Quiero dejar constancia de dos hechos de la vida de San Josemaría respecto a sus hermanos en el sacerdocio.
El primero es como fue a buscar a los sacerdotes que estaban refugiados en los bosques de la Baronía de Rialp; el segundo, la amistad, que duró toda la vida, con el rector de San Julián de Loira, el primer sacerdote que vio y abrazó al llegar a Andorra, Mosén Lluis Pujol.
Cuando en el año 1957, una de las primeras veces que saludé a San Josemaría Escrivá me preguntó de donde era, al decirle que de Seo de Urgel, se dirigió sonriente a Mons. Álvaro del Portillo sugiriéndole que me repitiese las palabras con las que el obispo de Urgel, Iglesias Navarri, en la toma de posesión en Andorra, se dirigió a los andorranos, siguiendo la costumbre tradicional: "Mis hijos y mis vasallos", dijo en catalán D. Álvaro.
San Josemaría había conocido y tratado al obispo Ramón Iglesias Navarri, y quiso acompañarlo en su entrada en el Principado: fue una amistad que duró para siempre.
El nuevo santo era un sacerdote que hablaba siempre de Dios, pero era sumamente humano, un gran amigo de muchos amigos. Tenía un corazón grande, optimista, con esa alegría de vivir que es patrimonio de los hijos de Dios, y que se fundamenta en el amor a la Cruz y en el sacrificio silencioso, escondido y heroico.
De esta alegría en entregarse, quedó constancia (1), cuando pasó los Pirineos a pie hacia Andorra, porque su vida corría peligro a causa de la persecución religiosa que se había desatado. Supo encontrar tiempo para visitar, y si hacía falta para poder atender a compañeros suyos sacerdotes de la diócesis de Urgel, en su paso por aquellos lugares, donde estaban escondidos.
También otro hecho que nos demuestra la total confianza en la protección de la Madre de Dios, que en esta ocasión lo fortaleció especialmente.
El 19 de noviembre de 1937 se hallaba en el autobús de Barcelona a Seo de Urgel con otros seis, dos más se les unirían mas tarde. En Oliana encontraron al guía que les iba a acompañar en esta aventura que duró hasta el 2 de diciembre que llegaron a San Julián de Loira.
Cuando los seis primeros hombres de la expedición que se reuniría para dirigirse a Andorra llegaron a la Baronía de Rialp el guía, Pere Sala, les dejó en la rectoría del templo parroquial de Pallerols, que estaba destrozado desde el inicio de la guerra. Los situó en una pequeña habitación, de techo bajo y una bóveda que era un horno para cocer pan, propio de una casa de campo.- No abran la puerta a nadie, les recomendó Pere, antes de volver a su casa, la masía de Vilaró. Quedaron en que pasaría a recogerles al día siguiente a las nueve de la mañana.
Aquella noche san Josemaría no pudo dormir; tenía el sufrimiento moral de dejar al otro lado a su madre, a sus hermanos y también a muchas almas que tenía a su cargo. Fueron unas horas de oración intensa, para que el Señor -por intercesión de la Virgen Santísima- disipase las dudas y le hiciese ver claramente cómo tenía que comportarse: continuar hacia Andorra o volver con los que había dejado.
En esta situación comentaba su primer sucesor, Álvaro del Portillo, hizo algo que nunca recomendó, porque no hemos de tentar a Dios pidiéndole cosas extraordinarias. No tentó a Dios; fue una moción del Espíritu Santo. El caso es que decidió: si en el término de unas horas encuentro una rosa de madera estofada, eso significa que la Virgen quiere que vaya al otro lado.
Así describe uno de los acompañantes, el Prof. Jiménez Vargas, los hechos del 22 de noviembre de 1937: A la hora señalada la noche anterior, nos levantamos con la idea terminar la Misa antes de que llegase Pere, que nos tenía que acompañar al bosque. Nuestro Padre estaba profundamente afectado, sin ningún motivo, sin que nadie de los que estábamos allí pudiese encontrar motivo para esta situación de abatimiento (...) Nadie dijo nada. Entre el silencio y la preocupación general salió del horno, seguramente para bajar a la iglesia que estaba destrozada por dentro a hacer oración. Volvió después de un rato, tal vez media hora,totalmente cambiado. Venía muy alegre y traía una rosa de madera. Sin duda era de la decoración de la iglesia, seguramente del altar de la "Mare de Déu del Roser". Como supimos muchos años después, los milicianos en el año 1936 destruyeron los retablos y las imágenes, y los quemaron en el campo.
Comenta uno de los acompañantes, Pedro Casciaro, que así como nunca había visto al Padre tan afligido como la pasada noche, tampoco nunca lo vi tan feliz como aquella mañana.
Al volver, con la rosa de madera en sus manos, celebró la Santa Misa en la habitación al lado del horno, que parecía el comedor de la casa, utilizando como altar una mesa rústica que estaba allí y recuerda Casciaro: Si bien estábamos ya habituados a su piedad en el Santo Sacrificio, aquella vez, por las circunstancias extraordinarias e inmediatas, aun fue más emocionante para todos.
