Almudi.org. Complementariedad
complementariedad
(11-8-03)
1.
Hay dos “encarnaciones” de la naturaleza humana, igualmente plenas:
el varón y la mujer. La vivencia de esta “unidad de dos” (v.) o
“diferencia en la igualdad” es lo que llamamos complementariedad. En virtud
de ella varón y mujer existen ordenados el uno al otro como a su plenitud. Por
tanto la complementariedad no se reduce a una cualidad...
Almudi.org. Complementariedad
complementariedad
(11-8-03)
1.
Hay dos “encarnaciones” de la naturaleza humana, igualmente plenas:
el varón y la mujer. La vivencia de esta “unidad de dos” (v.) o
“diferencia en la igualdad” es lo que llamamos complementariedad. En virtud
de ella varón y mujer existen ordenados el uno al otro como a su plenitud. Por
tanto la complementariedad no se reduce a una cualidad física o psíquica sino
que se inscribe en el plano espiritual, o lo que es lo mismo, radica en la
persona.
2.
La complementariedad se vive como una deuda innata con el sexo opuesto.
Induce a descubrir la humanidad propia reflejada en el complementario, y a
asimilarla mediante la amistad: celebrándola, fomentándola y respetándola. El
varón, por ejemplo, interioriza los valores femeninos de tal modo que, lejos de
afeminarse, encuentra en sí nuevas vetas de masculinidad. Y de modo simétrico
ocurre con la mujer.
En
cambio, cuando la complementariedad se posterga o ignora (pragmatismo, machismo,
pornovisión, ramplonería, moralismo, etc.) la común humanidad se intoxica de
mentira y se empobrece.
3.
Complementariedad dentro de cada
individuo.--- Algunos autores (Jung, Woolf, Moeller, Ballesteros, Castilla,
Elósegui, etc) han hecho notar cierta complementariedad no sólo entre varón y
mujer, sino en el interior de cada individuo. La experiencia enseña, en efecto,
que hay valores tradicionalmente atribuidos a la mujer (ternura, delicadeza,
intuición) que por ser humanos se dan igualmente en el varón, pero de modo
masculino. Y viceversa ocurre en la mujer con valores como fortaleza, valentía,
disciplina, audacia etc. La diferencia está en el estilo o talante con que se
viven más que en su contenido, por más que el lenguaje corriente lo exprese
clasificando según el género. Aparte de los prejuicios sexistas que hayan
influido en ello, este modo de hablar refleja una realidad muy profunda: que nuestra comprensión misma de lo
humano es naturalmente sexuada: varón y mujer simbolizan, cada uno por
su parte, aspectos diversos de la humanidad que les es común. De ahí la
importancia de vivir la complementariedad, por ejemplo mediante la colaboración
doméstica, de modo que esta intuición luminosa del lenguaje sea fuente de
enriquecimiento mutuo, y no degenere en esquematismos mentales y
discriminaciones morales, como ha sido tan frecuente en la Historia.
4.
Amistad complementaria y amor de complementariedad.--- Son dos realidades
diferentes aunque relacionadas. La amistad o trato complementario es todo el que
tiene lugar entre varón y mujer contando con la condición sexuada respectiva,
manifestada en el significado esponsal de sus cuerpos, sin que ello signifique
necesariamente amor erótico. Partiendo de la conciencia de su mutua
complementariedad es posible que hombre y mujer sean simplemente amigos, incluso
muy amigos, sin ser novios. Así sucede en muchos ámbitos, donde la apertura
recíproca ensancha y ahonda la convivencia: hermanos, compañeros de estudio o
trabajo, pandilla, asociación, deporte, etc. Esta valiosa forma de amistad, que
conlleva respeto y fidelidad al propio estado y vocación, se distingue
netamente del “amor de
complementariedad”, que es el propiamente erótico o esponsal. Este es el que
se establece no sólo contando-con
la complementariedad, sino en-función-de
ella. Surge entonces una relación radicalmente nueva, con un estatuto ético
y estético diverso, en el las palabras y los gestos ordinarios quedan
transfigurados. La finura del amor consiste precisamente en captar tales matices
y ser fiel a sus exigencias.
5.
Complementariedad y cultura.--- La
cultura misma por el hecho de ser humana es sexuada, dual; se desarrolla en toda
su amplitud bajo el signo de la complementariedad, creando así como un campo
magnético que ordena el comportamiento y le confiere seriedad, hondura, interés
humano. Este proceso nace en la intimidad familiar y después toma cuerpo en
tradiciones, costumbres e instituciones. Actitudes como la admiración mutua, el
respeto, la delicadeza, la modestia, la compostura, etc., empiezan viviéndose
como usos familiares, colaboración doméstica, arreglo personal, atuendo,
decoración, etc.; y de aquí la complementariedad trasciende a las estructuras
sociales: educación, comunicación, política, finanzas, ciencia, arte, etc.
Esta cultura dual, marcada por al apertura recíproca del varón y la mujer a
todos los niveles, presenta, entre otros, dos beneficios:
a)
Pone de relieve que las personas priman valen más que las cosas, y las
relaciones interpersonales priman sobre los objetos ordenados a ella. Desde el núcleo
matrimonial y familiar la complementariedad alienta la cultura y le hace ser convivencia
más que conveniencia. Faltando la estructura unidual, en cambio, la cultura
pierde su razón de ser y se queda en mera etiqueta convencional expuesta a la
manipulación ideológica.
c)
La cultura complementaria o unidual es esencialmente festiva, porque varón y
mujer se saben misterio el uno para el otro, y el conocimiento mutuo surge de
celebrarlo.