(puntos
sacados de la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL VITA CONSECRATA DEL SANTO
PADRE JUAN PABLO II)
A Patre ad Patrem: la
iniciativa de Dios
17. La contemplación de la gloria del Señor Jesús en el icono de la
Transfiguración revela a las personas consagradas ante todo al Padre, creador y
dador de todo bien, que atrae a sí (cf. Jn 6, 44) una criatura suya con un amor
especial para una misión especial. « Este es mi Hijo amado: escuchadle » (Mt
17, 5). Respondiendo a esta invitación acompañada de una atracción interior,
la persona llamada se confía al amor de Dios que la quiere a su exclusivo
servicio, y se consagra totalmente a Él y a su designio de salvación (cf. 1 Co
7, 32-34).
Este es el sentido de la vocación a la vida consagrada: una iniciativa
enteramente del Padre (cf. Jn 15, 16), que exige de aquellos que ha elegido la
respuesta de una entrega total y exclusiva(28). La experiencia de este amor
gratuito de Dios es hasta tal punto íntima y fuerte que la persona experimenta
que debe responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo,
presente y futuro, en sus manos. Precisamente por esto, siguiendo a santo Tomás,
se puede comprender la identidad de la persona consagrada a partir de la
totalidad de su entrega, equiparable a un auténtico holocausto(29).
Per Filium: siguiendo a
Cristo
18. El Hijo, camino que conduce al Padre (cf. Jn 14, 6), llama a todos
los que el Padre le ha dado (cf. Jn 17, 9) a un seguimiento que orienta su
existencia. Pero a algunos —precisamente las personas consagradas— pide un
compromiso total, que comporta el abandono de todas las cosas (cf. Mt 19, 27)
para vivir en intimidad con Él(30) y seguirlo adonde vaya (cf. Ap 14, 4).
En la mirada de Cristo (cf. Mc 10, 21), «imagen de Dios invisible»
(Col 1, 15), resplandor de la gloria del Padre (cf. Hb 1, 3), se percibe la
profundidad de un amor eterno e infinito que toca las raíces del ser(31). La
persona, que se deja seducir por él, tiene que abandonar todo y seguirlo (cf.
Mc 1, 16-20; 2, 14; 10, 21.28). Como Pablo, considera que todo lo demás es « pérdida
ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús », ante el cual no duda en
tener todas las cosas « por basura para ganar a Cristo » (Flp 3, 8). Su
aspiración es identificarse con Él, asumiendo sus sentimientos y su forma de
vida. Este dejarlo todo y seguir al Señor (cf. Lc 18, 28) es un programa válido
para todas las personas llamadas y para todos los tiempos.
Los consejos evangélicos, con los que Cristo invita a algunos a
compartir su experiencia de virgen, pobre y obediente, exigen y manifiestan, en
quien los acoge, el deseo explícito de una total conformación con Él.
Viviendo «en obediencia, sin nada propio y en castidad»(32), los consagrados
confiesan que Jesús es el Modelo en el que cada virtud alcanza la perfección.
En efecto, su forma de vida casta, pobre y obediente, aparece como el modo más
radical de vivir el Evangelio en esta tierra, un modo —se puede decir—
divino, porque es abrazado por Él, Hombre-Dios, como expresión de su relación
de Hijo Unigénito con el Padre y con el Espíritu Santo. Este es el motivo por
el que en la tradición cristiana se ha hablado siempre de la excelencia
objetiva de la vida consagrada.
No se puede negar, además, que la práctica de los consejos evangélicos
sea un modo particularmente íntimo y fecundo de participar también en la misión
de Cristo, siguiendo el ejemplo de María de Nazaret, primera discípula, la
cual aceptó ponerse al servicio del plan divino en la donación total de sí
misma. Toda misión comienza con la misma actitud manifestada por María en la
anunciación: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra » (Lc 1, 38).
In Spiritu: consagrados por
el Espíritu Santo
19. « Una nube luminosa los cubrió con su sombra » (Mt 17, 5). Una
significativa interpretación espiritual de la Transfiguración ve en esta nube
la imagen del Espíritu Santo(33).
