Soy la Hermana Ruth de Jesús. Tengo 28 años. Pertenezco al Instituto
de Hermanas de la Cruz, fundado por la Beata Ángela de la Cruz, que mañana
canonizará Vuestra Santidad. Ingresé en él a los 20 años. Estoy comprometida
con Jesús para siempre, con un amor indiviso, en una vida de oración y de
servicio a los más pobres, enfermos y abandonados en sus propios domicilios.
Les lavo la ropa, les arreglo la casa, les hago la comida, curo sus llagas, los
velo por las noches..., y lo más importante, les doy todo el amor que
necesitan, porque en la oración Jesús me lo regala.
Aquí estoy, Santidad. Consciente de lo que he dejado. He dejado todo
lo que los jóvenes que están con nosotros en esta tarde poseen: la libertad,
el dinero, un futuro tal vez brillante, el amor humano, quizá unos hijos...
Todo lo he dejado por Jesucristo que cautivó mi corazón. Tengo que confesarle
que soy muy feliz y que no me cambio por nada ni por nadie. Vivo en la confianza
de que Quien me llamó a ser testigo, me acompaña con su gracia. Gracias por
venir a decirnos a los jóvenes de España que el mundo necesita testigos vivos
del Evangelio, y que cada uno nosotros podemos ser uno de esos valientes que se
arriesguen a construir la nueva civilización del amor, porque lo que nosotros
no hagamos por los pobres, contemplando en ellos el rostro de Cristo, se quedará
sin hacer.
Hermana Ruth de Jesús del Instituto de las Hermanas de la Cruz
Soy Lourdes, disminuida física. Mi discapacidad me afecta al habla. No
puedo hablar y tampoco puedo andar; por ello debo utilizar una silla de ruedas.
Durante mucho tiempo he vivido angustiada. A menudo me he preguntado cuál era
el sentido de mi vida y por qué me ha pasado esto a mí. Esta pregunta ha sido
constante, y la prueba ha sido dura. Durante años, la única respuesta ha sido
descubrir cada mañana que estaba siempre en el mismo sitio: atada a una silla
de ruedas. A veces he sentido que me habían arrancado la esperanza. Me sentía
como si llevara una cruz, pero sin el aliento de la fe.
Un día descubrí a Jesucristo y cambió mi vida. El Señor, con su
gracia, me ayudó a recobrar la esperanza y a caminar hacia delante. Ahora,
cuando veo a otros jóvenes enfermos al lado mío, pienso que mi cruz es muy
pequeña comparada con la de ellos, y me gustaría mostrarles cómo yo encontré
al Señor, para transformar su dolor en un camino de esperanza, de vida y de
santidad. La fe fortalece mi vida. Cada día me pongo en las manos de Dios. ¡Gracias,
Santo Padre, por su ejemplo!
Lourdes Cuní
Todos los días ofrezco mi labor cotidiana; también hago ofrenda de mi
vida al que es mi Creador. Observad las ruedas de mi silla: son los clavos de
Jesucristo. Contemplad el reposacabezas: es el letrero donde se dice quién soy
(un siervo de Dios que quiere hacer Su voluntad, aunque a veces, tal vez a
menudo, me rebelo); porque lo que sí tengo demasiado claro es que no soy santo,
pero quiero serlo. Observad mi cuerpo retorcido; no soy yo, sino Aquél, quien
me sostiene en su pecho. Y también quien me conduce, quien guía mis pasos, es
la humildad de nuestra Madre. No quisiera ser vanidoso (que lo soy), no quisiera
ser orgulloso (que también lo soy), pero siento y experimento todos los días
que Dios me ha elegido, como a muchos de vosotros, para ser escándalo de la
Cruz, como diría san Pablo. Este mundo rehúsa el dolor, yo lo acepto para
completar la redención de Cristo en este mismo mundo.
