La verdad como inspiración
Querido Carlos:
...
El relativismo, como ves, se mueve en los dos planos, el teórico y el
práctico. Pero el problema principal no sería tanto su formulación teórica,
de la cual te he puesto tres ejemplos que dan lugar a complicados debates sobre
las relaciones entre verdades teóricas y prácticas, sino la insospechada
vigencia social que hoy tiene. No sólo es una actitud de mucha gente, sino un
criterio práctico que tolera cualquier tipo de conducta y suprime la noción de
norma estable a la cual la libertad deba atenerse. Es obvio que hablo de
conducta moral desvinculada de cualquier otra institución que no sea el estado.
Es obvio que trazarte un cuadro mínimamente indicativo de una cuestión tan
compleja nos llevaría muy lejos. No es mi propósito hacerte reflexiones
moralizantes sobre la desvergüenza de la sociedad actual, como si fuera una
abuela victoriana. Prefiero que tú te hagas tus propias reflexiones al
respecto.
Trato ahora de resaltar algo tan sencillo como el sentido de la verdad.
Imagina por un momento que la verdad universal exista: sería una suerte de
conformidad de las cosas consigo mismas. Los griegos la llamaron verdad ontológica.
Es la primera dimensión: la verdad como realidad.
Imagina además que mi mente es capaz de descubrir esta coherencia
interna del universo (lo admiten muy fácilmente los físicos; a Einstein le
gustaba mucho hablar de ello). Eso querría decir que la verdad no es una creación
de mi intelecto, una suerte de evidencia con la que yo me satisfago a mí mismo
en mi ansia de seguridad racional, sino más bien: el universo tiene un sentido,
una lógica que puedo descubrir. Es el sentido aristotélico de la verdad: mi
mente y la realidad se adecuan. Es la segunda dimensión: la verdad como
manifestación, como adecuación de mente y cosmos.
Es ésta una discusión apasionante en la que los científicos gastan
mucho tiempo. Ni con mucho están de acuerdo. Estamos ante la noción de
finalidad. Si el universo tiene una lógica, entonces hay un proceso. Si hay un
proceso, un sentido surge cuando el proceso culmina. Las cosas desembocan en
algo: no son puro azar. Te hago notar esto sólo por un momento para que sea
plausible nuestra imaginación: la verdad universal es interna al universo mismo
(primera dimensión), y yo tengo acceso a ella (segunda dimensión). Mi
capacidad de razonar es, si me permites el símil informático, el password que me abre el fichero codificado del cosmos. Pero alguien
ha puesto allí el software.
Admitir esto tiene indudables ventajas. El universo y la historia se
convierten en algo unitario que puedo entender. El esfuerzo intelectual de la
humanidad no sería una serie discontinua de intentos de creación de sentido en
un mundo que no lo tiene, sino la historia del descubrimiento del sentido, del
universo y de la propia vida, de la historia y libertad humanas: podemos
entender a los demás porque ellos buscan lo mismo que nosotros: la lógica del
mundo.
Esta postura, enunciada de modo muy incipiente e imperfecto, es más
fructífera que cualquiera de las formas de relativismo que antes te señalé.
Pero aún hay más. Admitir la verdad universal sucesivamente descubierta, como
una tierra ignota que va siendo explorada y colonizada, permite algo
extraordinariamente interesante: la inspiración de mi libertad. Me explicaré.
La tercera dimensión de la verdad es el encuentro con ella. La verdad
ocurre en la vida humana, tiene lugar. No es sólo un descubrimiento
intelectual, una coherencia lógica. Tiene que ver con la acción. Se trata, por
así decir, de la dimensión existencial de la verdad, de su relación con la
libertad. Es un aspecto que no suele considerarse, pero es, quizá, el más
importante: «La verdad os hará libres», dijo Jesucristo.
La existencia humana es temporal, transcurre en un fluir de vida lleno
de sucesos efímeros. El hombre, cuando vive, acumula experiencia. La
experiencia es el saber que se va logrando a través de la vida vivida
temporalmente. En este ámbito sapiencial de la experiencia es donde tiene lugar
el acontecimiento humano por excelencia. Se trata, como te digo, del encuentro
con la verdad.
Primero te lo voy a describir. El encuentro no es un descubrimiento
intelectual, ni una intuición, ni siquiera es el asombro del filósofo que se
queda extasiado ante el fulgor del mundo. El asombro es una experiencia
distinta, de menos nivel. De algún modo es la experiencia de una verdad
ausente, mistérica. Pero el encuentro es distinto. Se trata de una presencia,
de una manifestación.