Como toda la existencia cristiana, la llamada a la vida consagrada está
también en íntima relación con la obra del Espíritu Santo. Es Él quien, a
lo largo de los milenios, acerca siempre nuevas personas a percibir el atractivo
de una opción tan comprometida. Bajo su acción reviven, en cierto modo, la
experiencia del profeta Jeremías: « Me has seducido, Señor, y me dejé
seducir » (20, 7). Es el Espíritu quien suscita el deseo de una respuesta
plena; es Él quien guía el crecimiento de tal deseo, llevando a su madurez la
respuesta positiva y sosteniendo después su fiel realización; es Él quien
forma y plasma el ánimo de los llamados, configurándolos a Cristo casto, pobre
y obediente, y moviéndolos a acoger como propia su misión. Dejándose guiar
por el Espíritu en un incesante camino de purificación, llegan a ser, día
tras día, personas cristiformes, prolongación en la historia de una especial
presencia del Señor resucitado.
Con intuición profunda, los Padres de la Iglesia han calificado este
camino espiritual como filocalia, es decir, amor por la belleza divina, que es
irradiación de la divina bondad. La persona, que por el poder del Espíritu
Santo es conducida progresivamente a la plena configuración con Cristo, refleja
en sí misma un rayo de la luz inaccesible y en su peregrinar terreno camina
hacia la Fuente inagotable de la luz. De este modo la vida consagrada es una
expresión particularmente profunda de la Iglesia Esposa, la cual, conducida por
el Espíritu a reproducir en sí los rasgos del Esposo, se presenta ante Él
resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e
inmaculada (cf. Ef 5, 27).
El Espíritu mismo, además, lejos de separar de la historia de los
hombres las personas que el Padre ha llamado, las pone al servicio de los
hermanos según las modalidades propias de su estado de vida, y las orienta a
desarrollar tareas particulares, de acuerdo con las necesidades de la Iglesia y
del mundo, por medio de los carismas particulares de cada Instituto. De aquí
surgen las múltiples formas de vida consagrada, mediante las cuales la Iglesia
«aparece también adornada con los diversos dones de sus hijos, como una esposa
que se ha arreglado para su esposo (cf. Ap 21, 2)»(34) y es enriquecida con
todos los medios para desarrollar su misión en el mundo.
Los consejos evangélicos,
don de la Trinidad
20. Los consejos evangélicos son, pues, ante todo un don de la Santísima
Trinidad. La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo,
en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza. En efecto, «el
estado religioso [...] revela de manera especial la superioridad del Reino sobre
todo lo creado y sus exigencias radicales. Muestra también a todos los hombres
la grandeza extraordinaria del poder de Cristo Rey y la eficacia infinita del
Espíritu Santo, que realiza maravillas en su Iglesia»(35).
Primer objetivo de la vida consagrada es el de hacer visibles las
maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas.
Más que con palabras, testimonian estas maravillas con el lenguaje
elocuente de una existencia transfigurada, capaz de sorprender al mundo. Al
asombro de los hombres responden con el anuncio de los prodigios de gracia que
el Señor realiza en los que ama. En la medida en que la persona consagrada se
deja conducir por el Espíritu hasta la cumbre de la perfección, puede
exclamar: «Veo la belleza de tu gracia, contemplo su fulgor y reflejo su luz;
me arrebata su esplendor indescriptible; soy empujado fuera de mí mientras
pienso en mí mismo; veo cómo era y qué soy ahora. ¡Oh prodigio! Estoy
atento, lleno de respeto hacia mí mismo, de reverencia y de temor, como si
fuera ante ti; no sé qué hacer porque la timidez me domina; no sé dónde
sentarme, a dónde acercarme, dónde reclinar estos miembros que son tuyos; en
qué obras ocupar estas sorprendentes maravillas divinas»(36). De este modo, la
vida consagrada se convierte en una de las huellas concretas que la Trinidad
deja en la historia, para que los hombres puedan descubrir el atractivo y la
nostalgia de la belleza divina.
El reflejo de la vida
trinitaria en los consejos
21. La referencia de los consejos evangélicos a la Trinidad santa y
santificante revela su sentido más profundo. En efecto, son expresión del amor
del Hijo al Padre en la unidad del Espíritu Santo. Al practicarlos, la persona
consagrada vive con particular intensidad el carácter trinitario y cristológico
que caracteriza toda la vida cristiana.
La castidad de los célibes y de las vírgenes, en cuanto manifestación
de la entrega a Dios con corazón indiviso (cf. 1 Co 7, 32-34), es el reflejo
del amor infinito que une a las tres Personas divinas en la profundidad
misteriosa de la vida trinitaria; amor testimoniado por el Verbo encarnado hasta
la entrega de su vida; amor « derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo » (Rm 5, 5), que anima a una respuesta de amor total hacia Dios y hacia
los hermanos.
