Aprender
sin pensar es inútil.
Pensar
sin aprender, peligroso.
Confucio
·
Fortalecer la voluntad
·
Criterio propio. Algunos desengaños
·
Observar, leer, pensar
·
La personalidad y el entorno. Modelos
·
Una vieja especie: el opinador
·
¿Comprometerse?
·
Desconfiados y resentidos
Fortalecer
la voluntad
Ya hemos hablado al comienzo sobre la importancia de
la fuerza de voluntad para formar el carácter.
—De que es importante no tienes que convencerme. El
asunto es ¿qué hacen, o qué hacemos, los que hemos nacido con menos voluntad?
La voluntad crece con su ejercicio continuado y
cuando se va entrenando en direcciones determinadas. Y eso sólo se logra
venciendo en la lucha que —queramos o no— vamos librando de día en día.
Esta consolidación de la voluntad admite una
sencilla comparación con la fortaleza física: unos tienen de natural más
fuerza de voluntad que otros; pero sobre todo influye la educación que se ha
recibido y el entrenamiento que uno haga.
Una voluntad recia no se consigue de la noche a la mañana.
Hay que seguir una tabla de ejercicios para fortalecer los músculos de la
voluntad, haciendo ejercicios repetidos, y que supongan esfuerzo.
—¿Una tabla?
Sí, e insisto en que si no suponen esfuerzo son inútiles.
Ahora hago esto porque es mi deber; y luego esto otro, aunque no me apetece,
para agradar a esa persona que trabaja conmigo; y en casa cederé en ese
capricho o en esa manía, en favor de los gustos de quienes conviven conmigo; y
evitaré aquella mala costumbre que no me gustaría ver en los míos; y me
propongo luchar contra ese egoísmo de fondo para ocuparme de aquél; y superar
la pereza que me lleva a abandonarme en mi preparación profesional, mi formación
cultural o mi práctica religiosa.
Sin dejar esa tabla a la primera de cambio, pensando
que no tiene importancia.
Ejercítate cada día en vencerte,
aunque sea en
cosas muy pequeñas.
Recuerda aquello de que por un clavo se perdió una
herradura, por una herradura un caballo, por un caballo un caballero, por un
caballero una batalla, por una batalla un ejército, por un ejército, por un ejército
un imperio...
Con constancia y tenacidad, con la mirada en el
objetivo que nos lleva a seguir esa tabla. Porque, ¿qué se puede hacer, si no,
con una persona cuyo drama sea ya simplemente el hecho de levantarse en punto
cada mañana, o estudiar esas pocas horas que se había propuesto? ¿Qué
soporte de reciedumbre humana tendrá para cuando haya de tomar decisiones
costosas?
Los padres deben alabar más
el esfuerzo de los hijos
y elogiar menos sus dotes intelectuales,
pues lo primero produce estímulo,
y lo segundo vanidad.
Además, muchas veces las grandes cabezas, ésas que
apenas tuvieron que hacer nada para superar holgadamente sus primeros estudios,
acaban luego fracasando porque no aprendieron a esforzarse. Y quizá aquel otro,
menos brillante, que se llevaba tantos reproches y que era objeto de odiosas
comparaciones con su hermano o su primo o su vecino listo, gracias a su afán de
superación acaba haciendo frente con mayor ventaja a las dificultades
habituales de la vida.
Criterio
propio. Algunos desengaños
Los que nos dedicamos profesionalmente a la educación
nos llevamos a veces unos chascos tremendos. Son desengaños que llevan a
pensar.
Ves a lo mejor chicos o chicas de doce o trece o
dieciséis años que son encantadores, excelentes estudiantes y que prometen una
brillante trayectoria, pero que pasan los años y acaban en un desastre.
Y también al revés, otros un poco grises que luego
resultan ser personas fenomenales. Es sorprendente ver cómo a veces, con los años,
se cambian los papeles.
