Miguel Ángel Monge con la colaboración del Dr. Guillermo López García,
Medicina Pastoral, Eunsa,
Introducción. El
matrimonio
El matrimonio constituye el marco adecuado para el ejercicio de la
sexualidad. La enseñanza moral católica es clara: el único lugar apto para
vivir la sexualidad es el matrimonio (1). En ese caso, la sexualidad no sólo es
legítima sino que se convierte en «un signo y garantía de comunión
espiritual» (2). Procurando y
gozando del placer sexual, los esposos no sólo no hacen nada malo (3), sino que
cumplen el plan previsto por Dios: «Los actos con los que los esposos se unen
íntima y castamente entre si son honestos y dignos, y, realizados de modo
verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que
se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud» (4). Esto no quiere decir,
sin embargo, que cualquier uso de la sexualidad entre los casados es ya por sí
mismo honesto. Puede haber también abusos y errores. Existe por eso, también
para los casados, una virtud, la castidad: «Todo bautizado es llamado a la
castidad. El cristiano se ha "revestido de Cristo" (Gálatas 3,27),
modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida
casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el
cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad» (5). Las
personas casadas están llamadas a vivir la castidad conyugal, que debe vivirse
igualmente en el tiempo de preparación para el matrimonio (6).
Analizamos a continuación algunas cuestiones relacionadas con la
preparación para el matrimonio...
El noviazgo
Según el Diccionario de la Real Academia, novio/a es aquel o aquella
que «mantiene relaciones amorosas en expectativa a futuro matrimonio». Se
trata, pues, de una situación de tránsito en las relaciones entre un hombre y
una mujer antes de casarse. Situación no institucionalizada, que ha tenido a lo
largo de la historia formas diversas (recuérdense los esponsales, la petición
de mano, etc.), que pese a todo se mantiene de manera más o menos informal (7).
1 .1. El noviazgo en la época
actual
El noviazgo en su forma actual se caracteriza por una mayor libertad e
independencia de criterio, frente a lo que era práctica habitual en otras épocas,
a la hora de elegir pareja. A la vez la relación hombre-mujer en el matrimonio
se va alejando de los patrones tradicionales. Pero siempre será el tiempo de
conocerse recíprocamente en cuanto a carácter, sentimientos, gustos,
aficiones, ideales de vida, religiosidad, exigencias para un compromiso
conyugal, etc. Puede ser también una excelente escuela de formación de la
voluntad, que combate el egoísmo, fomenta la generosidad y el respeto, estimula
la reflexión y el sentido de responsabilidad (8). Es, en definitiva, el tiempo
de preparación al matrimonio, tiempo que no debería ser ni demasiado corto
(pues no se alcanzaría verdadero conocimiento), ni demasiado largo, que podría
constituir una pérdida de tiempo, con perjuicio sobre todo para la mujer, y
ocasión de tentaciones. El Magisterio lo presenta como «una preparación a la
vida en pareja, que presentando el matrimonio como una relación interpersonal
del hombre y de la mujer a desarrollarse continuamente, estimule a profundizar
en los problemas de la sexualidad conyugal y de la paternidad responsable, con
los conocimientos médico- biológicos que están en conexión con ella, y los
encamine a la familiaridad con rectos métodos de educación de los hijos,
favoreciendo la adquisición de elementos de base para una ordenada conducción
de la familia (trabajo estable, suficiente disponibilidad financiera, sabia
administración, nociones de economía doméstica, etc.) » (9).
En todo caso, «el noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el
afecto y en el conocimiento mutuo. Y, como toda escuela de amor, ha de estar
inspirada no en el afán de posesión sino por el espíritu de entrega, de
comprensión, de respeto, de delicadeza» (10).
