Intensamente unido a la última cena de Jesús, Juan
Pablo II firmó ayer durante la misa de Jueves Santo la encíclica «La Iglesia
vive de la Eucaristía», su «regalo a los creyentes» en el vigesimoquinto año
de Pontificado.La decimocuarta encíclica tiene un sabor intimista y
arrolladoramente místico, fruto de sus 56 años de sacerdocio apasionado.
Volviendo espiritualmente al Cenáculo de Jerusalén,
el Santo Padre afirmó que aquella primera Eucaristía, «fue el momento
culminante de la existencia terrena de Jesús, el momento de su ofrenda
sacrificial al Padre por amor a la humanidad». Entregar la vida por los demás
envía, según el Papa, «un mensaje demasiado claro como para que se pueda
ignorar: quienes participan en la Celebración eucarística no pueden permanecer
insensibles ante las necesidades de los pobres y los desfavorecidos».
En esa línea de solidaridad práctica, el Santo
Padre expresó su petición de «que la colecta de esta celebración vaya a
aliviar las necesidades urgentes de quienes sufren en Irak las consecuencias de
la guerra».
Enjugar
las lágrimas del que sufre
Adelantando el tono que llevará toda la encíclica,
el Papa convirtió su homilía en una plegaria poética, pidiendo al Cristo
Eucarístico, «que la Iglesia sea cada vez más solícita en el enjugar las lágrimas
de quien sufre y en sostener los esfuerzos de quienes anhelan la justicia y la
paz».
Poco antes de firmar el documento, imploró a María,
«mujer eucarística», su ayuda para «vivir el misterio de la Eucaristía en
el espíritu del Magnificat. Te adoro con devoción, Dios escondido... Te adoro.
¡Ayúdame!».
La nueva encíclica, disponible desde ayer en
Internet (www.vatican.va, disponible en siete idiomas, incluido el español),
condensa en 78 páginas la reflexión de veinticinco años de Pontificado sobre
el elemento central de la Iglesia: la Eucaristía, epicentro de la Redención,
de la gracia divina y de la vida espiritual.
El Papa confiesa haberla escrito «con el deseo de
suscitar «asombro» eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar de la
Carta apostólica «Novo millennio Ineunte» y su coronamiento mariano «Rosarium
Virginis Mariae»».
En tono emocionado, Karol Wojtyla -el antiguo
seminarista clandestino durante la ocupación nazi- recuerda su primera misa en
1946 en la catedral de Cracovia y tantas otras celebradas «en capillas de
senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar», durante
los años de mordaza comunista en Polonia o, ya como Papa, «sobre altares
construidos en estadios o en las plazas de las ciudades».
No
maltratar el Sacramento
Ese contraste le sirve para subrayar que, en
cualquier situación, «la Eucaristía se celebra sobre el altar del mundo, pues
une el cielo y la tierra, abarcando toda la creación y el tiempo en un único
supremo acto de alabanza».
Esa visión grandiosa del sacrifico de la Cruz le
lleva a pedir a gritos que no se maltrate el Sacramento y que no se aisle de los
avatares del mundo, puesto que la celebración eucarística «no debilita sino
que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la era
presente».
El Papa añade que «deseo recalcarlo con fuerza al
principio del nuevo milenio, para que los cristianos se sientan más que nunca
comprometidos a no descuidar los deberes de la ciudad terrenal», entre los que
cita «la urgencia de trabajar por la paz» en un mundo donde los poderosos
extienden despiadadamente el culto a la fuerza.
Conciencia
de pecado
Al mismo tiempo recuerda, con el tono de San Pablo a
los cristianos de Corinto, que nadie debe acercarse indignamente a recibir el
Cuerpo y la Sangre de Jesús. Si un fiel cristiano «tiene conciencia de pecado
grave» debe acudir antes al sacramento de la Reconciliación.
El Papa reconoce que «el juicio sobre el estado de
gracia, obviamente, corresponde sólo al interesado, tratándose de una valoración
de conciencia», pero recuerda también, sin especificar los casos, que «el Código
de Derecho Canónico no permite admitir a la comunión eucarística a quienes «obstinadamente
persistan en un manifiesto pecado grave»».
Juan Pablo II dedica todo un capítulo de los seis
que componen el documento al «Decoro de la Celebración Eucarística»,
urgiendo a manifestar el mismo amor intenso que la mujer que ungió los pies de
Jesús con ungüento y los enjugaba con sus cabellos. Pero el más original y
mas íntimo es el dedicado a «María, mujer eucarística», donde presenta a la
Madre de Dios como primer sagrario durante la visita a Isabel, «donde el Hijo
de Dios, todavía invisible, se ofrece a la adoración», y evoca el sacrificio
de la Virgen al pie de la Cruz.
María
y Jesús
El Papa afirma que «en cierto sentido, María
practicó su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el
hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Hijo de
Dios. María concibió al Hijo divino, incluso en la realidad física de su
cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza
sacramentalmente en el creyente que recibe, en las especies del pan y el vino,
el cuerpo y la sangre del Señor».
Por ese motivo, existe «una analogía profunda entre
el «fiat» pronunciado por María en respuesta a las palabras del Ángel y el
«amén» que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor». Son, dos
modos de decir «hágase» o «así sea»».
El Santo Padre afirma que «María está presente con
la Iglesia y como Madre de la Iglesia en todas nuestras celebraciones eucarísticas.
Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede
decir del binomio María y Eucaristía».
Juan Pablo II invita a «releer el Magnificat en
perspectiva eucarística», pues «como el canto de María, la Eucaristía es,
ante todo, alabanza y acción de gracias». Según el Papa que lleva en su
escudo el «Totus Tuus» mariano, «puesto que el Magnificat expresa la
espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico
que esa espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida
sea, como la de María, toda ella un Magnificat!».
Renovar
el compromiso ecuménico
Las últimas líneas invitan a «un renovado
compromiso ecuménico» para que puedan caer cuanto antes las barreras que
impiden la concelebración eucarística, uno de los caballos de batalla en la
lucha por la unidad. Conjugando amor y sinceridad, Juan Pablo II ha logrado en
veinticinco años un clima de reconciliación con las Iglesias ortodoxas y
reformadas. Su insistencia en clarificar el Sacramento central de la Iglesia
sugiere un preámbulo hacia nuevos pasos decisivos.
ROMA. JUAN VICENTE BOO. CORRESPONSAL
ABC, 18-IV-2003
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |