Misión sin fronteras y sin complejos
La octava encíclica de Juan Pablo II, con el título "Redemptoris missio" ("La misión del Redentor"), es un fuerte llamamiento a relanzar la actividad misionera de la Iglesia en un mundo donde cada vez son más los que no conocen a Cristo. El Papa quiere disipar las dudas que se habían difundido en los últimos tiempos sobre la validez de la misión entre los no cristianos. También advierte que la labor misionera no puede reducirse a la mera promoción social. Pero, sin olvidar las dificultades y deficiencias, destaca las nuevas oportunidades que se abren en esta época para la difusión del Evangelio.
"La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse". La encíclica de Juan Pablo II sobre la "permanente validez del mandato misionero" parte de esta constatación.
Y a la vez, con optimismo esperanzado, el Papa asegura que "en la proximidad del tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo".
"La fe se fortalece dándola"
¿Por qué esta encíclica? Se podrían aducir dos motivos. Uno lo da Juan Pablo II en la introducción, cuando cuenta que, en sus viajes, "el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo" se ha convencido de la urgencia de un "renovado compromiso misionero". Otro, de tipo estadístico, es todavía más contundente: "El número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia -añade el Papa- aumenta constantemente; más aún, desde el final del Concilio, casi se ha duplicado". Basta recordar que de los cinco mil millones de hombres sólo un tercio es cristiano, mientras que los católicos no superan el 18%. Además, el mayor crecimiento demográfico en el Sur y en Oriente -sobre todo en países islámicos- hace que el cristianismo sea más minoritario en estas partes del mundo.
Es indudable que el empuje misionero ha disminuido en los últimos años. Entre las razones de fondo que lo han frenado se suelen aducir: una interpretación errada de la libertad de conciencia, la idea de que el diálogo interreligioso sustituye a la evangelización, el interés prioritario por el desarrollo socio-económico de los pueblos.
La culpa no la tiene el Vaticano II. El decreto conciliar sobre la actividad misionera, Ad gentes, produjo muchos frutos, confirma Juan Pablo II. Pero la nueva encíclica detecta una serie de dificultades internas y externas han debilitado el impulso misionero. Lo cual es preocupante, ya que "en la historia de la Iglesia, este impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, así como su disminución es signo de una crisis de fe".
De ahí que la finalidad de la encíclica sea doble. Una interna, la renovación de la vida cristiana: "La misión -dice el Papa- renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!". De este modo, la nueva evangelización de los pueblos ya cristianos impulsará el compromiso por la misión universal en los lugares donde todavía no se conoce a Cristo.
De otro lado, lo que más mueve al Papa a proclamar la urgencia de la misión es que ésta constituye "el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia". A la vez, la encíclica pretende disipar dudas y ambigüedades sobre la labor misionera, difundidas en los últimos tiempos.
La Iglesia no puede callar
La encíclica consta de ocho capítulos. Los tres primeros analizan los aspectos propiamente teológicos de la misión, para responder a las dos preguntas fundamentales: ¿qué es la misión?, ¿por qué la misión? La misión universal de la Iglesia nace de la fe en Cristo, se explica en el primer capítulo, que ofrece las líneas teológicas principales derivadas del Nuevo Testamento. Se subraya también que la misión entre los no cristianos tiene plena vigencia, ya que Cristo es el único Salvador de la humanidad y la Iglesia ha recibido el mandato formal del Señor de anunciar el Evangelio a todas las gentes.
Es cierto que para quienes viven en condiciones que no les permiten conocer o aceptar la revelación del Evangelio, "la salvación en Cristo es accesible en virtud de la gracia". Pero la Iglesia es el camino ordinario de salvación y debe anunciarla a todos los hombres.
Por otro lado, advierte del peligro de reducir el cristianismo a una sabiduría humana: la secularización de la salvación, dice el Papa, reduce al hombre a una dimensión horizontal que no corresponde a la liberación integral obrada por Cristo.
La llamada a la conversión
El capítulo cuarto describe los diversos ámbitos en que se desarrolla la misión única de la Iglesia: atención pastoral de los bautizados practicantes, nueva evangelización de los cristianos que ya no creen o no practican y misión ad gentes entre los pueblos que no conocen a Cristo.
La misión ad gentes es una actividad específica de la Iglesia que no debe ser confundida con otras. Igualmente, decir que todos los católicos han de ser misioneros no excluye que haya "misioneros de por vida", por una vocación específica.
En el siguiente capítulo se señalan "las vías de la misión". La primera forma de evangelización es el testimonio personal de los cristianos, pero seguido siempre del anuncio explícito de Cristo, que es la prioridad y finalidad de toda misión.
Por eso, la actividad misionera ha de estar orientada a suscitar la fe, a la conversión y al bautismo. El Papa advierte que hoy día se pone en tela de juicio la llamada a la conversión, como si fuera un acto de "proselitismo". "Pero se olvida que toda persona tiene derecho a escuchar la Buena Nueva" y que los Apóstoles invitaban a todos "a convertirse y a recibir el bautismo". No se puede separar, pues, la conversión y el bautismo, pues están unidos por voluntad del mismo Cristo.
En este apartado se hace mención de las "comunidades eclesiales de base", que "están dando prueba positiva como centros de formación cristiana y de irradiación misionera" en las Iglesias jóvenes. A la vez, el Papa recuerda que "cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal" y "evitar toda forma de cerrazón y de instrumentalización ideológica''.
El Evangelio en las culturas
En cuanto al modo de encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos, reconoce la encíclica que es un proceso gradual que requiere largo tiempo. Dos criterios deben guiarlo: la compatibilidad de los valores de esas culturas con el Evangelio, y la comunión con la Iglesia universal. "Existe el riesgo —señala el Papa— de pasar de una especie de alienación de la cultura a una supervaloración de la misma", olvidando que "debe ser purificada, elevada y perfeccionada".
