Celebración de la Palabra en el Seminario Mayor de
Madrid (16-VI-1993)
–
La vocación sacerdotal
–
Oración y Eucaristía
–
Importancia del estudio
–
Don del celibato
–
Dirección espiritual y fraternidad sacerdotal
–
El amor no pasa nunca.
Amadísimos
seminaristas, queridos sacerdotes:
1.
Habéis venido, en esta radiante mañana, para alabar junto a Dios Padre, por
Jesucristo, y en la comunión y la paz del Espíritu Santo, por el día que
comenzamos, por habernos redimido con su sacrificio eterno. Y, especialmente,
para darle gracias por el don precioso de la vocación al sacerdocio y a la vida
consagrada.
Habéis
venido de todas las diócesis de España y de numerosas casas de formación de
Institutos de vida consagrada y de sociedades de vida apostólica. Los lugares,
las circunstancias y los modos concretos de realizar vuestra vocación son bien
diferentes. Y, sin embargo, en su raíz última y en su significado fundamental
vuestra vocación es la misma, pues nace del amor de Jesucristo por cada uno de
vosotros.
Acabamos
de escuchar en la lectura del apóstol Pablo (1 Cor 13, 8). De ese amor que
nunca falla y que supera toda medida nace la Iglesia, la humanidad redimida por
el amor de Cristo, y capacitada, por el don de su Santo Espíritu, para vivir en
el amor, que es la plenitud de la vocación humana.
2.
Al encontrarme hoy con vosotros, queridos seminaristas de tantos lugares de España,
una inmensa alegría invade mi corazón de Pastor. El Señor os ha mirado a cada
uno con una ternura y un amor infinitos, para recorrer con vosotros una historia
de salvación y asociaros de un modo especial a su persona mediante el
sacramento del Orden. ¿Cómo no llenarse de gozo ante esta promesa de futuros
sacerdotes, de generosos obreros de la mies con que el Señor nos bendice? ¿Cómo
no alegrarme con todos vosotros, con vuestros Obispos y formadores, con vuestras
respectivas diócesis y con toda la Iglesia, viendo fructificar la llamada de
Dios en vuestros corazones?
A
este propósito, no puedo por menos de manifestar mi viva gratitud a tantos
formadores y profesores que, mediante su labor -a veces oculta y sacrificada-,
prestan un precioso servicio a la Iglesia, en un campo tan delicado como es el
de la preparación de los futuros ministros de Dios.
El
himno de la caridad que hemos proclamado en nuestra plegaria de Laudes, nos sitúa
en el momento de gracia que estamos viviendo, dice el Apóstol, y la nueva
Alianza en Jesucristo es la prueba de ese amor eterno de Dios, de su infinita
bondad para con los hombres. En este encuentro de oración quiero ayudaros a
penetrar en este profundo misterio de alianza, para que os preparéis a vivirlo
un día con toda responsabilidad y entrega. La Iglesia, consciente de la
trascendencia de vuestra formación para el ministerio sagrado, ha reflexionado
en el último Sínodo de Obispos, dedicado a la formación de los sacerdotes en
la situación actual; y sus frutos he querido presentarlos en la Exhortación
Apostólica Pastores dabo vobis, con
la viva confianza de que, quiénes os preparáis para el sacerdocio, la hagáis
vuestra.
3.
El secreto de toda vuestra formación -humana, espiritual, intelectual y
pastoral- reside en la configuración con Cristo. En efecto, el sacerdote es
otro Cristo. Y sólo en la identificación con El hallará su identidad, su gozo
y su fecundidad apostólica. Por ello, la formación que recibís en el
Seminario debe orientarse a prepararos (Pastores
dabo vobis, 57). La alianza de Cristo, su entrega total hasta dar la vida,
expresa la caridad del Buen Pastor, que da vida abundante a sus ovejas. Esta
misma caridad debe configurar, por tanto, la vida de los pastores de la Iglesia.
En
el proceso de configuración con Cristo, el Seminario debe ofrecer una ayuda
insustituible, pues en la etapa de formación se ponen las bases del futuro
ministerio. Atención especialísima debe prestarse a la maduración en la
experiencia de Dios que se realiza a través de la oración personal y
comunitaria, y que alcanza su culmen en la Eucaristía. La experiencia que, en
vuestro tiempo de formación, tengáis de la oración os hará capaces de
estimar y valorar los diversos caminos por los que el Señor busca comunicarse
con los hombres. Así podréis guiar, con mano experta, a quiénes se acerquen a
vosotros con el deseo y el ansia de Dios en su corazón. Por ello, el Seminario
debe favorecer los tiempos fuertes de oración, así como el discernimiento
necesario de aquellas formas de plegaria que la Iglesia estima de forma
singular.