El hombre es un ser que viaja, que transcurre de un tiempo a otro. En
el curso temporal de la vida aparece de repente lo erguido, lo que se destaca,
lo que se cruza en mi camino. Este carácter subitáneo del encuentro se debe a
la aparición de la verdad. De repente, algo se pone a relampaguear, a irradiar,
hay algo que se torna evidente: es ella.
La verdad afecta tan profundamente al hombre que le conmueve por
completo. Ésta es la primera consecuencia del encuentro: la conmoción. El
ejemplo más clásico es el enamoramiento. Se puede enamorar uno de una persona,
pero también de un paraje, de una idea, de una causa, de un acto o una vida
ejemplares. La conmoción adquiere un verdadero carácter de metanoia, de
conversión interior. Es la segunda dimensión del encuentro: me transformo
interiormente, descubro que en mi vida ha faltado esa verdad que he encontrado.
Mi vida anterior parece vacía, pobre, pequeña, sin interés, errabunda, sin
sentido último. No me reconozco a mi mismo en ella. Me parezco despreciable y
equivocado: tengo que cambiar, porque hasta entonces he perdido el tiempo.
El cambio consiste en recibir la tarea que la verdad me encarga. He de
abrir mi vida a una ocupación. El encargo es novedoso, me cambia. Éste es la
tercera característica del encuentro: la reorganización de mi vida para
dedicarme a cumplir el encargo que me adviene en el encuentro con la verdad. En
definitiva, me hago cargo de la verdad, me sitúo ante ella porque ella se sitúa
ante mí: me encarga una tarea, una conquista. La verdad merece ser conquistada,
y ésa es la tarea que aparece como novedad: hacerse con ella.
Un cuarto carácter del encuentro es que me dota de inspiración: un
impulso para ejercer mi libertad tratando de reproducir y expresar la verdad con
la que me he encontrado, y hacerla realidad en mi vida. Inspiración es actuar
conforme al encargo, a la tarea. La verdad tiene un carácter dinamizante
respecto de mi operar. Actúo para responder a la verdad encontrada. Cuando el
encuentro tiene carácter personal, por ambas partes, puede ser máximamente
inspirativo, porque no es algo inerte: el otro, la otra, me puede responder si
diseño mi vida y mi libertad inspirándome en ella, aceptándola como parte de
mi propio proyecto. La verdad llama, tiene voz. Es alguien que soy capaz de oír.
Es lo que algunos llaman vocación. El encuentro personal es la máxima verdad,
porque despierta las energías humanas más nobles: las que proceden de mi
capacidad de dar. El otro, la otra, sólo pueden ser míos si yo me doy a ellos,
y viceversa.
La inspiración se torna también, y es el quinto carácter del
encuentro, búsqueda. El hombre ha entrevisto la verdad, pero no se le da ya
poseída con carácter estático y estable: puede borrarse, alejarse. La verdad
se muestra, pero no se entrega. Ha de ser conquistada, seguida, buscada. El
hombre espera el regreso de la verdad, su darse, su condescender conmigo, su
mostrarse a mí. La realidad, el otro, viene a mí, me busca. Por eso, lo más
maravilloso que a uno le puede suceder en la vida es tener un encuentro personal
con la verdad, encontrar una persona verdadera para mí. No cabe mayor inspiración.
Encuentro es, por definición, encuentro con la verdad. Sus
consecuencias son múltiples, y afectan a toda mi vida posterior. Una vida sin
inspiración carece de verdad. El encuentro puede ser más o menos intenso, y
puede tener muy distinto carácter: podemos encontrar la verdad, como te digo,
en un teorema matemático, en una persona de la que nos enamoramos, en una
tierra que perteneció a nuestros antepasados y donde descubrimos las raíces de
nuestro pasado y nuestro futuro; podemos encontrarla en el ejemplo de un sabio,
de un santo, de un hombre de acción, cuyo ejemplo nos conmueve y nos transmite
una verdad, una tarea que es preciso completar y reproducir de nuevo. Nos
podemos enamorar de una obra literaria, de un autor, de un Dios encarnado que se
hace Niño y nos llama a una vida de sacrificio... Hay tantas formas de
encuentro como personas. Todas ellas tienen un carácter inspirativo. Lo
decisivo es preguntarnos qué verdad inspira nuestra vida, qué alcance tienen
una y otra.
