Almudi.org. La madre Teresa y los gitanos
El tío Juan, patriarca de raza y de rezos, presentía que su gente, su
clan, estaba cambiando. El tío Juan era un hombre de larga mirada y palabra
corta. El tío Juan tomó por testigo al sol de Valencia –ese sol que hace
brillar las hojas de los árboles y que juega a los reflejos con la piel de las
naranjas–, y tomó una decisión. Sólo una persona le podía ayudar a
resolver aquellos males. Un santo, decían. Un obispo, dignidad dond...
Almudi.org. La madre Teresa y los gitanos
El tío Juan, patriarca de raza y de rezos, presentía que su gente, su
clan, estaba cambiando. El tío Juan era un hombre de larga mirada y palabra
corta. El tío Juan tomó por testigo al sol de Valencia –ese sol que hace
brillar las hojas de los árboles y que juega a los reflejos con la piel de las
naranjas–, y tomó una decisión. Sólo una persona le podía ayudar a
resolver aquellos males. Un santo, decían. Un obispo, dignidad donde las haya.
Un padre, un pastor, un hombre bueno. Don José María García Lahiguera, se
llamaba. Y allá que se fue el tío Juan a pedirle al obispo que, por la caridad
del amor de Dios, dedicara a alguna monjita, religiosa, madre, a hablar de Jesús,
y de la Virgen María, y del cielo, y del infierno, a los niños de su poblado,
de su pueblo, a los de su raza. El santo obispo, que conocía el corazón del tío
Juan cuando le miraba a los ojos, no lo dudó un instante. Llamó a la reverenda
madre de las Petras, y encarecidamente le rogó que dedicara a una Hermana a los
gitanos del tío Juan. La madre superiora pensó en sor Gertrudis. Ése fue el
principio de la historia...
El arzobispo de Valencia, monseñor García Gasco, con la madre
Gertrudis, doña Loyola de Palacio y Niña Pastori, en Torrente
Pasaron los días, las semanas, y por las cañadas de Torrente se veía
a una joven religiosa rodeada de una chiquillería poco domeñada. A la sombra
de un árbol, no sé si centenario, la madre Gertrudis les enseñaba las
primeras letras de la gramática de Dios, y de los hombres, entre oración y
oración a la Virgen Santísima. Una pizarra, unas tizas y un rosario de cuentas
desgastada fueron sus más elementales recursos pedagógicos. Había pasado ya
el primer día, y el segundo, y aquel tercero en el que un padre desdeñado
arremetió a pedradas con la buena religiosa, porque decía que secuestraba para
no sé qué religión a sus hijos y, sobre todo, les había sacado de los
caminos de la vida y del polvo de las tierras. Sor Gertrudis, con la ciencia de
la Cruz y la sola sabiduría de la Gracia, del cariño, del afecto y de la
entrega, día a día, semana a semana, construía el edificio de una institución,
el Colegio de la Madre Petra, y de una gran familia, la familia de la madre
Petra. O de la madre Gertrudis, que viene a ser lo mismo. Ya lo dijo Graham
Greene, en su Diario: «Si tuviera que partir esta noche y se me preguntara qué
es lo que más me conmueve en este mundo, diría que es el paso de Dios por el
corazón de los hombres. Todo se pierde en el amor y, aunque sea verdad que
seremos juzgados según el amor, es igualmente indudable que seremos juzgados
por el amor, que no es otro sino Dios».
Todo esto ocurrió hace mucho tiempo. Ahora las cosas han cambiado. La
madre Gertrudis, no. Ahora, el árbol se ha convertido en un gran colegio en
donde se preparan cientos de niños para la vida; niños de todos los colores,
de todas las razas, naciones, lenguas y procedencias. Cuando en Roma la Iglesia
hacía una gran fiesta de fe, de esperanza y de caridad, con motivo del XXV
aniversario de la elección de Juan Pablo II, y de la beatificación de la Madre
Teresa de Calcuta, a muchos kilómetros, a cientos de kilómetros, los gitanos
de Torrente le enviaban al Santo Padre su regalo más querido: sus cantos, los
hondos cantos de su alma; sus piropos a la Virgen Majarí Calí, la más
preciosilla gitanilla de las Españas. Y la Niña Pastori volvía a entonar, en
su corazón y con su mirada, el Ave María que un día cantó delante del Papa.
Y el tío Juan, que ya no estaba con su gente, sonreía con la osadía de la
madre Petra, que se había traído de Bruselas a la señora Comisaria, doña
Loyola de Palacio, y a no sé cuántos Consejeros de la Generalitat de Valencia,
y al señor Delegado del Gobierno, don Juan Cotino, y a muchos amigos, todos
ellos payos y gitanos, todos ellos gente de alma y de palabra. ¡Ah! y a la
Guardia Civil, que portaba en andas la imagen de la Virgen gitana. ¡Eso sólo
pasa en España!
Y, en medio del homenaje a la Virgen y al Papa, a alguien se le escapó,
y llamó, a la madre Petra, madre Teresa. ¿En qué estaría pensando la buena
mujer, ella gitana? Pensar que la madre Petra de Torrente se parecía a la madre
Teresa de Calcuta era una jugadita de un ángel del cielo, que pasaba por allí
y se quedó a la fiesta de los payos y de los gitanos, a la fiesta de la Virgen
María y del Papa. Madre Teresa de Calcuta sólo hay una, pero hay tantas madres
Gertrudis que se le parecen... Son las caricias del amor de Dios, y de la
Gracia.
José Francisco Serrano (Alfa y Omega)