almudi.org «Mar adentro» y Amenábar. Jerónimo José Martín. Crítico de cine
Revista
Época, 3-9 septiembre 2004.
*** Mar adentro
Director: Alejandro Amenábar.
Intérpretes: Javier Bardem,
Belén Rueda, Lola Dueñas, Celso Bugallo, Mabel Rivera, Tamar Novas.
ADEMÁS de una gran dirección de actores y de una sólida puesta en escena,
Amenábar ha coescrito un guión brillante, emotivo y hasta divertido en su
descripción de las relaciones familiares y de ...
almudi.org «Mar adentro» y Amenábar. Jerónimo José Martín. Crítico de cine
Revista
Época, 3-9 septiembre 2004.
*** Mar adentro
Director: Alejandro Amenábar.
Intérpretes: Javier Bardem,
Belén Rueda, Lola Dueñas, Celso Bugallo, Mabel Rivera, Tamar Novas.
ADEMÁS de una gran dirección de actores y de una sólida puesta en escena,
Amenábar ha coescrito un guión brillante, emotivo y hasta divertido en su
descripción de las relaciones familiares y de amistad de Sampedro, pero
muy ideológico y a veces descaradamente sentimental en su apología de la
eutanasia y el suicidio. En este punto, los pasajes más toscos son la
comparecencia de Sampedro ante los tribunales con jueces dibujados con
rasgos tétricos y la visita a Sampedro de un jesuita tetrapléjico como
él, históricamente falsa y desarrollada con un tono caricaturesco y cruel.
Esta deformación ideológica se aprecia asimismo en los idílicos perfiles vitales
del propio Sampedro, cuya luminosa santidad laica sólo se rompe levemente
en un par de salidas de mal humor. También poseen este modélico equilibrio los
dos representantes de la asociación proeutanasia DMD (Derecho a Morir
Dignamente).
La película defiende un concepto de libertad entendida como una autonomía
personal casi sin límites, ni morales ni legales, sólo controlada por la propia
conciencia. “Es la historia de una persona cuyo único dios es su conciencia, lo
que hace al hombre más libre y más humano” ha declarado Bardem. Pero
parece claro que la convicción más profunda puede ser compatible con la falta de
autocrítica.
Para no enturbiar esa autonomía sin límites, no se reflexiona sobre las posibles
deformaciones de la conciencia, se obvia el posible componente patológico de la
obsesión de Ramón Sampedro por morir y se pasa de puntillas por el
peliagudo problema de la influencia negativa de su actitud en otros lesionados y
enfermos graves.
Asusta que se hable con tal frialdad y ligereza de “vidas que no merecen la pena
ser vividas”, pues a ver quién tipifica jurídicamente ese concepto. Se
atrevieron a hacerlo ciertos filósofos del Tercer Reich, que teorizaron sobre
“las vidas humanas sin valor vital”, víctimas más tarde del programa nazi de
eutanasia y eugenesia.