Almudi.org. Sobre la vida y la muerte
El mes de noviembre, con el caer de las hojas y el sentido del otoño,
nos recuerda que todo se acaba. Precisamente noviembre es el mes de los
difuntos. Pero ¿qué es la muerte? Algunos dicen que no existe, que es algo sin
consistencia. En cierta forma, no es más que la ausencia de vida, y por tanto sólo
es, sólo tiene sentido, en relación con la vida. Jorge Manrique decía aquel
"nuestras vidas son los ríos que van a dar en la ma...
Almudi.org. Sobre la vida y la muerte
El mes de noviembre, con el caer de las hojas y el sentido del otoño,
nos recuerda que todo se acaba. Precisamente noviembre es el mes de los
difuntos. Pero ¿qué es la muerte? Algunos dicen que no existe, que es algo sin
consistencia. En cierta forma, no es más que la ausencia de vida, y por tanto sólo
es, sólo tiene sentido, en relación con la vida. Jorge Manrique decía aquel
"nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el
morir". Pero en realidad, no hay que aprender a morir sino a vivir, a vivir
a gusto, y así se morirá uno a gusto. Parece que en el mundo de hoy no se
quiere hacer referencia a esta verdad. “Hablemos de cosas agradables...” y
queremos alargar la vida, sin pensar en la muerte, con lo cual se convierte en
un “tabú”, es decir al quererlo olvidar se aumenta el miedo, no se hace
más que aumentar el trauma, y al quitar el sentido de la muerte en el
fondo estamos quitando el sentido de la vida. Sustituimos la palabra por otras más
dulces, aunque también son formas bonitas de decir que reflejan la realidad del
más allá: “nos ha dejado”, “se ha dormido en el Señor”...
La fe hace cantar a Joan Maragall: "Sia'm la mort una major naixença"
("sea la muerte para mí un nacimiento más alto"). Esto nos hace dar
un paso que parece un salto en el vacío: dicen que la fe embellece la muerte y
la hace dulce, alegre, preciosa y deseable si se despoja de toda idea de
destrucción, que tan espantosa la hace a la mayoría de los hombres. Vista así,
no hay que maquillar esos momentos de la vida. A. Pou, monje de Montserrat,
dice: “la fe no es una anestesia contra el dolor de la separación de quienes
amamos. La fe, sin embargo, es capaz de convertir la percepción de la realidad
que vivimos, que a menudo es trágica, desesperante y sin sentido, en una visión
dramática de la vida: ‘Es dura esta situación por la que paso, pero no es la
última palabra de la realidad. Recobraré la esperanza, el aliento y las ganas
de vivir..., porque tengo a alguien que está siempre a mi lado, Jesucristo, la
razón de mi vivir y de mi morir y la persona que me ayudará a superarlo’”.
No se trata de un camino de superación del dolor, sino la conciencia de que
–dentro del misterio- todo tendrá un sentido. Y no se trata de un consejo
piadoso o de algo marginal, sino que pertenece al centro de la fe cristiana,
como dice S. Pablo: Dios resucitó a Jesús, y "si es cierto que los
muertos no resucitan, Dios no ha podido resucitarlo. Porque si los muertos no
resucitan, Cristo no ha resucitado tampoco" (1 Cor 15,15).
En la vida hay dos palabras importantes: amor y muerte. “Es fuerte el
amor como la muerte”, dice la Escritura, y comenta Balduino de Cantorbery:
“Es fuerte la muerte, que puede privarnos del don de la vida. Es fuerte el
amor, que puede restituirnos a una vida mejor. Es fuerte la muerte, que tiene
poder para desposeernos de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que
tiene poder para arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla. Es fuerte la
muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de vencerla, de
embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de confundir su victoria”. En el
fondo, el amor es la vida, la muerte es la ausencia de vivir, pero hay gente que
vive sin amor, y entonces no vive, y es que el amor es la esencia de la vida, y
donde no hay amor hay muerte, y donde hay amor no hay muerte aunque uno se
muera.
Nos dejó Teresa de Ávila aquellas palabras que dan paz: “nada te
turbe, nada te espante. Todo se pasa. La paciencia todo lo alcanza. Dios no se
muda. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”. Pues, como dice san
Juan de la Cruz, hay una sed de infinito que no se calma por mucha hermosura
sino por un no sé qué que se tiene por ventura, toda miel es algo finito, no
es eso lo que hay que buscar, ya que al fin cansa el apetito y empalaga el
paladar. El río de la vida es camino de eternidad, y podemos decir: “Mis días
se van río abajo, salidos de mí hacia el mar, como las ondas iguales y
distintas (siempre) de la corriente de mi vida: sangres y sueños. / Pero yo, río
en conciencia, sé que siempre me estoy volviendo a mi fuente" (Juan Ramón
Jimenez).
Llucià Pou Sabaté