Almudi.org. La Iglesia en Europa
AGUSTÍN VILLANUEVA/La Verdad, 8-VIII-2003
En el proceso de integración del continente, es de importancia capital
tener en cuenta que la Unión Europea no tendrá solidez si queda reducida sólo
a la dimensión geográfica y económica, pues ha de consistir ante todo en una
concordia sobre los valores que se exprese en el derecho y en la vida. Juan
Pablo II ha promulgado la exhortación apostólica Ecclesia in Europa en la que
afirma la pe...
Almudi.org. La Iglesia en Europa
AGUSTÍN VILLANUEVA/La Verdad, 8-VIII-2003
En el proceso de integración del continente, es de importancia capital
tener en cuenta que la Unión Europea no tendrá solidez si queda reducida sólo
a la dimensión geográfica y económica, pues ha de consistir ante todo en una
concordia sobre los valores que se exprese en el derecho y en la vida. Juan
Pablo II ha promulgado la exhortación apostólica Ecclesia in Europa en la que
afirma la permanente actualidad del patrimonio cristiano de Europa, y es por
ello que hay que reconstruir la nueva Europa atendiendo a sus raíces
cristianas.
Europa ha sido impregnada amplia y profundamente por el cristianismo
-no hace falta más que darse una vuelta por Europa, y sobre todo por la Europa
de las llamadas tristemente democracias populares (que no eran ni demócratas ni
populares)-. Entre las raíces culturales de Europa se han de recordar el espíritu
de la Grecia antigua y de la romanidad, las aportaciones de los pueblos celtas,
germanos, eslavos, ugrofines, de la cultura hebrea y del mundo islámico. Sin
embargo, se ha de reconocer que estas influencias han encontrado históricamente
en la tradición judeocristiana una fuerza capaz de armonizarlas, consolidarlas
y promoverlas. En el proceso de construcción de la casa común europea debe
reconocerse que este edificio ha de apoyarse también sobre valores que
encuentran en la tradición cristiana su plena manifestación. Tener esto en
cuenta beneficia a todos.
En Ecclesia in Europa se quiere recordar la pérdida de la memoria y de
la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de
indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos dan la impresión de vivir
sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio
recibido a lo largo de la historia. Por eso no han de sorprender demasiado los
intentos de dar a Europa una identidad que excluye su herencia religiosa y, en
particular, su arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos
que la conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del
cristianismo. En muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico
-gracias a Dios, como suele decirse- que creyente: se tiene la impresión de que
lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que
no es indiscutible ni puede darse por descontada.
Esta pérdida de memoria cristiana va unida a un cierto miedo a
afrontar el futuro, del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestran el
vacío interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la
vida. Se está dando una difusa fragmentación de la existencia, prevalece una
sensación de soledad, se multiplican las divisiones y las contraposiciones;
ejemplos: grave fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del concepto
mismo de familia, la persistencia y los rebrotes de conflicto étnicos, el
resurgir de algunas actitudes racistas, el egocentrismo que encierra en sí
mismas a las personas y a los grupos, el crecimiento de una indiferencia ética
general y una búsqueda obsesiva de los propios intereses y privilegios.
Junto con la difusión del individualismo, se nota un decaimiento
creciente de la solidaridad interpersonal: mientras las instituciones
asistenciales realizan un trabajo benemérito, se observa una falta del sentido
de solidaridad, de manera que muchas personas, aunque no carezcan de las cosas
materiales necesarias, se sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin lazos
de apoyo afectivo. En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento
de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de
pensar ha llevado a considerar al hombre como el centro absoluto de la realidad,
haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el
hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hacer al hombre. En este
contexto se ha abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del
nihilismo, en la filosofía; del relativismo, en la gnoseología y en la moral;
y del pragmatismo y hasta el hedonismo cínico, en la configuración de la
existencia diaria. La cultura europea da la impresión de ser una apostasía
silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no
existiera. Europa, ponte en vela, reanima lo que te queda.
Agustín Villanueva es profesor de Economía Aplicada de la Universidad
Miguel Hernández.
http://www.laverdad.es/alicante/pg030808/prensa/noticias/Articulos_Alicante/200308/08/ALI-OPI-235.html