1.2. Noviazgo y castidad
Un aspecto concreto en la dirección espiritual de los novios es
orientarlos en los temas relacionados con la virtud de la castidad, en concreto
en cómo vivir la sexualidad dentro del noviazgo. Es actualmente muy frecuente
la confusión acerca de los criterios morales en las relaciones entre personas jóvenes
no casadas de distinto sexo; y no sólo entre los mismos interesados, sino también
entre los padres, educadores y otras personas que intervienen de algún modo en
su formación. Incluso cuando se trata de cristianos de recta conciencia, es fácil
que la presión de un ambiente hedonista les lleve al acostumbramiento y a la
condescendencia con ciertas prácticas en el trato social que no son ni
cristianas ni conformes a la ley moral.
Digamos de entrada que la castidad en el noviazgo tiene en general las
mismas características que la de los demás célibes. Tan sólo cambia la
motivación para ciertas conversaciones más personales y algunas demostraciones
de afecto, que no sean ocasión de pecado. Ante la perspectiva concreta, real, y
relativamente próxima, de matrimonio
-aunque no exista la certeza de que se llegará a contraerlo- cabe hablar
de una nueva situación en la que el compromiso tiene garantías objetivas y
externas de estabilidad, como son la edad, la situación profesional, la
maduración del conocimiento recíproco, etc. En esas circunstancias, pueden ser
moralmente rectas ciertas manifestaciones de amor mutuo, delicadas y limpias,
que no encierren ni siquiera implícitamente una intención torcida, y que en
todo caso se han de cortar enérgicamente si llegaran a representar una tentación
contra la pureza, en los dos o en uno solo (11). Expresiones de cariño que no
son «en parte iguales y en parte diversas» a las propias de los cónyuges,
sino esencialmente diversas, como es diverso su compromiso de pacto matrimonial,
y que, por tanto, han de estar presididas por el peculiar respeto recíproco que
se deben dos personas que aún no se pertenecen: «Los novios están llamados a
vivir la castidad en la continencia. En esa prueba han de ver un descubrimiento
del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse
el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo de matrimonio las
manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal» (12)
1.3. Duración del noviazgo
La prudencia cristiana ha aconsejado siempre que la duración del
compromiso antes del matrimonio sea relativamente breve. Eso no significa que no
deba haber un profundo conocimiento mutuo, sino que para alcanzar ese
conocimiento es suficiente una etapa de trato recíproco y de amistad previa al
establecimiento del compromiso. Por tanto, en este periodo, las manifestaciones
de confianza que resultan adecuadas se miden por los cánones propios de la
amistad en general, no con aquellos del compromiso del matrimonio.
Es frecuente, sobre todo en personas bastante jóvenes, que deseen
establecer muy pronto un compromiso de este tipo, porque confunden la convicción
subjetiva de la seriedad de sus intenciones con la realidad objetiva de la
situación en que se encuentran. En estos casos puede suceder que, aun queriendo
excluir comportamientos que son ocasión próxima de pecado, piensen
equivocadamente que la firmeza de su decisión les autoriza a tener expresiones
de confianza y de afecto más íntimas que las que son propias de una mera
amistad. Permitirse tales manifestaciones cuando prevén una larga permanencia
en esa situación, es una imprudencia seria, pues se habitúan a un régimen de
intimidad que les expone a tentaciones graves y que, en sí mismo, empaña la
limpieza de sus relaciones y lleva muchas veces a un oscurecimiento de la
conciencia.
Desaconsejar este tipo de trato no supone pensar mal ni ver malicia
donde no la hay; es, por el contrario, advertir con prudencia -con realismo- el
peligro de ofender a Dios, y de que la concupiscencia, alimentada por esa
intimidad inapropiada, llegue a presidir las relaciones recíprocas, determinándolas
reductivamente por la atracción sexual, lo cual no les une sino que los separa
(13). Comportándose de ese modo, llegarían a verse el uno al otro,
progresivamente, más como un
objeto que satisface el propio deseo que como una persona a la que el amor
inclina a darse (14).
Sin descender a la casuística, nada impide que los novios tengan
aquellas manifestaciones de afecto y de cariño que se consideran correctas en
un ambiente cristiano. Existe una pregunta que, con frecuencia, se plantea: ¿hasta
dónde se puede llegar?, que no tiene respuesta, ya que «cada etapa de la
maduración humana, espiritual y cristiana, del amor debe tener sus expresiones
afectivas y físicas apropiadas» (15). Es normal que los prometidos se
manifiesten sensiblemente su amor (16), pero
con la reserva que llama al rechazo de pasar hacia la unión sexual. Es claro
que la moral cristiana no contempla como legítimas las relaciones
prematrimoniales (17)
1. «La sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la
mujer. En el matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un
signo y una garantía de comunión espiritual» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2360).
2. Ibid.
3. Resulta, por ello, injusta, además de malévola, la acusación que
algunos hacen a la moral católica de prohibir el placer. Estos autores no
quieren entender que el placer -y no sólo en el terreno de la moral- no es el
fin de la vida del hombre. Como explica V. Frankl, «originariamente, el hombre
no persigue el mero placer, sino un sentido. El placer se produce espontáneamente
tras el logro de un objetivo. El placer sigue, no se persigue; es cuestión de
efecto, no de intención; es más, cuando se persigue directamente, se escabulle»:
El hombre doliente, Herder, Barcelona
1987, p. 218.
4. CONCILIO VATICANO II, Const. Gaudium et Spes, n. 49.
5. Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 2348.
6. Cfr. ibid., nn. 2349 y 2350.
7. En algunos ambientes actuales, como reflejan la prensa, la televisión,
etc., se emplea el término con suma ligereza y se habla de «novios» para
referirse a parejas que viven maritalmente, pero sin ningún compromiso.
8. Cfr. CHAREONEAU, LE., Noviazgo
y felicidad, 7ª Ed., Herder, Barcelona 1988; MONTALAT, R., Los novios, El
arte de conocer al otro, 3 ª ed., Palabra, Madrid 1998; VÁZQUEZ, A., Noviazgo
para un tiempo nuevo, Palabra, Madrid 1996.
9. JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 66; cfr.
CONSEJO PONTIFICIO PAEA LA FAMILIA, Preparación
al sacramento del Matrimonio, 13 de mayo de 1996, Palabra, Madrid 1996. Este
documento, que presenta esa preparación como una urgencia pastoral de la
Iglesia de nuestro tiempo y con algunos rasgos de novedad en el marco de la
nueva evangelización, consta de tres partes: 1) importancia de la preparación
al matrimonio; 2) las etapas o momentos de la preparación; 3) la celebración
del matrimonio.
10. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Beato, Conversaciones, o.c., n. 105.
11. En cualquier caso, conviene evitar las ocasiones de soledad,
aislamiento, oscuridad, etc., propicias a «bajar la guardia» en el terreno de
la pureza.
12. Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 2350.
13. Cfr. JUAN PABLO II, Aloc. 24 de septiembre de 1980, n. 5.
14. Cfr. Id, Aloc. 23 de julio de 1980, n. 3.
15. LÉONARD, A., La moral sexual
explicada a los jóvenes, Palabra, Madrid 1994, p. 56. Cfr. MONTALAT, R., Los
novios. Los misterios de la afectividad, 4.-» ed., Palabra, Madrid 1998.
16. «Si las intimidades normales del tiempo de noviazgo, tales como
simples besos o caricias amistosas, provocan accidentalmente, en el muchacho
sobre todo, una turbación sexual, no hay que dramatizar, pero habrá que
afrontar sinceramente la posible obligación moral de suprimirlas. Y por
supuesto, será siempre necesario evitar de antemano las situaciones arriesgadas
(intimidades prolongadas, desnudeces, etc.), que, por su naturaleza, conducen al
orgasmo solitario, a la masturbación recíproca o la relación sexual parcial o
completa» (LEONARD, A., La moral sexual...,
o.c., PP. 56-57).
17. Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCrR1NA DE LA FE, Declaración Persona humana, n. 7.
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