La Iglesia reconoce el valor positivo del mercado, pero indica que ha de estar orientado al bien común.
Fernando Monge. Aceprensa, servicio 68/91 (8 mayo 1991)
Cien años después de la encíclica "Rerum novarum" y tras la conclusión, con el ocaso del marxismo, de un ciclo en la historia de Europa y del mundo, Juan Pablo II publica un documento social que descubre y analiza las "cosas nuevas" que emergen en el umbral del tercer milenio. La encíclica "Centesimus annus" (l-V-1991) advierte que la caída del bloque comunista europeo no debe llevar a la ingenua creencia de que el mercado basta por sí solo para fundar una civilización digna del hombre. La Iglesia, dice el Papa, no tiene un modelo económico que proponer. Pero "ofrece, como orientación ideal e indispensable, la propia doctrina social, la cual (...) reconoce la positividad del mercado y de la empresa, pero al mismo tiempo indica que éstos han de estar orientados hacia el bien común" (n. 43).
La encíclica abraza a todos los hombres y su análisis se refiere a todas las naciones. No es por tanto eurocéntrica ni antiamericana, como juicios apresurados han creído ver. Su riqueza no permite leerla en diagonal, pues sus juicios están sopesados con extrema precisión.
Diversas son las novedades de esta encíclica. Entre las "cosas nuevas" está el análisis de los acontecimientos de 1989 en Europa central y oriental, que han repercutido en todo el mundo, de Latinoamérica a África y Asia. A ello dedica Juan Pablo II todo el capítulo III.
La persona en primer lugar
Otra aportación original es la insistencia en que hoy día lo más importante no es la distribución de la tierra o de los medios de producción, sino la difusión del conocimiento y de la técnica. En definitiva, el hombre mismo es el principal factor de la producción: en él se funda la riqueza de las naciones, más que en los recursos naturales.
También se afirma de un modo nuevo que la contribución auténtica de la Iglesia en el campo social "se realiza en el corazón del hombre". Es así como la Iglesia promueve los comportamientos humanos que favorecen la cultura de la paz, del desarrollo y de la solidaridad.
Se señala que para construir una sociedad más justa y digna del hombre es necesario un compromiso de servicio en los órdenes político, económico, social y cultural. Pero eso no basta, dice el Papa. El compromiso decisivo debe provenir del mismo corazón del hombre, de la intimidad de su conciencia. Sólo así podrá el hombre cambiarse a sí mismo y contribuir a la mejora de toda la sociedad.
La encíclica Centesimus annus abarca un amplio panorama. Proyecta una mirada retrospectiva hacia la Rerum novarum, una mirada actual sobre las "cosas nuevas" que hoy nos rodean, y una mirada de futuro hacia el tercer milenio de la era cristiana. Estas tres miradas se entrecruzan a lo largo de toda la encíclica.
Releer la "Rerum novarum"
Juan Pablo II invita desde el inicio a releer la Rerum novarum de León XIII, señalando que conserva numerosos elementos de doctrina social que sirven para iluminar las realidades actuales. En la presentación personal que hizo de la nueva encíclica durante la audiencia general del miércoles 1 de mayo, el Papa explicó que "la Iglesia afronta los retos de este tiempo, tan distinto del de León XIII, pero lo hace con el mismo espíritu: lo hace según el Espíritu de Dios, al que mi predecesor obedeció intentando, responder a las esperanzas y expectativas de su época. Lo mismo trato de hacer yo respecto a las esperanzas y expectativas de este tiempo".
En el primer capítulo de la Centesimus annus se da la clave de lectura no solamente de la Rerum novarum, sino también de esta última encíclica: "¿De dónde derivan todos los males frente a los cuales quiere reaccionar la 'Rerum novarum', sino de una libertad que, en la esfera de la actividad económica y social, se separa de la verdad del hombre?" (n. 4). Por eso, Juan Pablo II recomienda releer la Rerum novarum a la luz del restante magisterio de León XIII, en particular la encíclica Libertas praestantissimum (1888). Sin esta clave no se puede comprender profundamente la doctrina social de la Iglesia, que es una enseñanza moral basada en la visión cristiana del hombre.