—Pues eso va un poco en contra de lo que decías
sobre la importancia de educar bien en la infancia y primera adolescencia, ¿no?
Ya hemos dicho que la educación no lo es todo, y que
no es un seguro a todo riesgo, entre otras cosas porque hay que contar con la
libertad. La buena educación es sólo encaminar bien a los hijos (que no es
poco).
Hay que decir también que la mayoría sí suele
continuar la línea de sus primeros años. Pero es verdad también que son
muchos los que luego se tuercen. Y si analizáramos las razones de los fracasos
de esos chicos o chicas que tanto prometían, es muy probable que encontráramos
una deficiente educación en la libertad.
No se trata de formar chicos o chicas sumisos y dóciles,
que dependen para todo de sus padres, que carecen de juicio propio y que se
limitan a ejecutar lo que se les dice. Es preciso formar personas de criterio.
Para acrecentar la sensatez y el buen criterio de un
chico o una chica joven es preciso enseñarles a razonar debidamente, y, junto a
ello, lograr que crezcan en las diversas virtudes básicas (sinceridad,
fortaleza, generosidad, laboriosidad, reciedumbre, valentía, humildad, etc.).
—¿Y por qué relacionas tanto la virtud con la
sensatez?
Porque cuando falta la virtud es fácil que se extravíe
la razón.
—¿Por qué?
Cuando falta la virtud, la razón se ve presionada
por los halagos del vicio correspondiente, y es más fácil que se tuerza para
así ceder a esos requerimientos. Quizá por eso Aristóteles insistía tanto en
que el hombre virtuoso es regla y medida de las cosas humanas.
Observar,
leer, pensar
Alexander Fleming era un bacteriólogo escocés que
disponía de un laboratorio francamente modesto, casi tanto como los mercadillos
de baratijas de Praed Street que se veían a través de su ventana.
Un día, avanzado el verano de 1928, mientras
conversaba animadamente con un colega, observó algo que le pareció
sorprendente. Él solía abandonar los platillos de vidrio después de hacer el
primer examen de los cultivos microbianos. Uno de ellos aparecía ahora cubierto
de un moho grisáceo, pero... ¡qué raro!: alrededor de ese moho las bacterias
se habían disuelto. En lugar de las habituales masas amarillas bacterianas,
surgían anillos muy definidos allá donde el cultivo entraba en contacto con el
moho. Raspó una partícula de esa sustancia y la examinó al microscopio: era
un hongo del género Penicilium.
Así fue como Alexander Fleming llegó a conocer lo
que sería el primer antibiótico: la penicilina, que abriría posibilidades
insospechadas a la medicina moderna. Aún se tardaría quince años, hasta 1943,
en lograr aislar este hongo y encontrar un sistema masivo de producción. Sus
resultados eran casi increíbles. Jamás se había conocido medicamento tan
poderoso. Al final de la Segunda Guerra Mundial se trataban ya con penicilina más
de siete millones de enfermos al año. Todo empezó por aquel descubrimiento
casual, porque alguien observó algo y ese algo le llevó a pensar.
Muchos otros descubrimientos se han producido también
de forma parecida.
El físico alemán W. Roentgen se sorprendió un día
de 1895 al ver que unas placas fotográficas habían quedado veladas sin
aparente motivo. No conseguía explicarse cómo esas placas podían haberse
impresionado atravesando cuerpos opacos. Sus investigaciones acabaron llevándole
al descubrimiento de una radiación —que llamó Rayos X— que atravesaba
objetos consistentes y que pronto tuvo innumerables aplicaciones.
Brown construyó el primer puente colgante sostenido
por cables inspirándose en cómo estaba tejida una telaraña que observó en su
jardín, tendida de un arbusto a otro.
Newton, según se cuenta, llegó a enunciar la ley de
gravitación universal después del famoso episodio de la manzana.