Entenderás ahora que cuando me encuentro con la verdad, cuando se me
manifiesta un trozo del sentido de lo real, se pone en marcha mi capacidad
creadora. El hombre y la mujer encuentran en la verdad un arranque a su
capacidad reproductora y artística. Primero porque la verdad hay que decirla,
expresarla, formularla. Es una tarea ingente, que los hombres de todos los
tiempos han procurado llevar a cabo. Después, porque hay que reproducir la
verdad, crear su réplica. Es el sentido más alto de toda creación artística:
expresar la verdad en una obra nueva.
La tarea de mi vida, mi libertad, es también una creación, una
recreación, un desarrollo, una réplica de la verdad. La verdad no es plena si
sólo se conoce, si el hombre no la ejerce y plenifica. No se trata sólo de
entenderla, sino de llevarla a cabo, de vivir la vida humana desde la inspiración
que inocula. La verdad y la vida humana se necesitan mutuamente para quedar
cumplidas.
Sé que estoy jugando, al hablar así contigo, con el plano artístico,
el ético y el existencial. Pero la verdad transciende esos planos, y al tiempo
está presente en todos ellos. No es una expresión poética. Es algo que verás
como evidente silo piensas. Decía Platón que la verdad es el deseo de
engendrar en la belleza. Este pensamiento apunta en esa dirección: la verdad es
bella, y despierta mi deseo de expresarla y reproduciría. Es un hecho muy claro
en la vida de muchos hombres, grandes y pequeños, que una verdad vista
claramente en un momento ha marcado el rumbo de su vida de modo definitivo. Las
grandes gestas humanas (artísticas, religiosas, políticas, intelectuales...)
son fruto de la inspiración que una determinada verdad ha puesto en las vidas
de sus protagonistas.
Negar que la verdad existe es negar la mayor parte de la grandeza del
hombre. Suprimirla es suprimir la inspiración, el arte, e incluso el ejercicio
de la libertad. La verdad es algo demasiado grande como para verla sólo como
algo puramente intelectual. No. La verdad es, por así decir, un elemento
constitutivo de la vida humana. Toda vida humana tiene su verdad inspiradora. Si
se adopta una verdad recortada, baja, la inspiración será del mismo calibre.
El crecimiento del hombre se realiza por su inspiración. Es ella la que
enciende las alas de las dormidas capacidades humanas. Por eso las gestas son
tan decisivas. Expresan la máxima tensión de conquista, de esfuerzo, de
expresión de una verdad captada. Y una gesta puede ser, simplemente, subir una
montaña: ¿por qué? Porque está ahí como dijo sir John Hunt, primer
conquistador del Everest, en 1953. La montaña es una verdad puesta ante mi. Y
pisar su cumbre es poseerla. Quien no entiende el dinamismo humano que late en
esa gesta no entiende al hombre mismo.
El hombre no puede vivir sin la verdad. Carecería de inspiración. La
de sir John Hunt fue concebir, organizar y dirigir la expedición que el 29 de
junio de aquel año impulsó a Hillary y Tensing hasta la cumbre. Sin inspiración
la libertad no se despliega, no se desarrolla. Queda inédita. Podrás entonces
entender que la alegría es la primera expresión humana de haber encontrado la
verdad. ¡Hillary y Tensing dieron saltos de júbilo en el techo del mundo. Con
la alegría ya estoy añadiendo algo a la verdad encontrada y llevada a cabo. Y
añadir es prerrogativa exclusivamente humana. No es extraño que un mundo
relativista sea un mundo triste. No puede concebir la verdad como
un encuentro y un encargo recibido. Por eso se sustituye por su
tratamiento técnico. En él sólo cuenta el resultado, asunto del que ya te
hablé. El resultado es el éxito de la eficacia. Si lo que nos interesa es la
pura estadística de subir un pico de ocho mil metros: ¿dónde queda el sentido
de la aventura, la emoción, la alegría? En ninguna parte: el resultado, una
vez conseguido, deja paso al vacío, no deja nada tras de sí: es un momento,
una formulación abstracta, una estadística, un currículum. Pero de esto te
hablaré en otra carta. Ésta quizá me ha salido demasiado pretenciosa, y no ha
sabido explicar lo que quería.
Hasta muy pronto.
Ricardo Yepes, Entender el Mundo de hoy, Rialp, 1993, 53
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