El año 1989
De ahí que Juan Pablo II pueda hoy dejar constancia del acierto de su predecesor al prever hace cien años las trágicas consecuencias del socialismo, "que entonces se hallaba todavía en el estadio de filosofía social" (n. 12). Pues León XIII vio que "el error fundamental del socialismo es de carácter antropológico" (n. 13): la reducción de la persona a un engranaje del mecanismo social. De ese mismo error básico procede una de las causas del reciente hundimiento del comunismo europeo: "la ineficiencia del sistema económico", puesto que tal fracaso, precisa Juan Pablo II, "no ha de considerarse como un problema puramente técnico, sino más bien como consecuencia de la violación de los derechos humanos a la iniciativa, a la propiedad y a la libertad en el sector de la economía" (n. 24).
Entre las otras causas de los acontecimientos de 1989, el Papa pone de relieve un hecho: las muchedumbres de trabajadores desautorizaron las ideologías que pretendían representarles (n. 23). También destaca que el fin del totalitarismo se consiguió, en casi todas partes, mediante una lucha pacífica, lo que constituye "un ejemplo de éxito de la voluntad de negociación y del espíritu evangélico contra un adversario decidido a no dejarse condicionar por principios morales". Esto es, a la vez, "una amonestación para cuantos, en nombre del realismo político, quieren eliminar del ruedo de la política el derecho y la moral" (n. 25).
Pero la causa primordial del hundimiento del comunismo es "el vacío espiritual provocado por el ateísmo", que finalmente destruyó toda esperanza en el sistema. "El marxismo había prometido desenraizar del corazón humano la necesidad de Dios; pero los resultados han demostrado que no es posible lograrlo sin trastocar ese mismo corazón" (n. 24).
El capítulo III prosigue con un balance del año 1989, hecho con perspectiva mundial, no sólo europea. Entre los resultados de los recientes cambios, el Papa señala en primer lugar el encuentro, en algunos países, entre la Iglesia y el movimiento obrero (n. 26). Otra consecuencia es la demostración práctica de la imposibilidad de "un compromiso entre marxismo y cristianismo", a la vez que del valor de "una auténtica teología de la liberación humana integral" (ibid.). Desde este punto de vista, añade, los acontecimientos de 1989 facilitan al Tercer Mundo el hallazgo de verdaderas vías hacia el desarrollo, cerrando un camino falso.
El Papa recuerda más adelante que ahora es especialmente necesaria la ayuda internacional "para la reconstrucción moral y económica de los países que han abandonado el comunismo" (n. 27). Pero advierte que esto no debe suponer una disminución de "los esfuerzos para prestar apoyo y ayuda a los países del Tercer Mundo, que sufren a veces condiciones de insuficiencia y pobreza bastante más graves" (n. 28).
El consumismo
En el capítulo IV, el Papa reafirma la licitud de la propiedad privada, que se funda en el trabajo. A la vez, recuerda que el derecho de propiedad no es absoluto, ya que está al servicio del destino universal de los bienes. Este último principio se basa en el acto creador de Dios, "que ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes" (n. 31).
Después, Juan Pablo II examina la realidad actual del Primer Mundo. Lo hace también con una óptica moral y antropológica.
En los países ricos, el respeto a la libertad económica, negada por el comunismo, ha dado un resultado material totalmente distinto, como es evidente. Ahora bien, tal eficiencia económica es compatible con otros males, en la medida en que la sociedad no practique otros valores. El Papa señala el materialismo consumista y sus diversas manifestaciones: insolidaridad, pornografía, desintegración familiar, aborto... Esas no son consecuencias de la economía de mercado, sino de otro error antropológico. Juan Pablo II precisa que sus críticas "van dirigidas no tanto contra un sistema económico, cuanto contra un sistema ético-cultural" (n. 39).
En suma, el fallo de la sociedad de consumo consiste en una inversión de valores: "No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo" (n. 36).
El papel del Estado
Siguiendo la pauta marcada por León XIII, Juan Pablo II reserva en su encíclica un capítulo, el quinto, al papel del Estado. A la recta comprensión de la misión que tienen los poderes públicos se opone el totalitarismo. Frente a él, "la Iglesia aprecia el sistema democrático (...), pero una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana" (n. 46).
Aquí recuerda el principio de subsidiariedad: "Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerlo en caso de necesidad y ayudarte a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común" (n. 48).
Otro modo de intervención excesiva, distinto del totalitarismo, es el llamado "Estado del bienestar" o "Estado asistencial". Éste, al quitar responsabilidad a la sociedad, "provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos" (ibid.). En cambio, la iniciativa social es, en muchos casos, más eficaz: "Parece que conoce mejor las necesidades y logra satisfacerlas de modo más adecuado quien está próximo a ellas o quien está más cerca del necesitado" (ibid.). A este respecto, el Papa subraya que "la caridad operante nunca se ha apagado en la Iglesia y, es más, tiene actualmente un multiforme y consolador incremento", y hace especial mención del "fenómeno del voluntariado" (n. 49).
Ponerse a trabajar
En el sexto y último capítulo, Juan Pablo II retoma una expresión de su encíclica Redemptor hominis ("el hombre es el camino de la Iglesia"), para. señalar que la doctrina social "tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo" (n. 54).
La encíclica concluye señalando que "la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna" (n. 57). Dar ese testimonio corresponde a los fieles cristianos, que son los que tienen que ponerse a trabajar en los terrenos económico, político y social.
Economía de mercado y consumismo
En algunos pasajes de la encíclica, el Papa hace una valoración de la economía de mercado, a la que distingue del consumismo.
Virtudes y limitaciones del mercado.
"La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos. En efecto, la economía es un sector de la múltiple actividad humana y en ella, como en todos los demás campos, es tan válido el derecho a la libertad como el deber de hacer uso responsable del mismo" (n. 32).
"Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son ' solventables', con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son 'vendibles', esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas. (...) Por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Este algo debido incluye inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de practicar activamente en el bien común de la humanidad" (n. 34).
"He ahí un nuevo límite del mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan a su lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben comprar. Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras; ayudan, entre otras cosas, a utilizar mejor los recursos; favorecen el intercambio de los productos y, sobre todo, dan la primacía a la voluntad y las preferencias de la persona, que, en el contrato, se confrontan con las de otras personas. No obstante, llevan consigo el riesgo de una 'idolatría' del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías" (n. 40).
"¿Se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo (...)? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?
"La respuesta obviamente es compleja. Si por 'capitalismo' se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es afirmativa, aunque quizá sería más apropiado hablar de 'economía de empresa', 'economía de mercado', o simplemente de 'economía libre'. Pero si por 'capitalismo' se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa" (n. 42).
El consumismo.
"La sociedad del bienestar o sociedad de consumo (...) tiende a derrotar al marxismo en el terreno del puro materialismo, mostrando cómo una sociedad de libre mercado es capaz de satisfacer las necesidades materiales humanas más plenamente de lo que aseguraba el comunismo y excluyendo también los valores espirituales. En realidad, si bien por un lado es cierto que este modelo social muestra el fracaso del marxismo para construir una sociedad nueva y mejor, por otro, al negar su existencia autónoma y su valor a la moral y al derecho, coincide con el marxismo en reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la satisfacción de las necesidades materiales" (n. 19).
"Estas críticas van dirigidas no tanto contra un sistema económico, cuanto contra un sistema ético-cultural. En efecto, la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la compleja actividad humana. Si es absolutizada, si la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinado a ningún otro, la causa hay que buscarla no sólo y no tanto en el sistema económico mismo, cuanto en el hecho de que todo el sistema socio-cultural, al ignorar la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios" (n. 39).
"Al dirigirse directamente a sus instintos (del hombre), prescindiendo en uno u otro modo de su realidad personal, consciente y libre, se pueden crear hábitos de consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y con frecuencia incluso perjudiciales para su salud física y espiritual. El sistema económico no posee en sí mismo criterios que permitan distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad madura. Es, pues, necesaria y urgente una gran obra educativa y cultural" (n. 36).
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