Almudi.org La boda real
El pasado 22 de mayo se casaron en Madrid su alteza el príncipe Felipe y doña Letizia Ortiz. Desde mucho antes se estuvo hablando de ello, y se seguirá hablando hasta mucho después. Los medios ---y no sólo la prensa del corazón--- se han prodigado describiendo detalles del evento. Llevamos semanas oyendo hablar de vestidos, regalos, joyas, flores, menús, decoración, protocolo. Más que espectacul...
El pasado 22 de mayo se casaron en Madrid su alteza el príncipe Felipe y doña Letizia Ortiz. Desde mucho antes se estuvo hablando de ello, y se seguirá hablando hasta mucho después. Los medios ---y no sólo la prensa del corazón--- se han prodigado describiendo detalles del evento. Llevamos semanas oyendo hablar de vestidos, regalos, joyas, flores, menús, decoración, protocolo. Más que espectacular, la boda ha sido, en sentido literal, un espectáculo. Y decir espectáculo no significa necesariamente calificarlo de vana ostentación, presuntuoso boato, y otras palabras por el estilo, también muy ventiladas estos días. Decir espectáculo es sencillamente constatar que el acontecimiento ha estado plenamente inscrito en la cultura posmoderna, para la cual el mundo entero es un gran show o festival, y todos nosotros, lo queramos o no, sus espectadores. La magia que lo ha hecho posible es la imagen, en este caso televisiva, cuya retransmisión fue seguida por 25 millones de españoles. Recordemos que en la cultura posmoderna la imagen es cuasi sagrada y vale por sí misma con independencia de su conexión con la realidad. Lo que la imagen significa desborda ampliamente su contenido objetivo, pues para la nueva sensibilidad el límite entre ficción y realidad es secundario. ¿Hemos visto un cuento de hadas o un hito histórico? Tanto da, el caso es que las imágenes "han hablado"; la pantalla ha pronunciado su oráculo, y el icono mediático, la alegoría social, el arcano audiovisual, ha salido a la luz. Ahora nos queda descifrarlo.
¿Qué hay en esta boda real que tanto nos ha encandilado? ¿Qué ha vislumbrado aquí el subconsciente colectivo? ¿Qué fibra sensible ha pulsado para concitar una respuesta tan unánime y entusiasta? ¿Qué oscuro fondo ha removido? Recapitulemos un momento. ¿Qué ha sido todo esto, a fin de cuentas, sino una boda normal? Sí, muy envuelta en parafernalia, ¿pero qué era todo esto sino un matrimonio con su estructura tradicional: el varón y la mujer, el sí-para-siempre, el rito sagrado, la familia, los amigos? Y en la fiesta posterior, ¿qué encontramos sino los elementos de un hogar? Cierto que en su versión más refinada y suntuosa, ¿pero qué son los vestidos, la comida, los adornos, los regalos, las tradiciones, sino los objetos propios de una casa? Ha hecho falta una miaja de poesía ---aunque para algunos no sea más que cursilería y ostentación---, ha hecho falta una vez más la mediación del arte para hacernos ver lo evidente: que el matrimonio es hermoso, que funda la familia, que llena los corazones. Ahora que la sociedad española parecía olvidarlo, se diría que la boda real ha despertado esta añoranza, este secreto anhelo que muchos intentan sofocar por no ser políticamente correcto. Pero la posmodernidad, ya se sabe, es imprevisible.