Aristóteles, en el año 340 a. C., ya habló de que
la Tierra podía ser redonda, cuando a nadie se le había pasado por la cabeza
semejante idea, y lo dedujo a partir de observar cómo, en el mar, se ven
primero las velas de un barco que se acerca en el horizonte, y sólo después se
ve el casco. Luego lo confirmó estudiando las estrellas y los eclipses.
—¿Y por qué crees que, ante los mismos sucesos,
unos hacen grandes descubrimientos y otros no se enteran de nada?
Me imagino que porque unos son más observadores que
otros, y unos reflexionan más y otros menos.
—¿Y piensas que ser despistado o distraído es un
defecto?
No sé si tanto como un defecto, pero desde luego no
se puede decir que sea una virtud ni que directamente enriquezca el carácter.
Algunos adolescentes son despistados o distraídos
simplemente porque han comprobado que, con unos padres tan complacientes,
resulta un papel muy cómodo. Así se lo dan todo hecho y eluden cosas que les
cuestan.
Es importante hacer que los hijos adquieran cierta
calma y capacidad de reflexión, porque la vida constantemente nos interroga, y
a veces se presentan situaciones a las que no encontramos salida simplemente
porque el atolondramiento y la precipitación nos impiden pensar.
La sociedad actual presenta ciertas circunstancias
que favorecen ser engullidos por el activismo. Y lo malo es que ese estado
habitual de prisa disminuye notablemente la capacidad de reflexión. Parece como
si no quedara tiempo para fijar la atención en las cosas que en realidad más
importan.
No debemos considerar superfluo el esfuerzo por
buscar de vez en cuando la calma necesaria para reflexionar intensamente en una
lectura, o en torno a unas ideas, e interpretarlas, viendo la forma de
enriquecer nuestra vida y de transmitirlas luego a los demás.
El arte de pensar bien
no interesa solamente
a los filósofos,
sino a todo el mundo.
Hace falta un poco de calma y serenidad para poder
analizar las situaciones que a cada uno se le presentan y así sopesar con
prudencia las ventajas e inconvenientes de cada solución. Para observar y darse
cuenta de lo que pasa, y de si hay o no que intervenir.
Además, la prisa y el aceleramiento no suelen ir
unidos a la eficacia, pues la gente que se sumerge en una actividad
extraordinaria pero irreflexiva suele acabar haciendo mucho, sí, pero en gran
parte inútil o innecesario. Su ansiedad por la acción les impide decidir
serenamente.
Cuántas veces, una idea considerada con calma, una
lectura, un comentario, una argumentación, remueven el fondo de una persona y
hacen brotar de ella una claridad y una energía nuevas. Es como si se removiera
un pequeño obstáculo que impedía la comunicación con el aire libre, y
gracias a eso una vida se llena de frescura y de lozanía.
Como ha señalado Jesús Ballesteros, lo más
revolucionario hoy en día es el hecho de pensar. En realidad, pensar es lo que
tiene mayor capacidad transformadora, y el ejercicio del pensamiento y su
extensión, a través del diálogo y la comunicación, puede ser lo que abra más
posibilidades a una vida distinta.
—De nuevo me parece muy bien, pero muy difícil de
meter en la cabeza de un adolescente.
Hay algo que puede ayudar mucho en la labor que hagas
en tus conversaciones con ellos. Se trata de formarles a través de buena
lectura.
Leer es para la mente como el ejercicio para el
cuerpo. Y como el tiempo es limitado, conviene afinar la puntería al elegir los
libros, para que sean de la máxima calidad.
—Pero si no quieren leer nada que sea de pensar...
Hay muy buena literatura que gusta a los chicos y
chicas de esta edad, y que, poco a poco, les lleva a pensar. Tampoco se trata de
empezar por cosas muy elevadas.
No importa que al principio sean sólo novelas
sencillas o libros de aventuras, porque lo primero que hace falta es que se
acostumbren a leer. Hasta que no pierdan el miedo a los libros no conseguimos
nada. Es interesante que lean el periódico, alguna buena revista de información
general, biografías, historia, buena literatura. Muchas veces se sorprenden
ellos mismos al ver que entienden y les gusta mucho más de lo que pensaban.
