1.
Buena y destacada noticia
Por desgracia menudean las noticias de contenido lamentable, cuando no trágico.
Y no son muchas, en cambio, las novedades esperanzadoras y optimistas que se
publican. Además, no sé por qué, las primeras suelen exhibir titulares
vistosos, mientras que las buenas noticias pasan casi en el anonimato.
Para paliar tal incoherencia, querría yo destacar la ordenación
sacerdotal de siete jóvenes, que tuvo lugar ayer en la Concatedral de Castellón.
Hace tiempo que no se ordenaban tantos sacerdotes en nuestra diócesis y, sólo
eso, ya es noticia.
Pero lo más importante no es el hecho, sino su significado. El mundo
parece girar en torno a dos o tres puntos cardinales: el dinero, el poder y el
placer. Por lo menos, es el planteamiento de buena parte de la sociedad
occidental; que sólo se tambalea cuando -de manera inesperada y trágica- se ve
vulnerada en esos fundamentos.
Sin embargo, en medio de un entorno así, siete jóvenes (y otros muchos
centenares en el mundo) escuchan la voz interior de Dios, que les invita a poner
su vida al servicio del Evangelio y de los hombres y mujeres que les rodean.
Renuncian voluntariamente a un futuro material cómodo, e incluso brillante,
para "desaparecer" en una parroquia o en una actividad eclesial que,
además, no les ahorrará preocupaciones y disgustos.
¿Qué buscan; por qué lo hacen? Habría que preguntárselo a ellos,
pero es evidente que sus pretensiones no son escuetamente humanas; apuntan a
unos objetivos espirituales que no pueden tener otro origen que Dios mismo.
Y ésta es la noticia excelente y destacable. En el mundo de hoy, en
medio de tantos planteamientos fragmentarios, individualistas y superficiales,
el Espíritu de Cristo sigue suscitando hombres y mujeres capaces de ser
generosos hasta el extremo.
Y no se trata de adolescentes engatusados con una vana ilusión. Son
hombres hechos, algunos con estudios superiores o ya adelantados en la vida, que
han sentido en el fondo del corazón la invitación del Señor a dejar sus
planes y seguir los de la Providencia.
Yo pienso que tal invitación es sugerida por Dios a numerosos jóvenes.
Antes de los 25 ó 30 años, muchos sienten la inquietud interior de seguir a
Jesucristo más de cerca. La diferencia estriba en que algunos saben atender esa
invitación y decir que sí; y otros se excusan con razones quizá humanamente lógicas,
pero que suponen una barrera para aquel seguimiento.
Esta es, pues, la magnífica noticia que yo quería resaltar: que Dios
sigue actuando en el corazón de los hombres y mujeres de hoy. Al igual que hace
dos mil años, pasa cerca de cada uno y le dice "sígueme". Y, en
contra de lo que algunos puedan sospechar, un número no pequeño de esos
hombres y mujeres oyen la invitación y caminan en pos de Cristo. ¡Ojalá sean
cada vez más los que aprendan a escuchar las intimidades y sugerencias de su
corazón, que es donde Dios habla a cada uno!
2.
Hombres de Dios
Hace quince días escribía en los periódicos acerca del Seminario
diocesano. Daba algunas cifras de la Iglesia universal y de la diócesis, que
reforzaban nuestra esperanza de cara al tercer milenio que pronto iniciaremos.
Hoy quiero detenerme de nuevo en el tema del Seminario, con ocasión de las
ordenaciones de los próximos días. Pienso que los lectores de la Hoja
parroquial pueden entender mejor la trascendencia del Seminario y los desvelos
con que todos hemos de cuidarlo.
El futuro de la sociedad son los jóvenes, y el futuro de la Iglesia son
las vocaciones. Del número y de la formación de las nuevas vocaciones, depende
la Iglesia de las próximas décadas.
¿Qué pide el mundo a la Iglesia? O, mejor, ¿qué necesita el mundo de
la Iglesia?; porque el mundo pide con frecuencia lo que no necesita. Es evidente
que no es progreso material lo que el mundo espera de la Iglesia; la civilización
tiene suficientes recursos para hacer frente a las necesidades materiales. Lo
que los hombres no tienen, en cambio, y la Iglesia puede darles, son recursos
espirituales.
