Almudi.org. Unidad de dos
1.
Dos formas de humanidad.--- Es
evidente que existen dos modos de ser hombre: varón y mujer. Ambos comparten idéntica
naturaleza pero la encarnan de forma radicalmente diversa. Más allá de las
funciones sexuales o psicológicas, la distinción radica en la persona, de la
que hay en el hombre dos versiones originarias e irreductibles: la masculina y
la femenina. A esta doble per...
Almudi.org. Unidad de dos
1.
Dos formas de humanidad.--- Es
evidente que existen dos modos de ser hombre: varón y mujer. Ambos comparten idéntica
naturaleza pero la encarnan de forma radicalmente diversa. Más allá de las
funciones sexuales o psicológicas, la distinción radica en la persona, de la
que hay en el hombre dos versiones originarias e irreductibles: la masculina y
la femenina. A esta doble personeidad en igual humanidad la llamamos
"unidad de dos", existencia dual o unidualidad.
2.
La “unidad de dos” se
manifiesta en el amor.--- Esta “unidad en la distinción” se pone de
manifiesto en las relaciones personales. Siempre que hablamos de “relaciones personales” sobreentendemos que éstas son, de un modo o de
otro, amorosas, incluida la mera amistad. No cabe otro modo de relacionarse dos
personas en cuanto tales si no es abriéndose, aunque sea mínimamente, al amor
mutuo. Como ha repetido Juan Pablo II, sólo el amor es una actitud adecuada a
lo que la persona es.
3.
La “unidad de dos” implica la
igualdad. El mejor ejemplo es el deporte olímpico, donde se realza y
celebra la igualdad en la naturaleza. La medalla de oro del varón, en efecto,
no es más gloriosa que la de la mujer: no por correr más rápido su premio es
más merecido (en cambio en carreras de caballos o perros compiten machos y
hembras juntos). El lema de los juegos olímpicos, más allá del campo del
deporte, sintetiza de modo luminoso el núcleo mismo de la naturaleza humana:
“citius, altius, longius” (más rápido, más alto, más lejos): el
hombre sólo es hombre superándose, vive rebasándose, está por hacer, es
autotarea. Pues bien, esta fórmula incumbe por igual a varón y mujer, si bien
la cumplen de modo diverso: “eadem sed
áliter”.
4.
La “unidad de dos” se inventa
artísticamente.--- Para explicarlo proponemos ahora el ejemplo del coro
polifónico. En él las voces masculinas y femeninas se armonizan distinguiéndose,
complementándose, destacándose mutuamente, hasta lograr lo que podríamos
llamar la “voz del hombre total”. Es una “unión hecha de distinción”:
cuanto más se compenetran las voces, tanto más femenina es la de ellas y
masculina la de ellos. Análogamente existe una “voz total” en la familia y
en la sociedad, que resulta de convivir varones y mujeres de un modo armonioso,
bello, creativo: cuando esto ocurre, el resultado supera la suma de los valores
de unos y otras: “lo cantado” en el gran concierto de la convivencia entre
varón y mujer es propiamente “lo humano”. Esta complementación, como
sucede en el coro, sólo suena bien cuando se inventa artísticamente en función
del respeto y admiración mutuos.
5.
La “unidad de dos” como paradigma de toda relación personal.--- Según aparece en el Génesis, la relación
entre Adán y Eva ilumina la estructura básica de toda relación personal. En
otras palabras, la relación entre varón y mujer representa la figura o icono
de toda relación entre persona y persona. Obviamente no significa que la simple
amistad, por ejemplo entre compañeros deba asimilarse a la relación erótica
en el plano físico o psicológico. La analogía del amor erótico se limita
exclusivamente a los siguientes elementos, que en él aparecen de modo paradigmático:
a) Alteridad.
En efecto, toda relación personal es ante todo dual, cosa de dos, dialógica.
Las estructuras colectivas (familia, pandilla, tertulia, asociación, club,
etc.) sólo tienen estructura personal cuando en su interior es posible el tú a
tú.
b) Reciprocidad.
Consiste en que las dos personas se conocen conociéndose, se reciben dándose,
se afirman abnegándose, etc. La reciprocidad implica “salir de sí” (eso
significa etimológicamente “éxtasis”) para acceder al otro.
c) Corporeidad.
Incluso la mera amistad, aunque no sea en absoluto un amor corporal o sexual,
requiere tres condiciones que podríamos llamar “corporales”:
1) La
presencia corporal al menos posible. Con un personaje del pasado o del
futuro, o imaginario, no es posible una verdadera relación personal (caso
distinto es la amistad con los santos y los ángeles, de la que no tratamos aquí).
Hemos dicho presencia “al menos posible” porque cabe una verdadera amistad
entre personas que quizá no se encuentren nunca, por ejemplo los que se tratan
por e-mail: en tal caso, precisamente por ser amigos no descartarán el
encuentro personal, por improbable que sea. La posibilidad del encuentro es
ingrediente esencial de la amistad escrita.
2) No cabe relación personal
sin contar con la condición sexuada:
es imposible, por ejemplo, una auténtica amistad por Internet sin conocer con
certeza el sexo del interlocutor, aunque la intención no sea en absoluto de
flirteo. Sin conjugar el género gramatical es imposible conversar con nadie.
3) El significado esponsal
del cuerpo también pertenece a toda relación personal, aunque ésta no sea
erótica. El elemento esponsal (de spondeo,
comprometerse, prometerse) presente en la morfología del cuerpo humano
(frontalidad, rostro, identidad, gesto, etc.) ya evoca el horizonte vocacional
en que se mueve toda amistad, sea del tipo que sea. Este horizonte común
consiste en la comunión amorosa, a la cual tiende toda vocación personal.