1. Dado el objeto central de este Vocabulario, que es la belleza integral de la persona, lo que nos interesa del arte es principalmente su influjo en la convivencia humana. Desde la Antigüedad clásica y sobre todo desde el Renacimiento la pintura y la escultura han interpretado el amor, la amistad, la virtud, la gloria, la vocación, la feminidad, etc., en términos plásticos, y así han marcado una pauta para comprender visualmente al hombre, al menos en Occidente. Los recursos del lenguaje artístico han llegado a ser para nosotros auténticas claves hermenéuticas de lo humano: el gesto, el ropaje, la textura, la escenografía, el movimiento, la luz, el color, la perspectiva, etc. Este riquísimo patrimonio simbólico, que estudia la Iconología, opera en nuestro subconsciente más de lo que sospechamos. En gran medida comprendemos nuestra figura según categorías de la gran tradición iconográfica de Occidente.
Asumiendo esta tradición, expresándola y renovándola existen en la vida ordinaria ciertas actividades que tienen por eje el simbolismo de la figura humana. Me refiero a lo que podemos llamar artes de la presencia: por un lado el arreglo personal y la indumentaria, que remiten al diseño de moda, y por otro las artes domésticas, el interiorismo, la arquitectura, el diseño industrial, etc. A su vez, sobre este proceso ya de por sí complejo, viene actuando desde hace medio siglo el influjo de las artes fotográficas (que incluyen cine, televisión, vídeo, etc.), las cuales invaden todos los ámbitos de la cultura, hasta el punto de constituir el núcleo y como el eje de la era de la comunicación.
Ahora bien, esta formidable transformación de la imagen visual del hombre requiere una reflexión crítica. Aunque hay una evidente continuidad entre la imagen plástica y la fotográfica, el entronque entre una y otra se demuestra sumamente problemático. No es posible, por ejemplo, llamarlas “arte” en el mismo sentido. El concepto moderno de arte fue inventado en el siglo XVIII en función, principalmente, de las artes plásticas (llamadas por antonomasia “bellas artes”: pintura y escultura) y no encaja con la fotografía, que presenta un planteamiento netamente distinto: el arte plástico produce un objeto, la fotografía asiste a una historia; el primero manipula una materia, la segunda induce a una mirada.
El problema apenas rebasaría el terreno de la estética si no fuera por estar implicado en él la figura humana, y por tanto la interpretación de lo humano (v. cuerpo humano, 4). Y así, cuando la fotografía (sobre todo cine y publicidad) adopta sin sentido crítico las categorías de las artes plásticas, induce a una mirada cosificante, que interpreta a las personas como objeto de contemplación estética: no una vida que acontece sino un objeto que se exhibe.
Por desgracia esta des-figuración del hombre (y sobre todo de la mujer) se ha convertido en rasgo dominante de nuestra civilización audiovisual. Sus consecuencias se dejan sentir de modo sutil pero implacable, como ha puesto de manifiesto el debate sobre la anorexia. Sin el necesario sentido crítico, la anti-cultura visual cala fácilmente en la actitud, originando una auténtica abolición de la intimidad: la convivencia pierde hondura, variedad, lirismo; varón y mujer olvidan cómo entenderse; la afectividad se encallece; el sentido simbólico se anula; el lenguaje se contamina de afectación, trivialidad y mentira...Para abordar tan complejo fenómeno con la debida perspectiva empezaremos por recordar la génesis de la idea de arte, para extraer después algunas conclusiones desde el punto de vista antropológico y ético. En otros artículos de este Vocabulario analizaremos más despacio las cuestiones que apuntaremos a continuación.
2. Arte viene de ars, que designa en latín toda destreza o habilidad que se atiene a las leyes de un oficio (arte del orador, del alfarero, del soldado, del jurista, del geómetra, etc.). Ars se aproxima a lo que nosotros llamamos “técnica”; no en vano este vocablo proviene del griego techne que significa sustancialmente lo mismo que el ars latino. En la antigüedad clásica ars y techne se traducían entre sí con facilidad. Pues bien, desde el siglo V a. C. hasta el Renacimiento no hubo en Occidente otro concepto de arte que el de ars / techne. Cierto que en la Edad Media abundaron las clasificaciones, por ejemplo según si el arte requería esfuerzo físico (artes manuales o vulgares) o estaba libre de él (artes liberales). Pero lo esencial de la noción permanecía intacto, a saber: arte es la destreza que se ejerce según sus reglas correspondientes.
Desde el Renacimiento comienza a gestarse el nuevo concepto, que culminará en el siglo XVIII. El primero en elaborarlo sistemáticamente fue Charles Batteux en 1747. La pintura y la escultura, junto con algunas más, se propusieron como paradigma, de modo que la expresión “bellas artes” acabó equivaliendo a “arte” en general. Sus características esenciales son:
a) El arte ya no es, ante todo, una actividad (pintar, esculpir, labrar) sino su producto o resultado: el cuadro, la estatua, la joya. Por tanto arte viene a ser, principalmente, una categoría de objetos.
b) La cualidad que distingue a estos objetos es la belleza, pero entendida ésta como aptitud para suscitar agrado estético, a diferencia del mundo clásico, que la concibe más bien como un valor objetivo. Con el nuevo arte nacía así, de modo correlativo, la idea moderna de belleza.