Cuando terminó la Misa, era la hora convenida con Pere para pasar a recogernos. Después del sufrimiento de la pasada noche, el trayecto de Pallerols a los bosques de Rialp, la mañana de aquel 22 de noviembre, resultó un agradable paseo. Pere Sala iba delante, atento a descubrir alguna posible pieza para la comida de aquel día. San Josemaría terminó por ganarse su simpatía con la amena conversación que tuvieron. Viéndole de tan buen humor, nadie diría que solo pocos horas antes había experimentado una prueba interior muy dolorosa. Pocas veces explicaba el Fundador la historia de esta rosa de madera que encontró entre las ruinas de la iglesia de Pallerols. La mayor parte de las veces, cuando sus hijos preguntaban detalles de esos momentos, desviaba el tema y nos invitaba a considerar la bondad de Dios. Así se expresaba en una tertulia años después.
- Es una rosa de madera estofada, sin ninguna importancia... Allí cerca de los Pirineos catalanes la tuve por primera vez en las manos. Fue un regalo de la Madre de Dios,y por la que nos vienen todas las cosas buenas (2) (3)
No explicaba esta cosas por dos motivos. En primer lugar por humildad porque era el protagonista de los hechos, el que recibía estas gracias, estas delicadezas del Señor y por otro lado, no le interesaba divulgar, ni entre sus hijos, estas caricias del Señor, para que todos supiesen bien y viesen que es preciso hacer el Opus Dei, no con hechos milagrosos repetía el Fundador, si no porque es voluntad de Dios.
En cierta ocasión, después de haber aludido a este hecho del 22 de noviembre de 1937, comentaba en una tertulia: -No olvidéis, hijos míos, que lo que es sobrenatural para nosotros se encuentra en las cosas ordinarias (4)
Su afán de almas no conocía límites. Por eso cuando supo que había algunos sacerdotes refugiados en una cabaña de aquella zona, quiso ir a visitarlos, para animarles en aquellos momentos difíciles y ofrecerles su ayuda sacerdotal, si era necesaria. No paró hasta que Pere Sala le señaló el camino que tenían que seguir. La cabaña donde estaban aquellos sacerdotes estaba a una hora de distancia, aproximadamente, desde el lugar donde ellos tenían la suya. Un día fueron a saludarles. Estuvieron con ellos más de una hora, y se quedaron a comer. Después de la tertulia, el Padre habló con alguno de esos sacerdotes, paseando por el bosque. Recibieron una inyección de optimismo y de visión sobrenatural. En otro momento fueron a verles el Profesor Juan Jiménez Vargas y otros por encargo del Padre. Aquellos buenos sacerdotes - escribe Pedro Casciaro - Agradecieron mucho las vistas y el poder conversar con otro sacerdote y con buenos cristianos que les podían explicar las cosas que habían pasado en España y en el mundo durante tantos meses que llevaban escondidos.
Había otro sacerdote que estaba refugiado en Vilaró, entre los trabajadores de la masía. Era de Pons y se llamaba Mosén Esteve. Un día vino donde estaba el Padre para hablar un rato con él. Después volvió otras veces, ya que se hizo muy amigo de nuestro Fundador. El Prof. Jiménez Vargas recuerda que los acompañó muchos ratos a buscar setas por el bosque, y que les enseñó a prepararlos a la brasa. Después de estos días de aventura, que describen con todo detalle los protagonistas, el jueves 2 de diciembre llegaron a Andorra. Los guías avisaron que se encontraban en tierra andorrana desde hacia un rato; no se lo dijeron antes para evitar las reacciones de alegría propias de estos casos facilitasen que los milicianos pudiesen descubrir a alguien porqué no era extraño que a veces hicieran incursiones en terreno andorrano. Uno de ellos describe: Cada uno de los componentes expresaba su alegría a su manera, y muchos, ruidosamente. Pero el agradecimiento a Dios nuestro Señor fue unánime.
El Padre empezó una acción de gracias -escribe Pedro Casciaro- pienso que fue la Salve, pero realmente no lo recuerdo: tardé un cierto tiempo en reaccionar y darme cuenta de que todo había pasado. Tal vez fuera la misma alegría que impedía creerlo del todo. (...) Fue amaneciendo. Yo, al menos, acabé de convencerme de que ya estábamos en Andorra cuando apareció ante nuestra vista, en el valle, un pueblecito. Nos dijeron que era Sant Julià de Loira. Después he pensado que uno de los nombres que impusieron a nuestro Fundador en el Bautismo fue precisamente Julián. Por lo demás, sólo recuerdo que, en aquellos primeros momentos de sentirnos libres, oí decir varias veces a nuestro Padre: "Deo gratias!... Deo gratias!..."
Seguimos andando hasta Andorra la Vella, capital del Principado, Allí, en plena calle, sucedió un hecho que retrata bien el carácter de San Josemaría Escrivá y de su veneración por el sacerdocio. Nos encontramos con un sacerdote, y el Fundador lo abrazó sin más explicaciones, diciéndole que no podía imaginarse la alegría que le daba ver una sotana. Inmediatamente se dio a conocer, y aquel buen sacerdote que era Mosén Lluis Pujol, se llenó también de alegría y atendió a nuestro Padre y a sus acompañantes con cordial hospitalidad. Se inició así una amistad que duraría toda la vida. Con el paso de los años, Mosén Pujol recordaría aquel primer encuentro con nuestro Fundador que le llenó de admiración y cariño.
En el centenario del nacimiento de San Josemaría Escrivá de Balaguer podemos pedir su intercesión, para que no falten vocaciones sacerdotales, i de toda clase, en el obispado de Urgel y en todo el mundo.
1. Pedro Casciaro, oc, pàg. 111.
2. Pedro Casciaro, oc, pàg. 111.
3. Pedro Casciaro, oc, pàg. 111.
4. Pedro Casciaro, oc, pàg. 112.
Mn. Joaquim Monrós i Guitart
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