En este importante capítulo, Juan Pablo II explica también cómo la actividad misionera debe compaginar el diálogo con otras religiones y la indispensable evangelización. Igualmente precisa que la misión no puede reducirse a la mera promoción humana, ya que el verdadero desarrollo se basa en la educación de las conciencias y en la madurez de las costumbres.
El capítulo séptimo subraya que todos los bautizados son responsables de la actividad misionera, aunque existen vocaciones misioneras específicas e institutos religiosos con esa finalidad, que conservan plena validez. Y también los laicos son misioneros en virtud del bautismo. Al hablar de ellos, subraya, entre otras cosas, el importante papel de los catequistas.
Modos de difundir la fe
Las formas de cooperación misionera, mencionadas en el capítulo séptimo, son múltiples. La primera es la oración y los sufrimientos aceptados y ofrecidos a Dios por la labor misionera. Pero de modo especial hay que suscitar vocaciones misioneras, pues mientras aumentan las ayudas materiales a las misiones, disminuye el número de misioneros. Por eso, el Papa hace un llamamiento a las familias y a los jóvenes, para que tengan la valentía de decir al Señor que sí.
Para difundir la fe hay que aprovechar incluso el turismo y los cambios de país por motivos de trabajo. El Papa recuerda aquí el ejemplo de los primeros cristianos que "viajando o estableciéndose en regiones donde Cristo no había sido anunciado, testimoniaban con valentía su fe y fundaban allí las primeras comunidades". 'El Papa dirige también un llamamiento, tanto a las Iglesias antiguas como a las jóvenes, para que estén abiertas a la universalidad de la Iglesia. Las Iglesias antiguas, comprometidas en la reevangelización de sus pueblos, corren el riesgo de frenar el impuso hacia el mundo no cristiano; a ellas les anima a que den de buena gana vocaciones para la misión. Las Iglesias jóvenes, celosas de la propia identidad, pueden sufrir la tentación de aislarse; por eso les pide que acojan abiertamente a misioneros de las otras Iglesias y que ellas mismas los envíen al mundo.
El último capítulo profundiza en la espiritualidad misionera. Juan Pablo II afirma que "el verdadero misionero es el santo": "No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo anhelo de santidad entre los misioneros y toda la comunidad cristiana".
Se abren nuevas oportunidades
La Redemptoris missio es un grito en favor de la misión, pero no desgarrado, sino lleno de un optimismo vigoroso. El Papa ve las dificultades. Pero a la vez muestra que "nuestra época ofrece en este campo nuevas ocasiones a la Iglesia: la caída de ideologías y sistemas políticos opresores; la apertura de fronteras y la configuración de un mundo más unido, merced al incremento de los medios de comunicación; el afianzarse en los pueblos de los valores evangélicos que Jesús encarnó en su vida (paz, justicia, fraternidad, dedicación a los más necesitados); un tipo de desarrollo económico y técnico falto de alma que, no obstante, apremia a buscar la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el sentido de la vida".
Esto le lleva a concluir de modo esperanzado: "Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo".
Dudas sobre la misión
Al comienzo de la encíclica, el Papa se hace algunas preguntas, a propósito de las dudas que algunos se plantean respecto a la vigencia de la labor misionera. Seleccionamos algunos textos que responden a esas cuestiones.
— ¿Es válida aún la misión entre los no cristianos?
"Cristo es el único Salvador de la humanidad, el único en condiciones de revelar a Dios y de guiar hacia Dios" (n. 5).
"Es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio y por la fundación de nuevas Iglesias en los pueblos y grupos humanos donde no existen, porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia, que ha sido enviada a todos los pueblos, hasta los confines de la tierra" (n. 34).
— ¿La misión no ha sido sustituida por el diálogo interreligioso?
"El Concilio Vaticano II y el Magisterio posterior han defendido siempre que la salvación viene de Cristo y que el diálogo no dispensa de la evangelización (...) La Iglesia no ve un contraste entre el anuncio de Cristo y el diálogo interreligioso (...) El diálogo debe ser conducido y llevado a término con la convicción de que la Iglesia es el camino ordinario de salvación y que sólo ella posee la plenitud de los medios de salvación" (n. 55).
— ¿No es un objetivo suficiente la promoción humana?
"La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del bien vivir. (...) Se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal" (n. 11).
"La Iglesia y los misioneros son también promotores de desarrollo (...). Pero el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres" (n. 58).
"No se puede dar una imagen reductiva de la actividad misionera, como si fuera principalmente ayuda a los pobres, contribución a la liberación de los oprimidos, promoción del desarrollo, defensa de los derechos humanos. La Iglesia misionera está comprometida también en esos frentes, pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad" (n. 83).
— El respeto de la conciencia y de la libertad, ¿no excluye toda propuesta de conversión?
"El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige la libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta" (n. 8).
"La Iglesia propone, no impone nada: respeta las personas y las culturas, y se detiene ante el sagrario de la conciencia" (n. 39).
"La conversión a Cristo está relacionada con el bautismo, no sólo por la praxis de la Iglesia, sino por voluntad del mismo Cristo, que envió a hacer discípulos a todas las gentes y a bautizarlas" (n. 47).
— ¿No puede uno salvarse en cualquier religión?
"Es necesario mantener unidas estas dos verdades: la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esa misma salvación" (n. 9).
"Una de las razones más graves del escaso interés por el compromiso misionero es la mentalidad indiferentista (...) marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que una religión vale lo que otra" (n. 35).
Fernando Monge. Aceprensa, servicio 13/91 (30 enero 1991)
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