A partir de ahora, por consiguiente, el arte vendrá definido en función del producto más que de su producción; del espectador, más que del artista; del disfrute subjetivo, más que de la utilidad objetiva. Con ello se dejaba fuera del olimpo del arte a multitud de oficios y actividades, hasta que con el paso del tiempo quedó reducido a las llamadas “artes plásticas o visuales”: pintura, escultura, arquitectura.
Ciertamente esto significaba tomar conciencia, como nunca hasta entonces, de la índole peculiar de la obra de arte. Se reconoce en ella algo de misterioso y único, que la distingue del resto de las obras humanas. Sin duda era un gran avance del espíritu humano, pero llevaba consigo, no obstante, el lastre de ciertos prejuicios intelectuales de la época. El más importante es la contraposición, típicamente ilustrada, entre lo útil y lo bello. Lo útil representa el poderío técnico avalado por la ciencia experimental; lo bello pertenece al campo del sentimiento subjetivo, desligado de toda aplicación práctica. Entre belleza y utilidad se abre un abismo. Esta dicotomía, con todos sus matices y salvedades, se mantuvo a través del siglo XIX, y aún del XX, sobre todo a través de tres instituciones:
a) Las academias de Bellas Artes (hoy facultades de bellas artes). A pesar de numerosos cambios de enfoque, contenido y metodología, estas instituciones, como sugiere su propio nombre, mantienen básicamente la definición ilustrada de arte: cierta clase de objetos que proporcionan un peculiar disfrute subjetivo.
b) Los museos de Bellas Artes. Materializan la idea de que las obras de arte pertenecen por definición a un “mundo aparte”, cuasi-sagrado, y deben mantenerse a cubierto del uso ordinario y vulgar. (Obviamente los museos actuales mantienen una actitud mucho más crítica y abierta).
d) La Historia del Arte. Esta disciplina, nacida en el siglo XIX, funda su metodología en la noción ilustrada de arte. En consecuencia selecciona aquellos objetos que entran en la definición moderna de arte (cuadros, estatuas, edificios suntuarios, joyas, cerámicas, etc.) dejando aparte los demás. El problema de este método es que encaja muy difícilmente con épocas y latitudes extrañas a la Modernidad europea (el pintor románico no era consciente de realizar “obra de arte” alguna). Hay que decir, para matizar el esquematismo de esta aseveración, que la Historia actual del Arte ha flexibilizado mucho sus criterios, y su aportación representa un acervo inestimable de cultura y humanismo.
3. A continuación esbozamos algunas consecuencias antropológicas y éticas del concepto ilustrado de arte aplicado al contexto actual.
a) La definición del arte como una categoría de objetos más que de actividades impide apreciar el valor artístico del trabajo ordinario, que a veces es muy notable. El trabajo posee un sentido narrativo y dramático, del cual carecen las artes plásticas.
b) Al poner las artes plásticas como paradigma de las demás se oscurece el valor estético del cine. El cine no propone la contemplación de un objeto sino de una historia; no de una construcción física sino de un personaje.
c) Las artes plásticas (pintura, escultura, arquitectura) también se ponen como prototipo de las artes visuales (todas las que se aprecian con la vista). Sin embargo plástico y visual no son sinónimos. Plástico, del griego “plastikós”, moldeable, alude a la manipulación de una materia física, bien directamente, como la escultura, bien virtualmente, como la pintura. Sin embargo el mundo de la belleza visual es mucho más amplio. Ejemplo principal es la figura humana que, aunque puede representarse plásticamente nunca es sólo una forma plástica. En este sentido es frecuente reducir la figura de la mujer (estilo, talle, apostura, donaire, garbo, etc.) que es una realidad visual, a sus caracteres plásticos (volumen, proporciones, talla, epidermis, vellosidad, color, etc.).
d) La contraposición entre útil y bello, que aún persiste anacrónicamente, deshumaniza el mundo de la técnica. Por otro lado hay realidades eminentemente creativas como el cine y el diseño que no se entienden sin la ingeniería.
e) Considerando la belleza ante todo como cualidad propia de la obra de arte, fácilmente se olvida la belleza de otras realidades humanas que no son artísticas: la presencia, el encuentro, la visita, la convivencia, la amistad, el amor esponsal, etc. Con ello se pierde la fuente originaria de toda forma de belleza, que es la comunión interpersonal.
f) Esta conexión demasiado estrecha entre las nociones de belleza y arte, tal como aparece en muchos manuales, conduce a reducir la Estética a Teoría del Arte, y la Teoría del Arte a Teoría de la obra de arte. Consecuencia grave de esta reducción es abandonar la dimensión estética de la vida ordinaria, a la cual no se le presta la atención que merece.
Pablo Prieto
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