Alguno puede pensar en las enormes desigualdades económicas entre
hombres y países. Y es exacto: ¡ésta es una de las carencias espirituales más
acuciantes! Las diferencias humanas no se arreglan sólo mejorando el nivel económico.
Hace falta una siembra de bondad y de caridad que doblegue la dureza del corazón
humano; que haga germinar en él la solidaridad y desarraigue los egoísmos.
Por eso, los sacerdotes del mañana deben ser, ante todo, hombres
espirituales. Capaces, no sólo de compadecerse personalmente de la miseria de
tantos, sino de mover a muchos otros hombres y mujeres a caminar por la senda de
la generosidad y del bien. Y esto es algo difícil.
El mundo necesita testigos claros que, en medio de una vida ordinaria,
tengan el corazón en Dios; no en las riquezas y comodidades materiales. Como
dice un autor actual, inspirándose en el Concilio Vaticano II y en los
documentos pontificios más recientes, la respuesta a qué sacerdotes necesita
hoy el mundo es probablemente plural, pero en todo caso comienza siempre así:
la Iglesia y el mundo necesitan sacerdotes santos.
¿Qué significa esto? Significa que el Seminario debe preparar hombres
conocedores de la propia limitación y debilidad, que se esfuercen por
corresponder generosamente a la gracia que reciben: que vivan una amplia caridad
pastoral, procuren identificarse con Jesucristo al impartir los sacramentos, que
sufran y se alegren con quienes les rodean, y que posean la suficiente esperanza
y visión sobrenatural como para renovar diariamente -sin cansarse- la fe y la
ilusión de todos los fieles a ellos encomendados.
Para esto, como es lógico, los sacerdotes deben ser hombres de oración
profunda y confiada. Roguemos pues por los que van a recibir las órdenes pasado
mañana, para que lleguen a ser -con su ayuda- hombres de Dios.
3.
Una profesion arriesgada
Juan Antonio Vallejo-Nágera fue en vida, entre
otras muchas cosas, un conversador infatigable y divertido
que conservó la lucidez hasta poco antes de morir.
Contó en una entrevista, que en uno de sus viajes a un país remoto, se
encontró en un lugar aislado, con dos misioneros, con los cuales entabló
conversación. En el transcurso de la misma les preguntó: "¿Se sentirán
ustedes aquí muy solos?". Ellos le contestaron: "En absoluto".
Ante la extrañeza del doctor, le aclararon que ellos tenían siempre la compañía
del mejor Amigo, "No somos dos, somos tres; Jesucristo está aquí con
nosotros". Aquella confesión de fe y de esperanza impactó vivamente en
Juan Antonio y al periodista al que relataba este singular hecho.
Y es que no puede ser de otra manera. Quién
vive entregado a los demás, por amor de Dios, no nunca está solo.
Podemos hablar de ello a propósito de la próxima fiesta de San José, en que
la diócesis celebra "el día del Seminario" y de las vocaciones
sacerdotales.
Ser sacerdote es una profesión -vocación- arriesgada por las exigencias
que lleva consigo. Ser sacerdote supone estar solo y constantemente acompañado.
Supone dar la vida al servicio de los hombres y, simultáneamente, encontrarse
consigo mismo en esa entrega que se
ancla en la alegría y la compañía de Cristo.
El sacerdote trabaja mucho y ese trabajo le es descanso, cuando ha
aprendido a poner amor a Dios y al prójimo en su quehacer. Entre los sacerdotes
no existe el paro, más bien al contrario, tienen sobre-ocupación y
pluriempleo.
Hoy, como hacía San Pablo
en la primera evangelización, podemos preguntarnos: ¿Cómo conocerán los
hombres a Cristo y cómo le seguirán si no hay ministros suyos que les den la
Gracia, la misericordia y el perdón de Dios?
"La mies es mucha y los obreros pocos", por eso Jesús nos
dice: rogad por esto al dueño de la mies. Los cristianos hemos de rezar para
que hayan más sacerdotes y que sean santos.
