Tendrían que conocer ustedes la cafetería de mi calle. Detrás de la barra nos atiende siempre una señorita que lo hace todo: sirve, prepara, cobra, limpia; a todo llega, todo lo ordena, todo lo controla. Siempre me ha admirado la rapidez y precisión de movimientos de estos profesionales de la barra, que semejan a un malabarista en plena actuación. Pero en esta joven hay algo especial. Yo diría que es su serenidad, una serenidad tanto más asombrosa cuanto más inadvertida entre los concurrentes....
Tendrían que conocer ustedes la cafetería de mi calle. Detrás de la barra nos atiende siempre una señorita que lo hace todo: sirve, prepara, cobra, limpia; a todo llega, todo lo ordena, todo lo controla. Siempre me ha admirado la rapidez y precisión de movimientos de estos profesionales de la barra, que semejan a un malabarista en plena actuación. Pero en esta joven hay algo especial. Yo diría que es su serenidad, una serenidad tanto más asombrosa cuanto más inadvertida entre los concurrentes. ¿Cómo puede hacer tanto sin sensación de prisa o nervios? Su trato es amable y sencillo, sus respuestas breves, su gesto yo diría que algo ensimismado. ¿Estará cansada? ¿Será que piensa en su amor? El caso es que se está bien aquí y ella sin duda es parte de ese clima, por no decir su causa misma, su fuente secreta.
Y análogo espectáculo se produce en otros muchos lugares. Un espectáculo poco espectacular, si se quiere, pero verdaderamente digno de contemplarse. Sí, me refiero al trabajo hecho bien y discretamente, que no contagia irritación o desasosiego sino al contrario, que crea ambiente, que invita a estar: ¿no es éste un bello espectáculo que nos depara la vida cotidiana? Y sin embargo raramente se aprecia, y mucho menos se premia o admira. Sólo el cine y la literatura, que yo sepa, han sabido rendir digno homenaje a esta sutilísima experiencia, tal vez por ser ella misma de naturaleza artística. Lo digo consciente de incurrir en gravísima herejía contra la dogmática de la modernidad ilustrada, que concibe arte y vida cotidiana como conceptos antagónicos, ¿pero realmente es así?
Esta belleza encarnada en el trabajo no se deja estudiar de modo "científico", como el entomólogo que caza mariposas por el campo, red en mano, o el botánico que rebusca entre los helechos una seta. Si se intentara, este encanto cotidiano se esfumaría en nuestras manos modernas, tan ávidas de usar y poseer. Precisamente por ser genuina, semejante belleza no puede clasificarse ni medirse (¡bastante problema tienen las misses para traducir belleza en centímetros!), sino que hay que toparse con ella personalmente, manteniendo la mirada atenta y el corazón vigilante.
Se me dirá que no es nada del otro mundo esto que digo, que trabajo bien hecho lo hay en todas partes, que no tiene más misterio. Y sin embargo insisto en que misterio es justamente lo que sí tiene, y mucho. Misterio llamaban los antiguos a sus ceremonias secretas para iniciarse en el culto a alguna divinidad. De esta definición me quedo con lo de "secreto" y con la referencia a lo divino. Hay ciertamente en la vida ordinaria una riqueza secreta y escondida y que, sin embargo, está exenta de todo secretismo, de rebuscamientos pedantes, de esa hinchazón ultrasofisticada que caracteriza el mundo de la imagen. Por el contrario la hermosura de que hablo suele maravillarnos en oficios sencillos ---el portero, el ama de casa, el comerciante---, que saben mezclar en su justa medida la competencia con la amabilidad, la pericia con el trato humano, la técnica con el diálogo. ¿No es esto un pequeño milagro?
En medio de la jungla urbana hay una señal inconfundible para reconocer esta delicada flor: el servicio. Servir es aquel estilo de trabajo, aplicable a todos los oficios sin excepción, que permite a la persona ser ella misma. Quien sabe servir crea ambiente, en el sentido más radical de la palabra, insufla el oxígeno donde las personas pueden respirar, moverse, convivir, estar. Como el corazón en el cuerpo, estos profesionales llenan el espacio sin que se les note; no se ven pero dan vida a lo que se ve.
Del filósofo Julián Marías es la siguiente frase: "estar, lo que se dice estar, solo se está con una mujer". Con ello quiero redondear este modesto elogio al trabajo cotidiano añadiendo un matiz. Me refiero a la peculiar virtud humanizadora que adquiere este trabajo cuando lo realiza una mujer. Ella hace estar a los demás, aquí y ahora, con una intensidad inalcanzable para el varón. Pensemos en esa mano invisible que gobierna tantos hogares, o bien que comunica sabor de hogar en tareas como enfermería, enseñanza u hostelería. El mundo de la empresa haría bien en seguir esta "pista femenina" que apunta a muchos filones de sabiduría empresarial aún por descubrir.
Con esto vuelvo a la cafetería de que les hablé al principio. ¿Sabor de hogar? Sí, quizá lo que siento aquí no sea nada más que esto. Y nada menos.