Servicio 81/04. Cuando se habla de adicciones, lo común es pensar en las drogas. Pero resulta cada vez más claro que las toxicomanías son solo una modalidad de dependencia. Hay personas preocupadas de modo compulsivo por el sexo, el aspecto físico, el trabajo, el juego... Con droga o sin ella, el fenómeno tiene la misma raíz, que está en la persona, según explica José Luis Cañas, especialista en adicciones.
Ignacio F. Zabala
16/6/2004.-
José Luis Cañas Fernández es profesor de Hermenéutica y Filosofía de la Historia en la Universidad Complutense (Madrid). Investiga el problema de las adicciones desde 1993, y en 1996 apareció su primer libro sobre el tema, De las drogas a la esperanza (Ediciones San Pablo). Acaba de publicar el manual Antropología de las adicciones (1) con la intención de que sirva de referencia teórica a los profesionales que trabajan en la lucha contra las dependencias –en especial, a la Asociación Proyecto Hombre–, desde una visión del fenómeno adictivo centrada en la persona.
— La OMS ha dicho recientemente que el tratamiento de la dependencia debe dirigirse a cambiar el comportamiento de los adictos y aconseja a las autoridades sanitarias integrar este tipo de terapias en el sistema sanitario [cfr. servicio 49/04]. Sus propuestas van precisamente en la línea de la rehumanización, más que en la de la rehabilitación. ¿En qué consiste esa fórmula?
— La rehabilitación se confunde con abandonar el consumo, mientras que la rehumanización, además de partir de ese abandono, se dirige a transformar las conductas personales que provocaron la esclavitud a las drogas. El fenómeno adictivo es más amplio que la sola dependencia de las drogas. Por eso creo que los centros universitarios de drogodependencias y los institutos de formación sobre drogas deberían dar una sólida formación humanista que consiga cambios duraderos en las personas adictas. No se sale de las drogas hablando de las sustancias que las producen sino de las personas que las padecen. Hay que atacar las conductas adictivas.
Fatiga de vivir
— ¿Hay que añadir a las campañas antidroga información sobre las conductas adictivas?
— Las conductas adictivas y la adicciones en general son un anestésico a la fatiga de vivir, un intento de huir de la realidad. Eso no ha cambiado. Volvemos al terreno de la persona. El problema es la generación de una mentalidad adictiva que afecta a todos los niveles sociales. Hace más de diez años que se habla de "cultura adictiva" pero el discurso sigue ciñéndose a las toxicomanías, como si fueran el único problema. Está claro que las drogas son un problema social en todo el mundo, pero si la lucha contra la droga tiene poco es éxito es porque no se abordan los factores existenciales de las personas.
— ¿En qué se diferencia un drogadicto de lo que Vd. llama persona adicta?
— En efecto, la perspectiva condiciona cada uno de los aspectos posteriores del problema. Si desde el primer momento entendemos que la conducta adictiva es el síntoma de un profundo vacío existencial previo, la prioridad es la persona y su rehumanización, no las adicciones y la droga. El resto –prevención, rehabilitación, metadona, narcosalas, legalización, etc.– también adquiere otra perspectiva. Además, es muy común que se junten varias adicciones en una misma persona. La adicción al sexo se asocia con el abuso de alcohol en muchas personas. Los jugadores compulsivos con frecuencia comen y/o beben en exceso. Esto supone que poner fin a una adicción no alivia automáticamente las demás. Peor: a veces surgen otras nuevas. Ese es el perfil de la persona adicta. Lo que demuestra que la causa de la adicción está dentro de cada uno.
Buscar la raíz del vacío
— Un joven sin problemas aparentes, con más o menos apoyo familiar, con oportunidades académicas o profesionales razonables, con amistades, cae en la droga. ¿Tan grande es ese vacío existencial?
— Los terapeutas que trabajan con jóvenes adictos dicen que hay una palabra con la que sistemáticamente estos se sienten identificados y se les ilumina la expresión del rostro: vacío. El vacío lleva a la opción adictiva, y al revés. La persona que busca el placer por el placer, vive de forma acrítica, sin creencias ni compromisos, sin horizonte vital, sin un proyecto más allá de lo inmediato, acaba por sentir que ella misma se ha perdido. Eso es el vacío. Sin embargo, no se responsabiliza de sus errores. Mientras no encuentre la raíz de su vacío, no podrá rehumanizarse.
Aunque las motivaciones para caer en las drogas son muchas, en estudios humanistas actuales se apunta que es la actitud de la persona la que la hace ser adicta. La adicción es un síntoma de un problema, como la fiebre. En todas las personas adictas se observan rasgos de personas inestables emocionalmente, muy necesitadas de afecto, con problemas de comunicación y con síntomas de incompetencia social porque no saben controlar su afectividad y la ponen al servicio de la obtención del placer por el placer. De todas formas, la primera causa sigue siendo la falta de motivaciones profundas, la falta de puntos de referencia, el vacío de los valores y pensar que nada tiene sentido. Desde esta perspectiva, la droga en sí no importa; el problema es que la persona sienta su necesidad. El joven que fracasa en los estudios y se pone droga, o el adulto que fracasa profesionalmente y recurre al alcohol, se hacen adictos a algo que no modifica en nada su suerte, con el agravante de que cuanto más se evaden, menos fuerzas tienen para soportar la realidad.
— Un joven sin valores, sin referencias familiares, con fracaso escolar o académico, con malas amistades, con hábitos de consumo, sin fuerzas, ¿cómo sale de la droga?
— Es verdad que se le han cerrado muchas puertas, pero las comunidades terapéuticas tienen miles de ejemplos de que siempre quedan ventanas abiertas. La perspectiva de la rehumanización asegura que podrá salir totalmente de las adicciones si encuentra sentido a su vida. Es cierto que la sociedad influye mucho y mal, pero no tiene la última palabra.
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(1) José Luis Cañas. Antropología de las Adicciones. Psicoterapia y Rehumanización. Dykinson. Madrid (2004). 450 págs. 45 € (tapas duras) / 37 € (rústica).
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