El desarrollo, según Juan Pablo II
José Miguel Ibáñez Langlois
A los veinte años de la Populorum progressio de Pablo VI, el Romano Pontífice actual acaba de hacer pública su Encíclica SoIlicitudo rei socialis (La solicitud social) acerca del mismo tema (los problemas del desarrollo a escala internacional), desde la perspectiva de las últimas dos décadas. La nueva Encíclica está fechada el 30-XII-1987 y fue presentada en Roma el pasado día 19.
Hacia 1967 —año de la publicación de la Populorum progressio— había un difuso optimismo sobre la resolución más o menos pronta de los problemas del desarrollo, que hoy aparecen bajo una luz más bien negativa. La brecha entre el Norte desarrollado y el Sur subdesarrollado ha crecido en este lapso, haciéndose crítica —y no sólo en los países más desvalidos— la situación de la vivienda, de la desocupación y de la deuda externa. A veces, constata Juan Pablo II, los propios mecanismos del crédito internacional y de la inversión extranjera se han vuelto contra los países subdesarrollados.
Libertad económica
El Papa destaca también otra dualidad geopolítica distinta: la que contrapone a los bloques del Este y el Oeste, y se resuelve en la oposición ideológica entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, con la consiguiente pugna de imperialismos y la permanente amenaza de una guerra de proporciones incalculables.
Juan Pablo II se pregunta —sin dar una respuesta inmediata— en qué medida estos dos sistemas sean reformables o rescatables. El único indicio de respuesta viene dado por el contexto, a saber, por un pasaje en que reivindica, entre los derechos humanos, el ''derecho de iniciativa económica" (la subjetividad creativa del ciudadano), sin la cual sólo puede esperarse para la sociedad una "igualación por abajo".
La planificación demográfica
Después de analizar los críticos problemas mundiales del armamentismo y del terrorismo, el Papa encara el problema demográfico actual, con signo opuesto en el Sur —la llamada explosión demográfica— y en el Norte —el descenso de las tasas de natalidad—. Al respecto, el Pontífice denuncia las sistemáticas campañas controlistas como un atropello —a menudo racista y eugenista— de la libre decisión de los padres de familia.
No todo, sin embargo, es tan oscuro en el panorama internacional actual: el Papa destaca como signos positivos la conciencia de la radical interdependencia recíproca entre los bloques, las naciones y las personas; la preocupación por la paz, que hoy es no menos indivisible (o es de todos, o no será de nadie), y una sana preocupación ecológica por el planeta.
Desarrollo también moral
En su parte más doctrinal, la Encíclica SoIlicitudo rei socialis recuerda que desarrollo no significa el mito del progreso casi automático e ilimitado de la humanidad, leyenda iluminista hoy insostenible por tantas razones. Tampoco es el desarrollo una realidad simplemente económica, ni puede consistir, menos aún, en la llamada civilización del consumo, una triste e insatisfactoria experiencia de grupos privilegiados, que no puede sino sofocar las aspiraciones más profundas del corazón humano. En definitiva, afirma el Papa, el desarrollo auténtico ha de medirse por un parámetro interior, de naturaleza cultural y ético-religiosa, que el documento examina tanto a la luz del Génesis como de los Evangelios.
A escala de cada nación, se postula que el desarrollo debería llevar, como a su meta propia, a un delicado respeto por los derechos humanos todos, entre los cuales se destacan aquí el derecho a nacer, los derechos de la familia como célula básica de la sociedad, la justicia en las relaciones laborales, la institucionalidad política democrática y la libertad religiosa. En sentido contrario, Juan Pablo II discierne en el mundo contemporáneo diversas "estructuras de pecado", en el sentido propiamente moral y no ideológico de la expresión (se trata de pecados). Entre ellas, subraya explícitamente dos: el ansia exclusiva de lucro, y la sed de poder en todas sus dimensiones. El remedio de estos males morales no puede estar sino en una conversión de los corazones, con su consiguiente efecto de solidaridad, también internacional. Solidaridad, de hecho, es la palabra clave de esta Encíclica.
Soluciones éticas
La Iglesia no posee soluciones técnicas, dice el Papa. Por eso mismo, encarece como solución el conocimiento y la práctica de la doctrina social de la Iglesia, recordando que ésta no es una ideología ni una tercera vía entre capitalismo y colectivismo. Un detalle interesante: los dos documentos más citados del Magisterio en esta Encíclica, después de la propia Populorum progressio, son la Constitución conciliar Gaudium et spes y la Instrucción sobre Libertad Cristiana y Liberación, Libertatis conscientia, lo que confirma el carácter de cuasi Encíclica social de este último documento.
Entre las opciones pastorales de la Iglesia, el Romano Pontífice subraya —esta vez a escala mundial— el amor preferencial por los pobres: hoy, esa multitud internacional de hambrientos, sin hogar, sin asistencia médica, y sobre todo sin esperanzas de un futuro mejor. Al mismo tiempo, se urge al reemplazo de regímenes dictatoriales por instituciones democráticas y participativas.
Papel de los laicos
La Encíclica concluye señalando el nexo orgánico entre desarrollo, solidaridad y liberación, entendidas estas tres entidades en el sentido propio y ya habitual del Magisterio de la Iglesia. El Papa recuerda a los laicos que son principalmente ellos los responsables de animar con el espíritu cristiano las realidades temporales.
Juan Pablo II cierra el documento con un fervoroso llamado a la Virgen María, en el contexto del presente Año Mariano, para que vuelva a nosotros —esta vez a toda la comunidad internacional— sus ojos misericordiosos.
José Miguel Ibáñez Langlois
ACEPRENSA (25/88) 24 febrero 1988
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