Es una buena costumbre, por ejemplo, leer en familia.
Para eso hace falta que haya en la casa libros adecuados y que los padres
fomenten la lectura sugiriendo títulos, leyendo ellos también, procurando que
la televisión no esté siempre encendida, etc. Es fundamental el fin de semana
y las vacaciones, aunque también es sorprendente lo que se puede llegar a leer
al cabo de un año con un simple cuarto de hora cada día.
No digas que leerás
cuando tengas tiempo,
porque entonces
no leerás nunca.
Produce verdadera lástima conocer a personas que son
incapaces de sostener siquiera unos minutos una conversación interesante sobre
algo ajeno a su especialidad, porque jamás han leído nada con un poco de
contenido. Personas que apenas saben lo que sucede en el mundo, porque no leen
el periódico. Ni lo que piensa nadie, porque hay muy pocas cosas que despierten
su interés.
Bacon decía que la lectura hace al hombre completo;
la conversación lo hace ágil; el escribir lo hace preciso. Quienes no se
cultivan un poco, parece como si no supieran disfrutar de las satisfacciones que
permite el hecho de ser seres inteligentes.
—Efectivamente la lectura es un gran medio de
formación, pero supongo que cabe el peligro por exceso, de leer continuamente,
o indiscriminadamente...
Hay que leer más y leer mejor. Séneca decía que no
era preciso tener muchos libros, sino que fueran buenos. Junto a la capacidad de
lectura hay que desarrollar la capacidad de discernimiento, porque las
promociones publicitarias de las editoriales y el atractivo de las portadas no
son garantía de calidad.
—El problema es que los padres no siempre estamos
en condiciones de aconsejarles, sobre todo cuando los chicos van siendo mayores,
o si son lecturas algo más específicas.
Te será fácil si pides consejo a alguna persona con
experiencia que comparta tus valores, y supongo que no te será difícil
encontrarla.
La
personalidad y el entorno. Modelos
En un reciente congreso de filósofos y pensadores de
ámbito internacional se analizaron diversas cuestiones relativas a las
corrientes de pensamiento actualmente más en boga. Una de las conclusiones se
refería a algo que quizá, a primera vista, puede parecer muy simple. Podría
resumirse en que:
El atractivo
de la persona individual
tiene mucha fuerza,
más que las doctrinas
y que las ideologías.
Lo normal es seguir a las personas, más que a las
ideas. Y ese natural deseo de emulación, muchas veces casi imperceptible, no es
algo que se reduzca a los niños, o al seno de la familia, o a la educación.
Siempre, pero quizá más en tiempos de controversias
ante los valores, emerge con fuerza inusitada el hombre concreto, el modelo
individual. Más que ideas generales, se buscan modelos humanos vivos,
personalidades concretas que sirvan de referencia. Se escriben y se venden
infinidad de biografías. Se buscan vidas que, por su categoría humana o
espiritual, sean dignas de admirar o imitar. La gente no quiere teorías, busca
la elocuencia de los hechos.
—Pues sería interesante pensar cuáles son los
modelos humanos con los que tienen oportunidad de identificarse nuestros hijos.
Chesterton decía que los profesores son las primeras
personas adultas distintas de sus propios padres que el niño conoce con cierta
continuidad. Y que, por tanto, de ellos es quizá de quienes más aprenda a
hacerse adulto.
—Desde luego, parece una razón de peso para elegir
bien el colegio al que va.
Por supuesto. Primero sus maestros, y después sus
profesores, tienen un gran protagonismo en su educación. Porque hasta el simple
trato humano tiene ya un gran poder formativo o deformativo.
