"Tenemos que resolver el problema de nuestra propia vejez para resolver el problema del mundo", reza el subtítulo de un libro que este año ha ganado el premio "Pluma de Oro" de la editorial Heinrich Bauer, y que tras encabezar las listas de ventas en Alemania durante semanas, lleva más de tres meses entre los 20 primeros. "La conspiración de Matusalén" (1) no pretende sólo abrir los ojos al lector frente al envejecimiento de las sociedades occidentales. Interpelándole en primera persona, califica este hecho de revolucionario –por primera vez en la historia la mayoría de la población vivirá 80 o más años– y lo encara positivamente.
Santiago Mata
14/07/2004.- Frank Schirrmacher es, a sus 44 años, uno de los cinco codirectores del diario más importante de Alemania, Frankfurter Allgemeine Zeitung. En su libro advierte que la guerra entre generaciones es una amenazadora posibilidad sólo en la medida en que los nuevos "proletarios" –una mayoría sociológica que, paradójicamente respecto al significado etimológico de la palabra, tendrá pocos hijos– sigan siendo los parias de la tierra. Schirrmacher apuesta decididamente por los "viejos", y piensa que tiene fundamento para hacerlo.
Revolución a la vista
La próxima revolución tiene fecha: entre 2010 y 2020 superará la edad de la jubilación (65 años) la generación que en torno a 1968 dio lugar a la actual cultura dominante: la generación del baby boom de la posguerra mundial. De que esa misma generación sea capaz de cambiar de esquemas culturales dependerá su propio futuro y el de quienes vengan detrás.
"Usted aún no lo sabe –así comienza el libro de Schirrmacher–, pero es uno de los nuestros. La movilización general ha empezado. Usted está implicado en la guerra de las generaciones. Concéntrese y alégrese: está del lado de los hombres a los que se ha encomendado llevar a cabo una revolución en los próximos decenios. Pero en el horizonte del futuro se levanta contra los viejos una de las más terribles fuerzas armadas que hayan existido. Marchan contra nosotros, los que ahora tenemos 20, 30 ó 60 años, y que seremos más viejos cuando la guerra comience. La sociedad que hemos creado le quita todo al que envejece: la confianza en sí mismo, el puesto de trabajo, la biografía. Tenemos que actuar ahora. Nos separa ya poco tiempo de la estigmatización. Hasta entonces tendremos que hacer avanzar hacia el futuro las ideas sobre la vejez, que ahora están ancladas en la Edad de piedra".
Algunas de las afirmaciones de Schirrmacher pueden sonar a demagogia. Pero no lo son en el contexto animante que pretende ser esta obra. El autor considera que la frialdad es parte importante de lo que llama racismo contra los viejos. Y tiene datos sobre ello. En 1975 se comenzó en el Estado norteamericano de Ohio una encuesta que había de durar veinte años, acerca de lo que las personas pensaban sobre el envejecimiento propio y ajeno. Los resultados no fueron publicados hasta 2002, y mostraban que quienes tenían (entre 1975 y 1995) una visión positiva sobre su propia vejez y la de los demás vivieron, en conjunto, siete años y medio más que quienes no esperaban nada de la ancianidad. "Una imagen propia positiva y una imagen positiva de la ancianidad influyen sobre la tasa de supervivencia de los hombres más que la presión arterial o el nivel de colesterol, que pueden acortar la vida como máximo cuatro años", aseguraba el informe.
Evitar la guerra de las generaciones
Algunos piensan que la inmigración podrá evitar el envejecimiento de la sociedad. Sin negar la importancia del fenómeno migratorio, Schirrmacher opina que esto es un engaño, porque el envejecimiento no es una apariencia, sino una realidad: las personas que seremos viejos ya estamos viviendo y por tanto el proceso no se puede frenar. La inmigración no es una varita mágica: para mantener el porcentaje de jubilados por trabajador del año 2000, Alemania necesitaría recibir 180 millones de emigrantes hasta 2050, una media de 3,6 millones anuales. Con un ritmo previsto de 210.000 inmigrantes por año, Alemania perderá en medio siglo entre 12 y 17 millones de habitantes (23 millones si no hubiera inmigración) y el 30% de su población será inmigrante o descendiente de inmigrantes.
Pensar que Alemania es una excepción es falso: en 2050, el 43% de la población española tendrá más de 60 años, y casi una cuarta parte de la población de China será mayor de 65 (334 millones). Ningún Estado será ajeno al aumento absoluto de personas mayores: en Bangladesh viven actualmente 7,2 millones de mayores de 60 años y en 2050 serán más de 40 millones. Lo peculiar de los países occidentales es que al aumento absoluto de ancianos se añadirá la necesidad de integrar en la sociedad a gran número de inmigrantes –en Europa al menos 200.000 por año procedentes de los países en torno al Mediterráneo– .
El mito de la juventud
La guerra entre generaciones sólo será un problema –y muy grave– si se continúa negando el valor de las personas mayores y sobreestimando la importancia de la juventud. Por ese camino, terminaremos por negar el derecho a la vida de los ancianos: la enormidad de este crimen aumentará, naturalmente, cuando los mayores sean mayoría; pero además, no tendrá base científica alguna.
Según Schirrmacher, los mitos del siglo XX recurrieron a transformar una ideología en "verdad" seudocientífica. El actual culto a la juventud se basa en las afirmaciones hechas en 1905 por "el hasta hoy más importante e influyente médico del mundo anglosajón": William Osler. Ante un auditorio mayoritariamente juvenil –el de la Universidad de Baltimore–, Osler "previno" frente a los peligros de una sociedad envejecida, asegurando que sería mejor que los mayores de 60 años se retiraran por completo, voluntariamente, de la vida profesional y política. Incluso los mayores de 40 años serían, para Osler, inútiles: "La historia mundial, si la leemos correctamente, confirma esta afirmación. Sumen todos los adelantos humanos en política, ciencia, arte, literatura; resten las obras de los mayores de 40 años y se quedarán en el mismo lugar en que hoy estamos".
Schirrmacher sostiene que los ejemplos de creatividad y productividad en personas ancianas no son excepciones sino lo normal, y que la medicina moderna, al prolongar casi indefinidamente el ejercicio de las facultades humanas, no hace sino apuntalar esa normalidad. Entre las personalidades que produjeron obras geniales en la vejez cita a Tiziano, que murió con 99 años, Bernard Shaw (94), Miguel Ángel (89), Verdi (88), Monet (86), Richard Strauss (85), Goethe, Victor Hugo y Degas (83), Tolstoi y Goya (82)... Lo raro son los niños prodigio y no que los ancianos produzcan obras valiosas.
El libro de Schirrmacher no propone soluciones concretas, aunque su autor opina que retirar a ancianos perfectamente sanos del ciclo productivo es un error. Los cambios en ese sentido requerirán un consenso político, pero ante todo un cambio cultural: y hacia éste apunta el libro. Hay que perder el miedo a reconocer que el mito de la eterna juventud es falso. Naturalmente, una sociedad envejecida comporta problemas: pero un anciano no es un problema. Y no contar con los ancianos para resolver esos problemas sería, quizá, el más grave error del siglo XXI.
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