La pobreza manifiesta que Dios es la única riqueza verdadera del
hombre. Vivida según el ejemplo de Cristo que « siendo rico, se hizo pobre »
(2 Co 8, 9), es expresión de la entrega total de sí que las tres Personas
divinas se hacen recíprocamente. Es don que brota en la creación y se
manifiesta plenamente en la Encarnación del Verbo y en su muerte redentora.
La obediencia, practicada a imitación de Cristo, cuyo alimento era
hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34), manifiesta la belleza liberadora de
una dependencia filial y no servil, rica de sentido de responsabilidad y animada
por la confianza recíproca, que es reflejo en la historia de la amorosa
correspondencia propia de las tres Personas divinas.
Por tanto, la vida consagrada está llamada a profundizar continuamente
el don de los consejos evangélicos con un amor cada vez más sincero e intenso
en dimensión trinitaria: amor a Cristo, que llama a su intimidad; al Espíritu
Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones; al Padre, origen
primero y fin supremo de la vida consagrada(37). De este modo se convierte en
manifestación y signo de la Trinidad, cuyo misterio viene presentado a la
Iglesia como modelo y fuente de cada forma de vida cristiana.
La misma vida fraterna, en virtud de la cual las personas consagradas
se esfuerzan por vivir en Cristo con « un solo corazón y una sola alma » (Hch
4, 32), se propone como elocuente manifestación trinitaria. La vida fraterna
manifiesta al Padre, que quiere hacer de todos los hombres una sola familia;
manifiesta al Hijo encarnado, que reúne a los redimidos en la unidad, mostrando
el camino con su ejemplo, su oración, sus palabras y, sobre todo, con su
muerte, fuente de reconciliación para los hombres divididos y dispersos;
manifiesta al Espíritu Santo como principio de unidad en la Iglesia, donde no
cesa de suscitar familias espirituales y comunidades fraternas.
Consagrados como Cristo
para el Reino de Dios
22. La vida consagrada «imita más de cerca y hace presente
continuamente en la Iglesia»(38), por impulso del Espíritu Santo, la forma de
vida que Jesús, supremo consagrado y misionero del Padre para su Reino, abrazó
y propuso a los discípulos que lo seguían (cf. Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20; Lc 5,
10-11; Jn 15, 16). A la luz de la consagración de Jesús, es posible descubrir
en la iniciativa del Padre, fuente de toda santidad, el principio originario de
la vida consagrada. En efecto, Jesús mismo es aquel que Dios « ungió con el
Espíritu Santo y con poder » (Hch 10, 38), « aquel a quien el Padre ha
santificado y enviado al mundo » (Jn 10, 36). Acogiendo la consagración del
Padre, el Hijo a su vez se consagra a Él por la humanidad (cf. Jn 17, 19): su
vida de virginidad, obediencia y pobreza manifiesta su filial y total adhesión
al designio del Padre (cf. Jn 10, 30; 14, 11). Su perfecta oblación confiere un
significado de consagración a todos los acontecimientos de su existencia
terrena.
Él es el obediente por excelencia, bajado del cielo no para hacer su
voluntad, sino la de Aquel que lo ha enviado (cf. Jn 6, 38; Hb 10, 5.7). Él
pone su ser y su actuar en las manos del Padre (cf. Lc 2, 49). En obediencia
filial, adopta la forma del siervo: « Se despojó de sí mismo tomando condición
de siervo [...], obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz » (Flp 2, 7-8).
En esta actitud de docilidad al Padre, Cristo, aun aprobando y defendiendo la
dignidad y la santidad de la vida matrimonial, asume la forma de vida virginal y
revela así el valor sublime y la misteriosa fecundidad espiritual de la
virginidad. Su adhesión plena al designio del Padre se manifiesta también en
el desapego de los bienes terrenos: « Siendo rico, por vosotros se hizo pobre a
fin de que os enriquecierais con su pobreza » (2 Co 8, 9). La profundidad de su
pobreza se revela en la perfecta oblación de todo lo suyo al Padre.
Verdaderamente la vida consagrada es memoria viviente del modo de
existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los
hermanos. Es tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador.
..............
CONCLUSIÓN
La sobreabundancia de la
gratuidad
104. No son pocos los que hoy se preguntan con perplejidad: ¿Para qué
sirve la vida consagrada? ¿Por qué abrazar este género de vida cuando hay
tantas necesidades en el campo de la caridad y de la misma evangelización a las
que se pueden responder también sin asumir los compromisos peculiares de la
vida consagrada? ¿No representa quizás la vida consagrada una especie de «
despilfarro » de energías humanas que serían, según un criterio de
eficiencia, mejor utilizadas en bienes más provechosos para la humanidad y la
Iglesia?
Estas preguntas son más frecuentes en nuestro tiempo, avivadas por una
cultura utilitarista y tecnocrática, que tiende a valorar la importancia de las
cosas y de las mismas personas en relación con su « funcionalidad »
inmediata. Pero interrogantes semejantes han existido siempre, como demuestra
elocuentemente el episodio evangélico de la unción de Betania: «María,
tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús
y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume» (Jn 12,
3). A Judas, que con el pretexto de la necesidad de los pobres se lamentaba de
tanto derroche, Jesús le responde: «Déjala» (Jn 12, 7). Esta es la respuesta
siempre válida a la pregunta que tantos, aun de buena fe, se plantean sobe la
actualidad de la vida consagrada: ¿No se podría dedicar la propia existencia
de manera más eficiente y racional para mejorar la sociedad? He aquí la
respuesta de Jesús: «Déjala».
A quien se le concede el don inestimable de seguir más de cerca al Señor
Jesús, resulta obvio que Él puede y debe ser amado con corazón indiviso, que
se puede entregar a Él toda la vida, y no sólo algunos gestos, momentos o
ciertas actividades. El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más
allá de cualquier consideración « utilitarista », es signo de una
sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar
y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta
vida « derramada » sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la
casa. La casa de Dios, la Iglesia, hoy como ayer, está adornada y embellecida
por la presencia de la vida consagrada.
Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro, para la
persona seducida en el secreto de su corazón por la belleza y la bondad del Señor
es una respuesta obvia de amor, exultante de gratitud por haber sido admitida de
manera totalmente particular al conocimiento del Hijo y a la participación en
su misión divina en el mundo.
«Si un hijo de Dios conociera y gustara el amor divino, Dios increado,
Dios encarnado, Dios que padece la pasión, que es el sumo bien, le daría todo;
no sólo dejaría las otras criaturas, sino a sí mismo, y con todo su ser amaría
este Dios de amor hasta transformarse totalmente en el Dios-hombre, que es el
sumamente Amado»(254).
La vida consagrada al
servicio del Reino de Dios
105. «¿Qué sería del mundo si no fuese por los religiosos?»(255).
Más allá de las valoraciones superficiales de funcionalidad, la vida
consagrada es importante precisamente por su sobreabundancia de gratuidad y de
amor, tanto más en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la
confusión de lo efímero. « Sin este signo concreto, la caridad que anima a la
Iglesia correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio
de perder en penetración, la "sal" de la fe de disolverse en un mundo
de secularización »(256). La vida de la Iglesia y la sociedad misma tienen
necesidad de personas capaces de entregarse totalmente a Dios y a los otros por
amor de Dios.
La Iglesia no puede renunciar absolutamente a la vida consagrada,
porque expresa de manera elocuente su íntima esencia «esponsal». En ella
encuentra nuevo impulso y fuerza el anuncio del Evangelio a todo el mundo. En
efecto, se necesitan personas que presenten el rostro paterno de Dios y el
rostro materno de la Iglesia, que se jueguen la vida para que los otros tengan
vida y esperanza. La Iglesia tiene necesidad de personas consagradas que, aún
antes de comprometerse en una u otra noble causa, se dejen transformar por la
gracia de Dios y se conformen plenamente al Evangelio.
Toda la Iglesia tiene en sus manos este gran don y, agradecida, se
dedica a promoverlo con la estima, la oración y la invitación explícita a
acogerlo. Es importante que los Obispos, presbíteros y diáconos, convencidos
de la excelencia evangélica de este género de vida, trabajen para descubrir y
apoyar los gérmenes de vocación con la predicación, el discernimiento y un
competente acompañamiento espiritual. Se pide a todos los fieles una oración
constante en favor de las personas consagradas, para que su fervor y su
capacidad de amar aumenten continuamente, contribuyendo a difundir en la
sociedad de hoy el buen perfume de Cristo (cf. 2 Co 2, 15). Toda la comunidad
cristiana —pastores, laicos y personas consagradas— es responsable de la
vida consagrada, de la acogida y del apoyo que se han de ofrecer a las nuevas
vocaciones(257).
A la juventud
106. A vosotros, jóvenes, os digo: si sentís la llamada del Señor,
¡no la rechacéis! Entrad más bien con valentía en las grandes corrientes de
santidad, que insignes santos y santas han iniciado siguiendo a Cristo. Cultivad
los anhelos característicos de vuestra edad, pero responded con prontitud al
proyecto de Dios sobre vosotros si Él os invita a buscar la santidad en la vida
consagrada. Admirad todas las obras de Dios en el mundo, pero fijad la mirada en
las realidades que nunca perecen.
El tercer milenio espera la aportación de la fe y de la iniciativa de
numerosos jóvenes consagrados, para que el mundo sea más sereno y más capaz
de acoger a Dios y, en Él, a todos sus hijos e hijas.
A las familias
107. Me dirijo a vosotras, familias cristianas. Vosotros, padres, dad
gracias al Señor si ha llamado a la vida consagrada a alguno de vuestros hijos.
¡Debe ser considerado un gran honor —como lo ha sido siempre— que el Señor
se fije en una familia y elija a alguno de sus miembros para invitarlo a seguir
el camino de los consejos evangélicos! Cultivad el deseo de ofrecer al Señor a
alguno de vuestros hijos para el crecimiento del amor de Dios en el mundo. ¿Qué
fruto de vuestro amor conyugal podríais tener más bello que éste?
Es preciso recordar que si los padres no viven los valores evangélicos,
será difícil que los jóvenes y las jóvenes puedan percibir la llamada,
comprender la necesidad de los sacrificios que han de afrontar y apreciar la
belleza de la meta a alcanzar. En efecto, es en la familia donde los jóvenes
tienen las primeras experiencias de los valores evangélicos, del amor que se da
a Dios y a los demás. También es necesario que sean educados en el uso
responsable de su libertad, para estar dispuestos a vivir de las más altas
realidades espirituales según su propia vocación.Ruego para que vosotras,
familias cristianas, unidas al Señor con la oración y la vida sacramental, seáis
hogares acogedores de vocaciones.
A todos los hombres y
mujeres de buena voluntad
108. Deseo hacer llegar a todos los hombres y mujeres que quieran
escuchar mi voz la invitación a buscar los caminos que conducen al Dios vivo y
verdadero también a través de las sendas trazadas por la vida consagrada. Las
personas consagradas testimonian que «quien sigue a Cristo, el hombre perfecto,
se hace también más hombre»(258). ¡Cuántas de ellas se han inclinado y
continúan inclinándose como buenos samaritanos sobre las innumerables llagas
de los hermanos y hermanas que encuentran en su camino!
Mirad a estas personas seducidas por Cristo que con dominio de sí,
sostenido por la gracia y el amor de Dios, señalan el remedio contra la avidez
del tener, del gozar y del dominar. No olvidéis los carismas que han forjado
magníficos « buscadores de Dios » y benefactores de la humanidad, que han
abierto rutas seguras a quienes buscan a Dios con sincero corazón. ¡Considerad
el gran número de santos que han crecido en este género de vida, considerad el
bien que han hecho al mundo, hoy como ayer, quienes se han dedicado a Dios! Este
mundo nuestro, ¿no tiene acaso necesidad de alegres testigos y profetas del
poder benéfico del amor de Dios? ¿No necesita también hombres y mujeres que
sepan, con su vida y con su actuación, sembrar semillas de paz y de
fraternidad?(259)
Notas
28. Cf. Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares,
Instr. Essential elementes in the Church's teaching on
Religious Life as applied to Institutes dedicated to works of the apostolate (31
mayo 1983), 5: Ench. Vat., 9, 184. [Regresar]
29. Cf. Summa Theologiae, II-II, q. 186, a. 1. [Regresar]
30. Cf. Propositio 16. [Regresar]
31. Cf. Exhort. ap. Redemptoris donum (25 marzo
1984), 3: AAS 76 (1984), 515-517. [Regresar]
32. S. Francisco de Asis, Regula bullata, I, 1. [Regresar]
33. «Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine; Spiritu
in nube clara»: S. Tomas de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 45, a. 4, ad. 2.
[Regresar]
34. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 1. [Regresar]
35. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 44. [Regresar]
36. Simeón el Nuevo Teólogo, Himnos, II, vv. 9-27: SCh 156, 178-179.
[Regresar]
37. Cf. Discurso en la Audiencia general (9 noviembre 1994), 4:
L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 11 noviembre 1994,
3. [Regresar]
38. Conc. Ecum. Vat. II, Const dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 44.
254. B. Angela de Foligno, Il libro della Beata Angela da Foligno,
Grotaferrata 1985, 683. [Regresar]
255. S. Teresa de Jesús, Libro de la Vida, c. 32, 11. [Regresar]
256. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelica testificatio (29 junio 1971), 3:
AAS 63 (1971), 498. [Regresar]
257. Cf. Propositio 48. [Regresar]
258. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 41. [Regresar]
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