De todas formas, quizá de unos años a esta parte ha
aumentado bastante la influencia de otros muchos modelos. Un deportista famoso,
una cantante, o el protagonista de una película o una serie de televisión,
pueden producir en los chicos una fuerte tendencia a asumir detalles que
consideran atractivos en el carácter de esas personas.
—Lo malo es que a veces esos modelos son muy poco
positivos.
Quizá de ahí arranque la falta de pautas morales válidas
en la vida de algunos jóvenes. Es decisivo que quien está a punto de ser
hombre o de ser mujer tenga ante sus ojos modelos atractivos y logrados, de modo
que pueda adquirir criterios de estimación válidos. No olvides que el entorno
es muy importante.
—Debe serlo, porque a veces parece que lo menos
importante es lo que decimos los padres. No se sabe por qué, pero a veces
parece como si nuestra opinión fuera para ellos la que menos vale...
Creo que es una actitud muy propia del adolescente y
contra la que resulta difícil luchar de frente. Quizá de modo indirecto puedas
hacer más.
Muchas veces no basta con charlar con ellos y
procurar hacerles razonar, porque quizá su autosuficiencia adolescente les
retrae de hablar confiadamente con sus padres.
—Entonces, ¿qué puedo hacer si mis hijos son ya
adolescentes y no estoy nada seguro de haberles educado con acierto?
Por tu parte, todo lo que puedas; pero quizá,
considerando esto de los modelos y del entorno, procura también que tus hijos
tomen contacto con personas que puedan hacerles bien.
Por ejemplo, resumiendo lo que hemos tratado, puede
ser positivo:
procura elegir bien el colegio y habla con frecuencia
con el preceptor o tutor;
haz algo por ir conociendo a sus amigos, para poder
así darle de vez en cuando algún buen consejo, delicadamente y respetando su
libertad;
procura, siempre que sea posible, que la televisión
se vea en casa de modo familiar: una película bien elegida puede ser una espléndida
ocasión para provocar una tertulia donde conozcamos el modo de pensar de
nuestros hijos y el eco que tiene en ellos lo que han visto;
aplica tu imaginación para que los chicos tomen
contacto con ideas y actitudes sensatas;
cuida su formación moral, y si eres creyente no
minusvalores la importancia de vivir de modo coherente a la fe;
haz lo posible para que se muevan en un ambiente
favorable al buen desarrollo de su personalidad: por ejemplo acudiendo a un club
juvenil donde puedan pasarlo bien de forma sana, hacer buenos amigos en un
ambiente adecuado y recibir una ayuda en su formación;
evita esos lugares de vacaciones o de fin de semana
donde resulta tan fácil verse envuelto en un ambiente de personas con
planteamientos inadecuados sobre los modos de divertirse (es sorprendente el
porcentaje de alumnos que vuelven irreconocibles a clase después de un verano
desafortunado); etc.
Si en las edades clave falla el entorno, de poco
sirven los razonamientos teóricos con los hijos. Decía Confucio que no son las
malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del
campesino. Un colegio equivocado, un lugar de veraneo de bajo nivel moral, o una
indigestión habitual de televisión indiscriminada, por ejemplo, pueden echar
por tierra muchos esfuerzos hechos en casa por mantener limpias las mentes de
los chicos.
Si no se actúa sobre el entorno, puede suceder como
en aquel dicho del cadáver en la piscina: mientras no se saque el muerto, de
poco vale echar cloro.
Una
vieja especie: el opinador
El opinador es un personaje que acostumbra a opinar
sobre cualquier cuestión, y con una soltura olímpica. No es que sepa mucho de
muchas cosas, pero habla de todas ellas con un aplomo que llama la atención.
Nada escapa de los perspicaces análisis que hace desde la atalaya de su
genialidad.
¿Es que acaso no tengo libertad para opinar?, dirá
nuestro personaje. Y darán ganas de responderle: libertad sí que tienes, lo
que te falta es cabeza; porque la libertad, sin más, no asegura el acierto.
Pertenecer al sector crítico y contestatario es para
esas personas la mismísima cima de la objetividad.
—Pero la crítica puede hacer grandes servicios a
la objetividad.
Indudablemente, y ya hemos hablado de cómo la crítica
puede ser positiva si se atiene a ciertas pautas. Pero detrás de una actitud de
crítica tozuda y sistemática suelen esconderse la ignorancia y la cerrazón.
Si hay algo difícil en la vida es el arte de valorar las cosas y hacer una crítica.
No se puede juzgar a la ligera, sobre indicios o habladurías, o sobre
valoraciones precipitadas de las personas o los problemas.
La crítica debe analizar lo bueno y lo malo, no sólo
subrayar y engrandecer lo negativo. Un crítico no es un acusador, ni alguien
que se opone sistemáticamente a todo. Para eso no hacer falta pensar mucho,
bastaría con defender sin más lo contrario de lo que se oye, y eso lo puede
hacer cualquiera sin demasiadas luces. Además, también es muy cómodo, como
hacen muchos, atacar a todo y a todos sin tener que defender ellos ninguna
posición, sin molestarse en ofrecer una alternativa razonable —no utópica—
a lo que se censura o se ataca.
—Tengo la impresión, además, de que quienes están
todo el día hablando mal de los demás, tienen que amargarse ellos también un
poco la vida.
Sí. Parece como si vivieran proyectando alrededor su
propia amargura. Como si de su desencanto interior sobrenadaran vaharadas de
crispación que les envuelven por completo. Les disgusta el mundo que les rodea,
pero quizá sobre todo les disgusta el que tienen dentro. Y como son demasiado
orgullosos para reconocer culpas dentro de ellos, necesitan buscar culpables y
los encuentran enseguida.
—Pienso que la agresividad que observan en algunos
medios de comunicación produce a veces una actitud demasiado ligera en las
valoraciones y que influye bastante en los chicos: creen que aumentan su
prestigio intelectual empinándose sobre un exagerado escepticismo crítico.
Sí, y hay que estar atentos, porque se contagian
casi imperceptiblemente de esas actitudes, que además muchas veces les lleva a
hacer una intensa propaganda de su laxitud ante muchos valores importantes en la
educación.
¿Comprometerse?
Para algunos padres y educadores, la gran norma pedagógica
parece que es: "En caso de duda, apueste usted por el no, elija el estarse
quieto".
Es una mentalidad de gran resistencia a complicarse
la vida, de una desusada exigencia de garantías. Tanto temen equivocarse que
prefieren esquivar cualquier riesgo, y pasan a vivir como refugiados. Se vuelven
un poco solemnes y secos, quizá perfectísimos y superprevisores, y vivirán
con un método y una higiene absolutos, pero quizá eso no sea vivir.
No se trata de apostar por la irreflexión, la
frivolidad o el aventurismo barato. Pero cualquier objetivo medianamente valioso
está rodeado de unas tinieblas por las que hay que avanzar en terreno
desconocido. Toda empresa, todo camino en la vida, tiene algo de riesgo, de
apuesta, de salto hacia adelante, y hay que asumirlo. Si no, más vale quedarse
en la cama por el resto de la vida.
Para que los hijos sean decididos es preciso que vean
esa actitud en los padres. Que no se queden paralizados ante la duda. Que no
tiren la toalla a la primera dificultad. Que no cambien inmediatamente de
objetivo si éste se presenta costoso.
—Pues hay mucha gente emprendedora y audaz cuyos
hijos son asombrosamente apáticos.
Es que, además de dar ejemplo, hay que hacer algo más.
Quizá esos padres debieran preguntarse si no han superprotegido a sus hijos, si
no les habrán dado todo hecho, si no les impidieron tomar decisiones y abrirse
camino. Porque con tanto desvelo protector pueden haberles hecho un flaco
servicio.
"A mí no me gusta comprometerme con nada ni con
nadie", se oye a veces a esos chicos, con frase lapidaria y sentenciosa (y
casi nunca original suya). Y si una cosa no sale a la primera..., "pues lo
dejo". Y parece como si todo fuera transitorio, a prueba, "a ver qué
tal".
Sin embargo, es ineludible comprometerse, porque la
vida está llena de compromisos. Compromisos en el plano familiar, en el
profesional, en el social, en el afectivo, en el jurídico y en muchos más. La
vida es optar y adquirir vínculos. Quien pretenda almacenar intacta su
capacidad de optar, no es libre: sería un prisionero de su indecisión.
Saint-Exupéry dijo que la valía de una persona
puede medirse por el número y calidad de sus vínculos. Por eso, aunque todo
compromiso en algún momento de la vida puede resultar costoso y difícil de
llevar, perder el miedo al compromiso es el único modo de evitar que sea la
indecisión quien acabe por comprometernos. Quien jamás ha sentido el tirón
que supone la libertad de atarse, no intuye siquiera la profunda naturaleza de
la libertad.
Desconfiados
y resentidos
Muchas personas tienen un profundo convencimiento de
que en el mundo todo es egoísmo y mezquino interés.
Y como ellos así lo piensan, les parece que lo
normal y lo corriente es que todos los humanos sean también, como ellos, unos
egoístas redomados.
Viven así una vida empobrecida, parece como que
miran siempre de reojo. Son desconfiados. Es algo casi enfermizo.
No hace falta insistir en lo negativo de ese
planteamiento para la educación del carácter de los hijos. La familia debe
convivir en un clima
de generosidad y de confianza,
de prestar ayuda siempre,
de no llevar cuenta de los favores,
de no pensar en si alguien es merecedor de un
servicio,
de no tener en cuenta si nos lo van a devolver o
agradecer.
Hay padres y educadores que empujan habitualmente a
desconfiar, y cometen con eso un grave error.
—Bueno, pero tampoco hay que pasarse por el otro
extremo, porque pueden efectivamente acabar siendo unos ingenuos y que luego
todo el mundo les engañe y nunca espabilen.
Tendríamos que volver a hablar de aquello de
encontrar un equilibrio. Es verdad que ese peligro que dices también existe,
pero creo que es bastante menor que su contrario, y, además, es más fácil de
corregir.
Repasemos algunas ideas para facilitar un clima de
confianza en la familia:
Más vale ser engañados alguna vez por los hijos que
educarlos en un clima de desconfianza o de control policíaco.
"Yo perdono, pero no olvido", dicen
algunos. En muchos casos, eso probablemente no sea perdonar, sino un refinado
sucedáneo de resentimiento.
Atención a las listas de agravios que guardan
celosamente algunas personas, esclavas de sus viejos rencores. En lugar de
dedicarse a vivir, parece que se recrean en recordar lo malo de sus vidas para
sufrir doblemente.
Se dice que para quien tiene miedo todo son ruidos.
Para el que desconfía, todo son maniobras para aprovecharse de él. Sin
embargo, las más de las veces son sólo fruto de su imaginación, y es su miedo
lo que les angustia: no han logrado descubrir la maravilla de la confianza, son
hombres esquivos y solitarios de espíritu.
Confianza en los demás, para poder perdonar. Y
perdonar es ser generoso en conceder oportunidades de enmendarse.
A veces somos rígidos porque estamos inseguros,
porque no nos lanzamos a educar en la confianza. Y la confianza es un poderoso
medio de educación.
La desconfianza está detrás de los resentidos que,
después de recibir una herida, están decididos a no volver a confiar. Detrás
de los solitarios, de los desamorados. De los viejos que se esconden
desconfiados porque piensan que ya no valen para nada y todos les desprecian. De
los enfermos que piensan por sistema que nadie les comprende. De los jóvenes
que ven a los mayores como gente que jamás les podrán entender. De los tímidos,
que se encierran dentro del propio corazón por miedo a abrirse.
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Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
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