4.
El centro de la vida espiritual del candidato al sacerdocio ha de ser la
Eucaristía de cada día. (n. 48).
Del misterio redentor de Cristo, renovado en la Eucaristía se comprende
igualmente que toda participación en el sacerdocio de Cristo tiene una dimensión
universal. Con esa perspectiva es preciso educar el corazón, para que vivamos
el drama de los pueblos y multitudes que no conocen todavía a Cristo, y para
que estemos siempre dispuestos a ir a cualquier parte del mundo, a anunciarlo a
(cf. Mt 28, 19). Esta disponibilidad -a la que he exhortado de modo apremiante
en la Encíclica Redemptoris missio-
es hoy particularmente necesaria, ante los horizontes inmensos que se abren a la
misión de la Iglesia, y ante los retos de la nueva evangelización.
5.
La configuración con Cristo ha de ser el objetivo prioritario en la formación
de todo candidato al sacerdocio. Como el Señor instruyó a sus discípulos,
preparándoles para el ejercicio de su misión, la Iglesia, siguiendo su
ejemplo, debe dedicar su mayor solicitud para la adecuada preparación de los
sacerdotes. la Iglesia quiere buenos ministros -decía san Juan de Avila,
patrono del clero español- ha de proveer que haya educación de ellos (Obras
completas, t. Vl, BAC n. 324, Madrid 1971, 40). La formación, tal como la
entiende la Iglesia, se dirige a toda la persona, y no sólo a su inteligencia.
Busca hacer del futuro presbítero una auténtica
(Pastores dabo vobis, 49), de
forma que, en lo humano, en lo espiritual, en lo intelectual y en lo pastoral,
sea un maestro en el arte que, según San Gregorio Magno, es la cura de almas.
Por esta razón, el Seminario debe ser una escuela de formación sacerdotal en
su sentido más profundo.
6.
Todo esto pone aún más de relieve la importancia del estudio, orientado no sólo
a la adquisición de conocimientos, sino como parte complementaria de la propia
vocación -a nivel humano, espiritual y sacerdotal- que hace madurar a la
persona en la búsqueda de la verdad, la consolida en su posesión y la llena de
gozo al contemplarla. Sin la disciplina y hábito del estudio, el futuro presbítero
no podrá ser el hombre sabio según el Evangelio que, oportuna e
inoportunamente, exhorta con la Palabra de Dios, convence con la verdad y libera
del error. El presbítero está llamado a ser maestro de la fe cristiana y, por
tanto, debe ser capaz de dar razón de la fe que predica y enseña.
La
dedicación al estudio debe hacerse con una perspectiva pastoral, pues dispone a
los seminaristas para los ministerios propios del pastor: la predicación, la
catequesis y enseñanza, el consejo y la dirección espiritual, el
discernimiento sabio de la voluntad de Dios en la vida de los hombres. Esta
dimensión pastoral del estudio requiere ciertamente una particular atención a
los problemas del mundo actual. El sacerdote tiene que ser sensible a cuanto
sucede a su alrededor, a los movimientos culturales de su época, a las
corrientes de pensamiento. Sólo así podrán iluminarse, desde la revelación
cristiana, los problemas que atañen al hombre, aportando la verdad que viene de
Jesucristo.
7.
La preparación de los seminaristas -dice el Decreto Optatam totius del Concilio Vaticano II- , (n. 4). Esta ha de ser la
meta de todo vuestro proceso formativo hasta que lleguéis a la plena comunión
con la caridad pastoral de Jesucristo (cf.
Pastores dabo vobis, 57). Dicha comunión os capacitará para estar entre los
hombres haciendo presente al Señor Jesús en todo vuestro comportamiento. De ahí,
la importancia por llegar a poseer los mismos sentimientos de Jesucristo (Flp 2,
5).
El
sacerdote, llamado a actualizar mediante los sacramentos la redención de
Cristo, debe vivir siempre con la misma preocupación del Señor: salvar al
hombre. El ministerio sacerdotal quedaría vacío de contenido si, en el trato
pastoral con los hombres, se olvidara su dimensión soteriológica cristiana.
Esto se da, por desgracia, en las formas reduccionistas de ejercer el
ministerio, como si se tratara de una función de simple ayuda humana, social o
psicológica. El sacerdote, como Jesús mismo, es enviado a los hombres para
hacerles descubrir su vocación de hijos de Dios, para despertar en ellos -como
hizo Jesús con la samaritana- el ansia de la vida sobrenatural. El sacerdote es
enviado para exhortar a la conversión del corazón, educando la conciencia
moral y reconciliando a los hombres con Dios mediante el sacramento de la
penitencia.
