su Reino.
Y sabemos concluía que el Dios que reveló su nombre a Moisés como una garantía de que siempre estaría a nuestro lado (cfr. Ex 3. 14), nos dará la fortaleza para perseverar en una gozosa esperanza incluso en medio del sufrimiento, la prueba y la tribulación.
Estas últimas palabras bien coherentes con lo que conocemos de la vida y el pensamiento del Papa, pueden aplicarse a tantas personas, a tantos cristianos.
Ver desde lo alto de una vida cumplida sencillamente en la fidelidad y en el trabajo. Contemplar las cosas, cada día, desde lo alto y lo profundo de una oración cuajada en obras de servicio. Ver desde lo alto de una vida, quizá no exenta de errores, pero que, hasta el final, confía en las promesas de Dios.
Mirando a lo lejos, pero siguiendo en la brecha. Ver desde lo alto y seguir trabajando.
Ramiro Pellitero, profesor de Teología pastoral, Universidad de Navarra
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