José Javier
Somos una familia española que le está enormemente agradecida. Hemos
tenido la suerte de participar en las Jornadas Mundiales de la Juventud en
Santiago de Compostela, Czestochowa, París y Roma, y estas Jornadas han marcado
nuestras vidas. Comprendimos que merecía la pena ofrecer nuestra juventud a
Cristo, pues sólo Él da sentido a nuestra vida. Recordamos las palabras que
dijo en Tor Vergata sobre las dificultades para vivir un noviazgo cristiano. Nos
ayudaron a definir nuestro camino, conscientes de que el noviazgo es la antesala
del matrimonio, y que el verdadero matrimonio es cosa de tres: Dios, el hombre y
la mujer. Damos gracias a Dios por nuestra primera hija. Le pedimos estar
siempre abiertos a la vida, a pesar de las dificultades. Gracias, Santo Padre,
por su valentía, por su lucha incansable en defensa de los derechos del hombre,
en especial de los pobres, los marginados, los enfermos, los no nacidos, los
moribundos, y por su lucha a favor de la paz. Y gracias por llevarnos a María,
guía segura para alcanzar a Jesucristo.
Ondina y Pablo
Soy una monja de Belén y de la Asunción, que vive una vida de soledad, según la tradición monástica de san Bruno. Tengo 25 años. Antes de ingresar en el monasterio, he vivido una fuerte experiencia de Iglesia. En varios momentos de mi camino, he participado en encuentros de jóvenes convocados por Vuestra Santidad, y sus palabras han sido determinantes en mi vocación. En ellos he descubierto que era pequeña, débil, ni por asomo mejor que los demás; pero he descubierto también que el Señor me ha elegido para vivir en la tierra lo que todos vivirán en el cielo. Día tras día, el Señor me va despojando de las muchas capas que recubren mi verdadera identidad, mi yo profundo, mi ser de gracia. En lo más secreto de mi celda, y, más aún, en lo más profundo de mi corazón, tienen cabida todos los hombres y mujeres del mundo, mis hermanos. Viviendo en el silencio y la soledad con Dios, siento aún más, si cabe, que no puedo disociar el amor a Dios del amor a cada persona humana. Por eso sé, con toda la certeza de la fe, que estoy participando en la nueva evangelización, a la que Vuestra Santidad nos ha convocado, desde mi puesto en la Iglesia, con una inmensa alegría.
Una monja del monasterio de Sigena (Huesca)
Me llamo Enrique, tengo 27 años y soy diácono de la diócesis de
Madrid. Dentro de ocho días, si Dios quiere, con otros catorce compañeros, seré
ordenado sacerdote (el pasado 11 de mayo). En este momento crucial de mi vida,
al contemplar hasta dónde ha llegado el amor de Dios por mí..., sólo puedo
adorarlo y darle gracias por el don de la vocación, que no ha sido otra cosa
sino la historia de un amor que ha cambiado mi vida, que ha ensanchado mi corazón...
Santo Padre: recuerdo qué profunda impresión me causaron sus palabras
cuando nos dijo a los jóvenes reunidos en Madrid: «¡No tengáis miedo a ser
santos!» El Papa, al que había visto siendo niño animando a los jóvenes a
abrir las puertas a Cristo..., me hablaba a mí. Hablaba a todos, pero me lo decía
a mí: «¡Enrique! ¡Ábrele a Cristo el corazón de par en par! ¡No tengas
miedo!» Y en su voz y en su mirada reconocía la voz y la mirada amorosa de
Jesucristo, que, desde su Cruz, tiene sus ojos puestos en los míos... Desde
entonces, no he cesado de buscar esa mirada... En nombre de todos, y muy
especialmente de los que seremos ordenados el próximo domingo, ¡gracias por su
palabra, su testimonio sacerdotal y su vida entregada, que tanto ha significado
en nuestro camino vocacional! Le ruego que nos encomiende al Señor para que
seamos santos sacerdotes. Y que su palabra y su mirada alcancen el corazón de
muchos jóvenes para que también ellos respondan sí a Jesucristo con la
entrega sacerdotal de sus vidas.
Enrique González Torres del Seminario Conciliar de Madrid
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