Intervención en la audiencia general de este miércoles
CIUDAD DEL VATICANO, 7 mayo 2003.- Publicamos la intervención que pronunció Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar su quinto viaje apostólico a España que tuvo lugar entre el sábado y el domingo pasados.
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Queridos hermanos y hermanas:
1. Deseo detenerme hoy en el viaje apostólico que el sábado y el domingo pasado pude realizar en España y que tuvo por tema «Seréis mis testigos».
Doy gracias al Señor por haberme concedido visitar por quinta vez esa noble y amada nación, y renuevo la expresión de mi cordial reconocimiento al cardenal arzobispo de Madrid, a los pastores de toda la Iglesia de España, a Sus Majestades el Rey y la Reina, así como al jefe del gobierno y a las demás autoridades que me acogieron con tanta atención y afecto.
Desde mi llegada, tuve la oportunidad de expresar la estima del sucesor de Pedro por esa porción del Pueblo de Dios que --desde hace casi dos mil años-- peregrina en tierra ibérica y ha desempeñado un papel relevante en la evangelización de Europa y del mundo. Al mismo tiempo, manifesté mi aprecio por los progresos sociales del país, invitando a fundamentarlos siempre en esos valores auténticos y perennes que constituyen el patrimonio precioso de todo el continente europeo.
2. Dos fueron los momentos principales de esta peregrinación pastoral: el gran encuentro con los jóvenes, en la tarde del sábado, y la santa misa, con la canonización de cinco beatos, el domingo por la mañana.
En la Base Aérea de Cuatros Vientos, en Madrid, la vigilia de los jóvenes, que tuvo como telón de fondo la oración del Rosario, me dio la posibilidad de volver a presentar en síntesis el mensaje de la carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae» y del Año del Rosario que estamos celebrando. Invité a los jóvenes a ser cada vez más hombres y mujeres de sólida vida interior, contemplando asiduamente, junto a María, a Cristo y sus misterios.
Precisamente ahí está el antídoto más eficaz contra los riesgos del consumismo, a los que está sometido el hombre de hoy. Ante las insinuaciones de los valores efímeros del mundo visible, que presenta un cierto tipo de comunicación mediática, es urgente contraponer los valores duraderos del espíritu, que sólo se pueden alcanzar recogiéndose en la propia interioridad a través de la contemplación y la oración.
Pude constatar con alegría, además, que los jóvenes en medio de sus coetáneos saben convertirse cada vez más en protagonistas de la nueva evangelización, dispuestos a entregar sus propias energías al servicio de Cristo y de su Reino. Encomendé a la Virgen a los jóvenes de Madrid y de toda España, que son el fruto y la esperanza de la Iglesia y de la sociedad de esa nación.
3. Al día siguiente tuvo lugar la solemne celebración eucarística en la céntrica Plaza de Colón. En presencia de la Familia Real, del episcopado y de las autoridades del país, ante una numerosa asamblea con representantes de todos los que componen la comunidad eclesial, tuve la alegría de proclamar santos a cinco hijos de España: Pedro Poveda Castroverde, sacerdote y mártir; José María Rubio y Peralta, sacerdote; y las religiosas Genoveva Torres Morales, Ángela de la Cruz y María Maravillas de Jesús.
Estos auténticos discípulos de Cristo y testigos de su resurrección son un ejemplo para los cristianos de todo el mundo: sacando de la oración la fuerza necesaria, supieron desempeñar las tareas encomendadas por Dios en la vida contemplativa, en el ministerio pastoral, en el campo educativo, en el apostolado de los ejercicios espirituales, en la caridad con los pobres. Que en ellos se inspiren particularmente los creyentes y las comunidades eclesiales de España para que también en nuestros días esa tierra bendecida por Dios siga produciendo frutos abundantes de perfección evangélica.
Por este motivo exhorté a los cristianos de España a permanecer fieles al Evangelio, a defender y promover la unidad de la familia, a custodiar y renovar continuamente la identidad católica que es orgullo de la nación. Gracias a los valores perennes de su tradición, ese noble país podrá ofrecer una propia contribución eficaz a la edificación de la nueva Europa.
4. Este quinto viaje apostólico en España me ha confirmado una profunda convicción: las antiguas naciones de Europa conservan un alma cristiana, que constituye una sola cosa con el «genio» y la historia de sus respectivos pueblos. El secularismo amenaza por desgracia los valores fundamentales, pero la Iglesia quiere trabajar para mantener continuamente despierta esta tradición espiritual y cultural. Apelándome a la grandeza del alma española, formada en sólidos principios humanos y cristianos, quise dirigir especialmente a los jóvenes las palabras de Cristo: «Seréis mis testigos». Repito hoy estas palabras, asegurando a la Iglesia y al pueblo de España, así como a todos los que estáis aquí presentes, mi oración, acompañada por una especial Bendición.
Al final de la audiencia, el Papa hizo esta síntesis en castellano.
Queridos hermanos y hermanas:
Doy gracias a Dios que me ha permitido llevar a cabo el fin de semana pasado mi quinto Viaje Apostólico a España con el lema «Seréis mis testigos». He podido renovar mi estima a esa porción del Pueblo de Dios y apreciar su progreso social, invitando a fundamentarlo sobre los valores auténticos y permanentes que constituyen el rico patrimonio del Continente europeo.
En el encuentro con la juventud, comentando la Carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae», he invitado a los jóvenes a convertirse en hombres y mujeres de profunda vida interior, como antídoto a los riesgos a que está expuesta la humanidad. Los he animado también a ser apóstoles de sus coetáneos, siendo protagonistas de la nueva evangelización. El domingo, al proclamar cinco nuevos Santos, testigos de la Resurrección del Señor, he exhortado a todos a ser fieles al Evangelio, manteniendo la identidad católica de España, para dar así una contribución válida a la construcción de la nueva Europa.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial a los fieles de la Parroquia del Carmen, de Azúa (República Dominicana), así como a los emigrantes de Burdeos y a los Alumnos del Colegio de los Ángeles de Barcelona. Renovando a todos la invitación a ser testigos de Jesucristo Resucitado, reitero a la Iglesia y al pueblo español mi emocionado recuerdo en la oración y os bendigo de corazón.
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