8.
Para vivir plenamente la unión con Cristo al servicio de los hombres el Señor
os enriquece con el don del celibato, libremente asumido, por el Reino de los
cielos, con el cual se sella la llamada al sacerdocio. El celibato os configura
con Cristo virgen, esposo de la Iglesia, a la que se entrega plenamente para
santificarla y hacerla fecunda en la caridad. El celibato os permite presentaros
ante el pueblo cristiano como hombres libres, con la libertad de Cristo, para
entregaros sin reservas a la caridad universal, a la paternidad fecunda del espíritu,
al servicio incondicional de los hombres. La maduración de vuestra afectividad
se realizará en vosotros en la medida en que acojáis a Jesucristo, pobre,
casto y obediente.
No
miréis, por tanto, lo que dejáis; mirad lo que recibís. No os quedéis en la
renuncia; mirad el don y contemplad la gracia recibida. Esta actitud de vivir
dando la vida no se improvisa ni se adquiere automáticamente con el sacramento
del Orden. Exige una pedagogía especial cuyo desarrollo compromete todo el
proceso de formación en el Seminario. A esto os ayudarán ciertamente la
experiencia de sacerdotes, sabios y santos, la indispensable dirección
espiritual, el trato con la gente entre la que iniciáis vuestras primeras
experiencias pastorales, y, naturalmente, la amistad que va surgiendo entre
vosotros, en torno a Cristo, que os llama para ser sus amigos. Esta amistad,
favorecida por la vida comunitaria -que ha de ser cultivada con esmero- os
ayudará después a vivir la fraternidad sacerdotal que el Concilio Vaticano II
presenta como medio eficaz para hacer más fecundo el don mismo del sacerdocio (Presbyterorum
Ordinis, 8). La vivencia de esta fraternidad será la mejor preparación
para hacer realidad la comunión afectiva y efectiva en el presbiterio
diocesano.
9.
No puedo finalizar este entrañable encuentro sin dirigir una palabra de saludo
lleno de afecto a los presbíteros aquí presentes y, en ellos, a los de toda
España. Queridos hermanos en el sacerdocio de Jesucristo, quiero expresaros mi
viva gratitud por vuestra entrega callada y no exenta de sacrificios en los
diversos campos de la pastoral. Reavivad cada día el carisma que recibisteis
por la imposición de manos (cf. 2 Tim 1, 6) identificándoos con Jesucristo, en
su triple función de santificar, enseñar y apacentar. Os pido encarecidamente
que continuéis ilusionados en vuestras tareas pastorales al servicio del Pueblo
de Dios, en íntima comunión con vuestros Pastores y en fidelidad a las enseñanzas
de la Iglesia.
¡El
amor no pasa nunca! La llamada de Cristo no pasa, se renueva cada día. Buscad,
pues, que se renueve también vuestro encuentro con El. Que sea una auténtica
necesidad de vuestra vida el trato íntimo con Jesucristo. Un día tuvisteis una
inolvidable experiencia de encuentro con el Señor. Aquella llamada os llenó de
gozo. Aquella primera semilla -que era promesa de plenitud en el amor- ha de
crecer y hacerse fecunda en vosotros. Y así, cada instante de la vida será
como aquella primera gracia, que se renueva constantemente. Y con el paso del
tiempo, vuestro gozo crecerá y nadie os podrá quitar vuestra alegría. Porque
(2 Cor 13, 8).
Sólo
me queda animaros en esta carrera por alcanzar a Cristo. El os alcanzó primero.
Dejaos formar por El. Amad sin reservas a la Iglesia; y que María, la Madre de
Cristo sacerdote, os eduque con su amor maternal, para que en vosotros se
conforme la imagen verdadera de su Hijo.
(Trad.
L'Oss.Rom.)
Una nueva primavera para la Iglesia |
El mensaje y legado social de san Josemaría a 50 años de su paso por América |
El pecado: Negación consciente, libre y responsable al o(O)tro una interpretación desde la filosofía de Byung-Chul Han |
El culto a la Virgen, santa María |
Ecumenismo y paz |
Verdad y libertad I |
La razón, bajo sospecha. Panorámica de las corrientes ideológicas dominantes |
La «experiencia» como lugar antropológico en C. S. Lewis IV |
La «experiencia» como lugar antropológico en C. S. Lewis III |
La «experiencia» como lugar antropológico en C. S. Lewis II |
La «experiencia» como lugar antropológico en C. S. Lewis I |
En torno a la ideología de género |
El matrimonio, una vocación a la santidad |
¿De dónde venimos, qué somos, a dónde vamos? |
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |