Carta pastoral de mons.
Javier Echevarría dirigida a los fieles de la Prelatura y cooperadores del Opus
Dei en ocasión de los veinticinco años del pontificado de Juan Pablo II.
02 de octubre de 2003
Hace veinticinco años se cumplían las bodas de oro de la fundación
del Opus Dei. El Señor dispuso que esa fecha coincidiera con un período de
“sede vacante” en la Iglesia: Juan Pablo I, el Papa que removió al mundo
con su sonrisa en sólo treinta y tres días, había fallecido. Aquel
aniversario de la Obra, preparado con mucha oración y mucha alegría, se vio
empapado por la tristeza de ese luto. Poco después, el 16 de octubre, nos
llenamos de gozo con la elección de Juan Pablo II como sucesor de Pedro. Al
celebrar ahora el vigésimo quinto aniversario de ese acontecimiento, unámonos
al homenaje que millones de personas —creyentes y no creyentes— tributan al
Romano Pontífice.
El hecho de que esa fecha coincida prácticamente con los setenta y
cinco años de vida del Opus Dei, constituye otra oportunidad para descubrir la
actuación de la Providencia, que todo lo gobierna con suavidad (1) y guía la
historia a través de los tiempos. Parece como si el Señor nos confirmara en
una característica esencial del espíritu del Opus Dei: un amor grande a la
Iglesia y a su Cabeza visible, como lo afirmaba nuestro Fundador en 1934, cuando
escribía, tras haberlo predicado frecuentemente: “Cristo. María. El Papa. ¿No
acabamos de indicar, en tres palabras, los amores que compendian toda la fe católica?”
(2). Y en 1964, después de una audiencia que le había concedido Pablo VI,
afirmaba: “en el Opus Dei tenemos un cariño extraordinario y una gran
veneración por la persona del Papa: un cariño y una veneración que queremos
que sea mayor cada día. En mi deseo de servir a la Iglesia, yo he procurado
siempre que mis hijos amen mucho al Papa” (3).
Esos deseos de San Josemaría siguen cumpliéndose, gracias a Dios, en
el mundo entero. Lo testimonian los centenares de millares de almas que reciben
formación en los Centros de la Prelatura o colaboran con sus apostolados. Allí,
los católicos aprenden a rezar diariamente —o se confirman en ese deber
filial— por el Papa, por su persona y sus intenciones; se ven impulsados a
conocer con profundidad sus enseñanzas y a ponerlas en práctica; se les anima
a difundirlas entre parientes, amigos y conocidos, haciendo de altavoz al
magisterio pontificio en los ambientes donde cada uno se desenvuelve. Y los
muchos no católicos —e incluso no cristianos— que ayudan en el Opus Dei
como Cooperadores, respetan y admiran al Santo Padre, en quien descubren —como
otras innumerables personas de corazón recto— a un hombre de Dios, a un intrépido
defensor de los derechos humanos, a un pacificador de los pueblos y de las
conciencias; en el fondo, descubren en el Papa una representación viva de
Jesucristo.
Por la bondad divina, a diario se cumple aquella aspiración de San
Josemaría que he procurado que resonara frecuentemente en vuestros oídos:
Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!: que todos los hombres y mujeres que el Señor
coloque a vuestro lado vayan, con Pedro, a Jesús por medio de María. ¡Gracias,
Señor!, repito una vez más, mientras alzo mi corazón rebosante de cariño a
la Madre de la Iglesia, por cuya intercesión nos llegan todos los bienes.
Con ocasión de este aniversario, habrá en muchos sitios actos de
homenaje en honor de Juan Pablo II, a los que deseamos sumarnos de todo corazón.
Pero los católicos no podemos limitarnos a esas expresiones exteriores de cariño,
ya que se quedaría en algo muy escaso. Los hijos de la Iglesia hemos de acompañar
al Papa, sobre todo, con el ofrecimiento generoso de nuestra oración, de
nuestro sacrificio y de nuestro trabajo por su persona, su salud y sus
intenciones. Procuremos difundir este modo de participar en la efeméride que se
avecina: la oración perseverante y la mortificación generosa han de
encontrarse en la base de todas las manifestaciones de cariño y veneración al
Santo Padre.
Ha transcurrido un año desde la canonización de San Josemaría. Como
os he repetido con frecuencia en estos meses, “el 6 de octubre” no debe
borrarse de nuestra memoria ni de nuestra conducta. Esa fecha ha quedado
esculpida para siempre en la historia del Opus Dei, y a ese recuerdo hemos de
volvernos una vez y otra para reencontrar el impulso hacia la santidad personal
y el apostolado, que aquel día experimentamos con particular intensidad. Las
palabras que pronunció el Romano Pontífice han de alimentar incesantemente
nuestra oración y la de las personas que tratan de acercarse a Dios siguiendo
el espíritu del Opus Dei. Nos señalaba el Papa en aquella ocasión: “elevar
el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el Santo
Fundador os indica, queridos hermanos y hermanas que hoy os alegráis por su
elevación a la gloria de los altares. Él continúa recordándoos la necesidad
de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver
la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con
vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior.
“Siguiendo sus huellas,
difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la
conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos
vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y
servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu.
De este modo, seréis "sal de la tierra" (cfr. Mt 5, 13) y brillará
"vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" “(Mt 5, 16) (4).
Con su ejemplo y con sus palabras, San Josemaría nos enseñó a
recurrir a la Santísima Virgen en todo momento, para manifestar nuestro cariño
y nuestra confianza en su mediación materna. Don Álvaro, primer sucesor suyo
al frente de la Obra, nos exhortaba a esforzarnos «en caminar muy pegados a la
Santísima Virgen, en meter a la Virgen en todo y para todo» (5). Cuidemos con
devoción tierna y recia el rezo del Santo Rosario, especialmente en este mes de
octubre, último del “año del Rosario” proclamado por el Papa. Esmerémonos
en la contemplación de los misterios, en consonancia con las sugerencias del
Santo Padre, que nos exhorta a recordar a Cristo, a comprenderle, a
configurarnos con Él, a rogarle y a anunciarle a los demás, siempre por María
y con María (6).
Al comenzar cada decena, poned en primer lugar las intenciones del
Papa; de este modo, estaréis muy unidos a las intenciones de vuestro Padre y
Prelado. A este propósito, y para terminar, acudo a otras palabras de San
Josemaría: “Hijos de mi alma, tenemos la alegría de saber que Dios nos ha
escogido desde la eternidad y nos ha traído a esta familia del Opus Dei, que
tiene como orgullo servir: servir a todas las almas y, antes que nada, servir a
la Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica; servir al Romano Pontífice con
un amor sin condiciones. Fieles a Jesucristo, dóciles al Magisterio de la
Iglesia, trabajamos y rezamos para extender el reino de Dios, unidos al Papa en
una obediencia filial y profunda” (7).
_____________
NOTAS:
(1) Cfr. Sb 8, 1.
(2) San Josemaría, Instrucción, 19-III-1934, n. 31.
(3) San Josemaría, Apuntes tomados en una conversación, 24-I-1964.
(4) Juan Pablo II, Homilía en la canonización de San Josemaría
Escrivá, 6-X-2002.
(5) Don Álvaro del Portillo, Carta, 9-I-1978, n. 6.
(6) Cfr. Juan Pablo II, "Litt. apost. Rosarium Virginis Mariæ,
16-X-2002", nn. 13-17.
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