"Bien sabéis que el problema de la cultura en sí y, más aún, el de la relación entre fe y cultura, lo he meditado mucho, a la luz de mis diversas experiencias cono estudioso, cristiano, sacerdote, obispo y hoy como Papa". Así hablaba Juan Pablo II, el día 15 de diciembre pasado, a varios miles de hombres de la cultura, congregados en Roma con ocasión del año jubilar de la Redención.
Habrá que decidirse, de una vez, a tomarse en serio la cultura, a dejar de considerarla como algo simplemente "erudito" casi superfluo, desligado del hombre común.
Sentidos de la cultura
La dificultad mayor parece ser dar con un sentido de cultura que resulte claro e inteligible para todos. Y esto equivale a elegir, entre los múltiples significados del término, alguno preponderante. El sentido más general, pero en cierto modo neutro, es el de la antropología social: cultura es el conjunto de técnicas, ideas, modos de comportamiento,.etc. que configuran la vida del hombre como miembro de la sociedad. Aquí cultura tiene mucho que ver con "civilización"; y se habla de "cultura griega", "cultura medieval", "cultura azteca", etc.
Un sentido más usual es el de cultura como "aspiración a lo mejor" en el campo de cualquier actividad. Como durante muchos siglos la educación estuvo basada en las humanidades, todavía el termino culto se aplica más al conocedor y creador del arte, de la literatura, etc. que al experto en las ciencias físico-naturales y en las técnicas. Pero culto es -o intenta serlo- quien, en cualquier campo que ennoblezca al hombre, va en busca de lo mejor.
Hacer al hombre más hombre
En este discurso que comento, Juan Pablo II citaba textualmente un párrafo de su intervención en la sede de la UNESCO, en junio de 1980. El Papa entendía por cultura esa "aspiración a lo mejor". "El hombre, que en el mundo visible es el único sujeto óntico de la cultura, es también su único objeto y término. La cultura es aquello a través de !o cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, es más, accede más al ser. En esto encuentra también su fundamento la distinción capital entre lo que el hombre es y lo que tiene, entre el ser y el tener". Este párrafo, de indudable sabor metafísico, es de validez general y no sólo para "los cultos". La reflexión filosófica no es una "especialidad", aunque pueda ser cultivada en diferentes grados.
"Acceder más al ser", quiere decir, entre otras cosas, acceder más a esas equivalencias fundamentales del ser: la verdad, la bondad y la belleza. Cultivar la verdad, la bondad y la belleza es, en el sentido más profundo posible, cultivarse y hacer cultura. No como algo superfluo, no como la guinda de un pastel, sino como la masa.
Desde los primeros cristianos
El hombre no "esperó" al cristianismo para hacer cultura. Juan Pablo II recuerda cómo las primeras generaciones de cristianos se enfrentaron ya con el problema de las relaciones entre la fe y la cultura de entonces, las grandes manifestaciones de la inteligencia y la belleza, especialmente en el mundo clásico. Cita a san Justino, laico, filósofo y mártir del siglo II, quien, "a la vez que defendía la filosofía como ciencia del ser y de lo verdadero, destinada a proporcionar la felicidad, encontraba acertada la investigación racional, afirmando que la semilla del Verbo está innata en todo el género humano".
Se podría trazar una línea ininterrumpida de cristianos que, en todos los siglos, han mantenido este talante. No otra cosa hicieron los grandes Padres de la Iglesia, los mejores filósofos, teólogos, músicos, escritores, artistas de la Edad Media y del Renacimiento y de los siglos posteriores. Es interesante señalar cómo el vigor de la práctica de la fe disminuye cuando, por complejas razones la cultura empieza a estar controlada y casi monopolizada por agnósticos, ambiguos "deístas" y, más tarde, decididos materialistas. Se produce cultura, pero presentan "expresiones y elementos que no están en sintonía con el mensaje cristiano y ni siquiera con la misma dignidad ‘natural’ del hombre".
Tarea de la inteligencia
En este panorama, cuando la cultura parece a veces estar separada y en contradicción con la fe, la actitud del cristiano no ha de ser sólo mantener la fe, despreocupándose de las realizaciones culturales. Juan Pablo II da la razón: porque la fe, no sólo no está en contra de la razón, sino que "pide" una labor de la inteligencia. "La fe reclama pensamiento, razón, investigación y, en una palabra, conocimiento".
Entre los múltiples testimonios que se podrían aducir, Juan Pablo II cita oportunamente a san Agustín, quien poseía una gran cultura clásica y una fe poderosa. "Porque la fe, si no es pensada, nada es", dice con atrevimiento. Y, en palabras del Papa, el santo de Hipona "aporta una radical justificación de tal afirmación: «porque no podríamos creer si no tuviésemos almas racionales». Por lo demás, el mismo creer es pensar con el asentimiento del intelecto movido por la voluntad: «el mismo creer no es otra cosa sino pensar con asentimiento»".
Algo semejante podría decirse de la bondad: aprender a hacer bien el bien; y de la belleza, conectándola con la verdad y con el bien. Cuando, en la historia del hombre, alguien ha conseguido poner la fe en íntima y estrecha relación con la inteligencia, la bondad y la belleza, surgen realidades culturales perennes como –por ejemplo- la Divina Comedia de Dante, que nadie, ni siquiera el agnóstico, ni siquiera el ateo puede silenciar.
El fraude de la "sola fides"
Si, en contra de la actitud luterana, no basta la "sola fe" para la justificación, sino que se requieren las obras de la caridad, análogamente, el cristiano no se "justifica" como hombre si, con la fe, no pone la realización de la fe como cultura, como cultivo esforzado de la verdad, la bondad y la belleza. Dice el Papa: "No dejéis que sólo voces aisladas lancen mensajes a la conciencia y al mundo. También vosotros estáis insertos solidariamente en una labor profética de formación de conciencias sensibles y capaces de decir "no" a la muerte, al odio, a la violencia, al terror, a l error, al mal, a la degradación; y decir, en cambio, "sí" al bien, a la belleza, a la verdad, a la justicia, a la responsabilidad, a la vida, a la paz, al amor".
Decir y hacer. "Hacer cultura" deja de ser entonces una especie de hobby de unos cuantos "encaprichados" en estas cosas y se convierte en una precisa responsabilidad humana y cristiana. La búsqueda y la satisfacción en lo "bien hecho", algo típico de la buena cultura, puede ofrecer de ese modo, frente a las manifestaciones de la "cultura del mal" –que están ahí-, un camino más digno, más elaborado, más complejo, nunca terminado, como lo expresó, con la maestría de la sencillez, un santo culto, Juan de la Cruz: "un no sé qué que quedan balbuciendo"...
Por Rafael Gómez Pérez., Aceprensa, servicio 6/84
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