El culto de la Eucaristía y la formación espiritual en los seminarios
Por Juan Domínguez. Aceprensa, servicio 46/80 (26 marzo 1980)
Casi simultáneamente han sido publicados dos importantes documentos del Magisterio. El primero es una Carta que Juan Pablo II ha dirigido a los obispos sobre "El misterio y el culto de la Eucaristía"; el segundo, una Carta circular de la Sagrada Congregación para la Educación Católica "Sobre algunos aspectos más urgentes en la formación espiritual de los seminarios". Las dos Cartas tienen un objetivo común: la renovación espiritual de la vida de los sacerdotes que, como toda renovación, tiene sus raíces en la Sagrada Eucaristía.
Juan Pablo II: robustecer el culto eucarístico
La Carta de Juan Pablo II, de 55 páginas, recuerda algunos aspectos del misterio eucarístico y expone en profundidad la doctrina de la Iglesia sobre el culto a la Sagrada Eucaristía, que no ha de limitarse exclusivamente a la celebración de la Santa Misa, sino que debe tener lugar también "en todo encuentro nuestro con el Santísimo Sacramento", como la oración ante el Sagrario, las exposiciones breves, prolongadas y anuales, o las bendiciones, procesiones y congresos eucarísticos. "La Iglesia y el mundo -señala- tienen una gran necesidad de este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración".
El robustecimiento del culto eucarístico, afirma, es el punto central de la renovación propuesta por el Concilio Vaticano II, porque "la Eucaristía es la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana". Al referirse a los lazos que unen los demás sacramentos con la Eucaristía, el Romano Pontífice subraya la importancia de la penitencia: "No es solamente la penitencia la que conduce a la Eucaristía -añade-, sino que también la Eucaristía lleva a la penitencia. En efecto, cuando nos damos cuenta de Quién es el que recibimos en la comunión eucarística nace en nosotros casi espontáneamente un sentimiento de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y con la necesidad interior de purificación". Por eso,"la práctica de la virtud de la penitencia y el sacramento de la penitencia son indispensables" para aumentar la veneración a Dios.
Fidelidad a las disposiciones litúrgicas
En el segundo capítulo de la Carta, Juan Pablo II subraya algunos puntos esenciales de la liturgia eucarística, haciendo hincapié en que la misa es Sacrificio, ofrecido por el sacerdote "in persona Christi", y Sacramento: "El misterio eucarístico, desgajado de su propia naturaleza sacrificial y sacramental, deja simplemente de ser tal". Y añade: "El celebrante, en cuanto ministro del sacrificio, es el auténtico sacerdote, que lleva a cabo -en virtud del poder específico de la sagrada ordenación- el verdadero acto sacrificial que lleva de nuevo los seres a Dios. En cambio, todos aquellos que participan en la Eucaristía, sin sacrificar como él, ofrecen con él, en virtud del sacerdocio común, sus propios sacrificios espirituales, representados por el pan y el vino, desde el momento de su presentación en el altar".
Respecto a la liturgia de la palabra, ya en el tercer capítulo, el Papa Juan Pablo II pide "no solamente comprensión, sino también pleno respeto" hacia quienes sienten la falta del latín en la liturgia; y pide, además, fidelidad a las disposiciones de la Iglesia en esta materia. Tras recordar que en la misa "la lectura de la Escritura no puede ser sustituida por otros textos, aun cuando tuvieran indudables valores religiosos y morales", el Papa pide a los obispos y sacerdotes que garanticen "la dignidad sagrada del ministerio eucarístico", e insiste en el respeto que debe presidir todas las acciones del celebrante, "en especial del modo con que tratamos aquel alimento y aquella bebida, que son el Cuerpo y la Sangre de nuestro Dios y Señor en nuestras manos; cómo distribuimos la santa comunión; cómo hacemos la purificación".
Frente a la arbitrariedad y la ignorancia
Sobre las normas litúrgicas, el Papa recuerda la obligación de seguir los principios establecidos por el Concilio Vaticano II, e insiste en que el celebrante "no puede considerarse como 'propietario' que libremente dispone del texto litúrgico y del sagrado rito como de un bien propio, de manera que pueda darle un estilo personal y arbitrario". Además, matiza, "si alguien quisiera tachar de 'uniformidad' tal postura, esto comprobaría sólo la ignorancia de las exigencias objetivas de la auténtica unidad y sería un síntoma de dañoso individualismo".
Conmovido ante las arbitrariedades y las expresiones que denotan la falta de fe en el sacramento de la Eucaristía, el Papa. casi al final de su documento, afirma: "Pido perdón -en mi nombre y en el de todos vosotros, venerados y queridos hermanos en el episcopado- por todo lo que, por el motivo que sea y por cualquier debilidad humana, impaciencia, negligencia, en virtud también de la aplicación a veces parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado malestar y escándalo acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida al sacramento de la Eucaristía".
La renovación espiritual de los seminarios
La Carta circular de la Congregación para la Educación Católica, de 24 páginas, firmada por el Cardenal Carroñe, secunda esta línea de profunda renovación espiritual alentada por el Romano Pontífice. Es significativo, dice el documento, que en los lugares donde se produce un sorprendente aumento de vocaciones para el sacerdocio, "la interpretación formal de los obispos suele ser ésta: hay que atribuirlo más que nada a la renovación espiritual de los seminarios".
La vida de oración, personal y litúrgica es, subraya la Carta, el primer punto urgente para impulsar la renovación espiritual. El documento recomienda que los futuros sacerdotes se familiaricen con los maestros espirituales seguros, los "clásicos" de la espiritualidad: "Estas lecturas no son exclusivas, pero deben ser primordiales y, desde luego, son indispensables". El ambiente de silencio exterior -fomentado por los profesores- facilitará el clima de diálogo interior.
Pero la oración de la Iglesia culmina con la Eucaristía, que no es otra cosa que el mismo Sacrificio de Cristo. Esta doctrina ha de ser cuidadosamente enseñada en el seminario, sin diluir ningún aspecto: "la enseñanza del Concilio de Trento sobre la realidad del Sacrificio debe ser profesada en toda su firmeza, v no menos la enseñanza sobre la 'presencia real'; el aspecto de comunión fraterna, por muy profundamente que se comprenda, de ninguna manera puede perjudicar el aspecto fundamental que es el del Sacrificio de Cristo".
Redescubrir el traje sacerdotal
Tras recordar la distinción esencial entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles, el documento subraya la necesidad de redescubrir el sentido del traje sacerdotal: "A los ojos de los fieles y en la conciencia misma del sacerdote se degrada cada vez más el sentido de los 'sacramentos de la fe' cuando un sacerdote, habitualmente descuidado en su forma de vestir o plenamente secularizado, actúa como ministro de la Penitencia, de la Unción de los enfermos y sobre todo de la Eucaristía".
Los futuros sacerdotes, pues, deberán comprender y respetar la disciplina de la Iglesia en esta materia, así como las orientaciones del Concilio Vaticano II. En este sentido, "nada más lejos del Concilio que haber proscrito el latín; al contrario: su exclusión sistemática es un abuso no menos condenable que la voluntad sistemática de algunos de mantenerlo exclusivamente".
Confesión auricular y secreta
Con la oración y la devoción a la Sagrada Eucaristía hay que inculcar también la importancia del sacramento de la Penitencia, que los abusos han relegado a la penumbra en contra de las disposiciones del Concilio Vaticano II. Después de explicar que, en la época de los primeros cristianos, las "celebraciones penitenciales" no tenían como fin eliminar la confesión auricular y secreta, y que la llamada penitencia "pública" introducía en lo "público" al que ya antes había hecho penitencia privada, el documento pregunta: "¿Qué hay de común entre este rito antiguo y una absolución arrojada sobre un público determinado del que no se sabe nada?"
En la recepción privada del sacramento de la Penitencia no sólo se perdonan los pecados: en muchos casos el sacerdote llega a ser un director espiritual que ayuda a discernir lo que Dios quiere para cada persona. "¡Cuántas vocaciones no habrán dejado de descubrirse -afirma la carta- porque faltó este contacto sobrenatural único en el que el sacerdote hubiera podido por lo menos, suscitar un interrogante! ¿Y no habrá que atribuir al desdibujamiento de la Penitencia privada una parte, al menos, de responsabilidad en el impresionante descenso de las vocaciones religiosas? .
La devoción a la Virgen conduce a Cristo
Si el seminario debe preparar buenos "directores de almas, no puede olvidar la importancia de fomentar en los alumnos la lucha interior y el espíritu de sacrificio. "Raramente se pronuncia hoy la palabra ascesis, se la acepta mal". Y sin embargo, la disciplina es necesaria: "El sacerdote no puede ser fiel a su carga y a sus compromisos, sobre todo al del celibato si no se ha preparado para aceptar, y para imponerse a sí mismo un día. una verdadera disciplina". Y añade el documento: "Piénsese en los sacrificios que impone la fidelidad conyugal: ¿no los habría de exigir la fidelidad sacerdotal? Sería una paradoja. Un sacerdote no puede verlo todo, oírlo todo, decirlo todo, gustarlo todo... El seminario debe haberlo hecho capaz, en la libertad interior, de sacrificio y de una disciplina personal inteligente y sincera".
Finalmente, la Carta evoca "breve, pero firmemente lo que debe ser en el seminario la devoción a la Santísima Virgen". El Verbo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María. Por eso, el trato con la Madre de Dios conduce a un mayor trato con Cristo y con su cruz". La. Iglesia -subraya la Carta- ha encontrado siempre a la Virgen María en todas las ocasiones en que trataba de descubrir a Cristo".
El documento concluye recomendando insistentemente un periodo previo de preparación al seminario, "consagrado exclusivamente a la formación espiritual", pues la experiencia ha demostrado que aporta unos resultados sorprendentes no sólo en el aumento del número de vocaciones, sino también en su fidelidad.
Juan Domínguez, Aceprensa, servicio 46/80
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