Juan Pablo II dijo a los jóvenes "No tengáis miedo". La
sociedad y la Iglesia necesitan de vuestra generosidad y vuestra entrega para
esa labor de continuidad. Se os pide tener el espíritu abierto y no cerrarse a la llamada que Dios hace continuamente
al corazón de hombres y mujeres, de modo
que la Iglesia disponga siempre de aquellos sacerdotes y religiosas que
necesita para cumplir su misión. Continuando la exhortación del Papa, yo
diría a los jóvenes: escucha la voz del Señor; no la
oirás de modo extraordinario sino en medio del quehacer cotidiano,
mientras cultivas las virtudes humanas, y te preparas intelectualmente; mientras
buscas una dirección espiritual que te oriente y te
dejas llevar hacia ese gran gozo que es darse a Cristo y a tus hermanos los hombres.
La vocación sacerdotal lleva consigo una perseverante disponibilidad de
servir. Y además, al recibir el Sacramento del Orden en la Iglesia latina, el
compromiso consciente y libre de vivir el celibato, que es posible aún en
nuestros tiempos, con la gracia de Dios. La constitución "Gaudium et spes"
dice que no puede encontrarse plenamente a sí mismo quien no se entrega
sinceramente. Pero para poder servir digna y eficazmente a los otros, hay que
saber dominarse, es necesario poseer las virtudes que hacen posible tal dominio:
entre otras la castidad.
No te dejes engañar, pues, por esas voces que te hablan de ser libre,
para poder hacer lo que te apetezca, la libertad es un don grande -Amor y
desprendimiento- sólo cuando sabemos usarla responsablemente para todo lo que
es el verdadero bien. El mejor uso de la libertad es la caridad, que se realiza
en la donación y en el servicio; en el sacerdocio puedes encontrar el camino
para servir de veras a la humanidad.
El seminario es para gente joven. Arriésgate a venir y no te sentirás
nunca solo.
4.
Sacerdotes de Jesucristo
Nos encontramos en vísperas de la fiesta de San
José. En algunos lugares concretos, son días llenos de regocijo y fiesta
popular; para toda la Iglesia, es el día de su patrono universal y ocasión de
mirar al corazón de cada iglesia particular, que es el Seminario diocesano. A
San José, en efecto, encomendamos las vocaciones sacerdotales: para que no
falten pastores en la Iglesia de Cristo, que alimenten al pueblo con la palabra
de Dios y con los Sacramentos.
Se suele decir que la arquitectura gótica, con sus altas catedrales y
sus arcos estilizados, simboliza las aspiraciones del alma humana en su búsqueda
de Dios. Y en cambio, la arquitectura románica, que le precedió, con sus
dimensiones más reducidas y sus bóvedas bajas y achatadas, representa el
esfuerzo realizados por Dios para venir a habitar entre los hombres. Ambas
interpretaciones son ciertas y, en una teología de la Encarnación, ninguna de
ellas está completa sin la otra. No obstante, igual que el románico precedió
al gótico, Dios fue el primero que vino a la tierra en busca del hombre.
Sediento de nuestro amor, se entregó a la muerte por salvarnos y, así,
despertar en el corazón de los hombres la sed de Dios.
El ministerio sacerdotal en la Iglesia significa también esa búsqueda
que Dios hace de los hombres. Es cierto que el sacerdote es intercesor ante
Dios; él presenta las ofrendas en nombre de todos los fieles y pide a Dios que
escuche las oraciones de la Iglesia. Pero, antes, el sacerdote debe ser el
representante del amor de Dios por cada hombre y cada mujer de este mundo. Debe
hacer de "altavoz" de Dios que, con su Palabra, invita a los fieles a
no olvidarle. Debe buscar a las almas, una a una, y explicarles que Dios les
espera; y que esos deseos de felicidad que todos albergan en el fondo de su ser,
los ha puesto Dios mismo para facilitar nuestro encuentro personal con El.
¡Qué gran papel el del sacerdote y qué insustituible! ¿Cómo puede
alguien creer en Dios, si no es predicado? ¿Y cómo será predicado, si nadie
es enviado a hacerlo? (cfr. Rom. 10,14). Así expresa San Pablo la necesidad
absoluta que la Iglesia, y la humanidad entera, tienen de los sacerdotes.
También en nuestra diócesis tenemos esa necesidad: para nuestro pueblo
y para ayudar, desde aquí, a la extensión del Evangelio en el mundo. Vivamos
pues, esta semana de San José, con
la preocupación de rezar por el Seminario y por las vocaciones sacerdotales. Y
procuremos, en la medida de lo que pueda cada uno, ayudar también materialmente
al mantenimiento y desarrollo del Seminario diocesano. ¡Qué Dios os lo pague!
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