Juan Pablo II sugiere el
camino para acelerar el movimiento ecuménico (Aceprensa 78/95)
Juan Pablo II ha dado un
vigoroso impulso al proceso de unidad de los cristianos con su nueva encíclica
"Ut unum sint" ("que sean uno"), donde hace un balance del
movimiento ecuménico y sugiere un método para acelerarlo. El Papa explica que
el ecumenismo no es un "añadido", sino algo esencial para la vida y
la acción de la Iglesia, que debe ser fiel al mandato de Cristo y evitar el escándalo
de la desunión. En esta su duodécima encíclica, Juan Pablo II invita a las
otras Iglesias cristianas a dialogar sobre un modo nuevo de ejercer el primado
del Papa.
El
documento, de 114 páginas, es eminentemente pastoral: más que clarificar una
doctrina, pretende "sostener un esfuerzo". Ante la perspectiva del año
2000, es preciso que los cristianos lleguen más unidos al jubileo del
nacimiento de Cristo.
Esa
urgencia pastoral es una constante de toda la encíclica, la primera que un Papa
dedica al ecumenismo: "Cuando afirmo que para mí, Obispo de Roma, la obra
ecuménica es 'una de las prioridades pastorales' de mi pontificado, pienso en
el grave obstáculo que la división constituye para el anuncio del
Evangelio" (n. 99).
En
la primera parte de la encíclica, el Papa glosa ampliamente documentos del
Concilio Vaticano II, sobre todo el Decreto sobre el ecumenismo, la Constitución
dogmática sobre la Iglesia y la Declaración sobre la libertad religiosa. Juan
Pablo II repasa su contenido, enumera los progresos realizados desde entonces,
el largo camino todavía pendiente y reafirma que el compromiso ecuménico de la
Iglesia es "irreversible", y que debe ser también asumido por las demás
Comunidades cristianas.
La
fraternidad que une a los cristianos tiene su raíz en el reconocimiento del único
Bautismo. "Jesús mismo antes de su pasión rogó para 'que todos sean uno'
(Jn 17, 21). Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere
abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra.
No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos"
(n. 9).
Si
el Bautismo es fundamento de la unidad, el Papa afirma que existe también una
comunión en la santidad. "Los cristianos tenemos un martirologio común",
y la santidad de estos fieles de las distintas confesiones cristianas es un polo
de atracción hacia la unidad. "Si se puede morir por la fe, esto demuestra
que se puede alcanzar la meta cuando se trata de otras formas de aquella misma
exigencia" (n. 84).
Del
conjunto de la encíclica queda claro también que la preocupación ecuménica
no es tarea exclusiva de la jerarquía o de los teólogos que participan en las
reuniones de expertos. El Papa subraya la importancia de lo que define como
"ecumenismo espiritual": el deber que todos los cristianos tienen de
orar por la unidad.
También
el diálogo ecuménico debe basarse en "la conversión de los corazones y
en la oración, lo cual llevará incluso a la necesaria purificación de la
memoria histórica" (n. 2), ya que -además de las divergencias
doctrinales- la división está marcada por las incomprensiones y prejuicios del
pasado, y un insuficiente conocimiento recíproco.
La
finalidad de ese "diálogo de conversión" es, por tanto, prestarse
una ayuda recíproca para hacer examen de conciencia sobre la fidelidad que cada
comunidad guarda al mensaje de Cristo.
El
Papa puntualiza que "la plena comunión deberá realizarse en la aceptación
de toda la verdad, en la que el Espíritu Santo introduce a los discípulos de
Cristo. Por tanto, debe evitarse absolutamente toda forma de reduccionismo o de
fácil 'estar de acuerdo'. Las cuestiones serias deben resolverse, porque de lo
contrario resurgirían en otros momentos, con idéntica configuración o bajo
otro aspecto" (n. 36).
Naturalmente,
también ese examen de conciencia lo hace la Iglesia católica. El Vaticano II
recordó que Cristo llama a su Iglesia a una reforma permanente para rectificar
las desviaciones que se pudieran haber producido en el camino. "Somos
conscientes, en cuanto Iglesia católica, de haber recibido mucho del
testimonio, de la búsqueda e incluso del modo como las otras Iglesias y
Comunidades cristianas han puesto de relieve y vivido ciertos valores cristianos
comunes" (n. 87)
Juan
Pablo II aclara que la unidad a la que aspira la Iglesia no es consecuencia de
la suma de las distintas tradiciones. "No se trata de poner juntas todas
las riquezas diseminadas en las Comunidades cristianas con el fin de llegar a la
Iglesia deseada por Dios. (...). Los elementos de esta Iglesia ya dada existen,
juntos en su plenitud, en la Iglesia católica y, sin esa plenitud, en las otras
Comunidades, donde ciertos aspectos del misterio cristiano han estado a veces más
eficazmente puestos de relieve. El ecumenismo trata precisamente de hacer crecer
la comunión parcial existente entre los cristianos hacia la comunión plena en
la verdad y en la caridad" (n. 14).
El
Papa recalca que para lograr la unidad es imprescindible conservar la verdadera
doctrina: "No se trata de modificar el depósito de la fe, de cambiar el
significado de los dogmas, de suprimir de ellos palabras esenciales, de adaptar
la verdad a los gustos de una época, de quitar ciertos artículos del Credo con
el falso pretexto de que ya no son comprensibles hoy. La unidad querida por Dios
sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe
revelada" (n. 18).
Esto
no excluye el esfuerzo para presentar la doctrina de un modo que sea más
comprensible: "La expresión de la verdad puede ser multiforme, y la
renovación de las formas de expresión se hace necesaria para transmitir al
hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado" (n. 19).
Esta
distinción entre la verdad profesada y su expresión (que puede ser diversa)
tiene gran trascendencia para el diálogo ecuménico, pues a veces "las polémicas
y controversias intolerantes han transformado en afirmaciones incompatibles lo
que de hecho era resultado de dos intentos de escrutar la misma realidad, aunque
desde dos perspectivas diversas" (n. 38).
A
este respecto, recuerda que aclaraciones de este tipo han permitido
recientemente firmar declaraciones comunes entre la Iglesia católica y otras
Iglesias con las que desde hace siglos existía un contencioso cristológico.
Que
la legítima diversidad no se opone de ningún modo a la unidad, lo subraya el
Papa al referirse expresamente a las Iglesias ortodoxas, ligadas a Roma con un vínculo
de comunión profundo, pues cuentan con verdaderos sacramentos. Entre el
patrimonio espiritual de estas Iglesias, Juan Pablo II destaca su gran tradición
litúrgica y espiritual, el carácter específico de su desarrollo histórico,
las disciplinas observadas por ellas desde los primeros tiempos, su modo propio
de enunciar la doctrina. Ahora se trata de volver a la unidad entre la Iglesia
católica y la ortodoxa, unidad "que, a pesar de todo, se vivió en el
primer milenio y que se configura, en cierto modo, como modelo" (n. 55).
Con
las Iglesias y Comunidades eclesiales de Occidente, herederas de la Reforma,
existe una "peculiar relación de afinidad", a causa del mucho tiempo
de unidad. Pero las diferencias con Roma -y también entre ellas mismas- son más
profundas, e incluso se observa que "el movimiento ecuménico y el deseo de
paz con la Iglesia católica no ha penetrado aún en todas partes" (n. 66).
Entre las cosas positivas de los protestantes, Juan Pablo II destaca el amor por
las Sagradas Escrituras y el sacramento del Bautismo, que tienen en común con
los católicos.
Al
mismo tiempo, el Papa reconoce que existen divergencias sobre el modo de
entender la relación entre Escritura e Iglesia; sobre los sacramentos y el
ministerio ordenado, y sobre cuestiones morales. A pesar de todo, también ha
sido significativo el acercamiento que se ha producido en los últimos decenios.
Después
de exponer ampliamente los progresos realizados, Juan Pablo II se plantea el
camino que falta por recorrer. La encíclica enumera los "argumentos que
deben ser profundizados para alcanzar un verdadero consenso de fe". Se
trata de cinco capítulos donde subsisten divergencias: "1) las relaciones
entre la sagrada Escritura, suprema autoridad en materia de fe, y la sagrada
Tradición, interpretación indispensable de la palabra de Dios; 2) la Eucaristía,
sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo, ofrenda de alabanza al Padre, memorial
sacrificial y presencia real de Cristo, efusión santificadora del Espíritu
Santo; 3) el Orden, como sacramento, bajo el triple ministerio del episcopado,
presbiterado y diaconado; 4) el Magisterio de la Iglesia, confiado al Papa y a
los Obispos en comunión con él, entendido como responsabilidad y autoridad en
nombre de Cristo para la enseñanza y salvaguardia de la fe; 5) la Virgen María,
Madre de Dios e Icono de la Iglesia, Madre espiritual que intercede por los discípulos
de Cristo y por toda la humanidad" (n. 79).
Después
plantea una cuestión crucial para la unidad: el primado del Papa. La Iglesia
católica cree, en fidelidad a la tradición apostólica y a la fe de los
Padres, en el ministerio del Obispo de Roma como sucesor de Pedro, signo visible
y garantía de la unidad. Y pide a las demás Comunidades cristianas que
consideren cómo este ministerio petrino está en el Nuevo Testamento.
Al
mismo tiempo, consciente de que "el ministerio del Obispo de Roma
constituye una dificultad para la mayoría de los demás cristianos, cuya
memoria está marcada por ciertos recuerdos dolorosos", Juan Pablo II añade
que "por aquello de lo que somos responsables, con mi Predecesor Pablo VI
imploro perdón" (n. 88).
Juan
Pablo II recuerda cuál es el ámbito del primado de Pedro, que se ejerce en
comunión con los demás obispos. Entre las preocupaciones del primado se
incluye todo lo que afecta a la unidad de todas las Comunidades cristianas.
"Este primado se ejerce en varios niveles, que se refieren a la vigilancia
sobre la transmisión de la Palabra, la celebración sacramental y litúrgica,
la misión, la disciplina y la vida cristiana" (n. 94).
Juan
Pablo II insiste en que la Iglesia católica "sostiene que la comunión de
las Iglesias particulares con la Iglesia de Roma, y de sus obispos con el Obispo
de Roma, es un requisito esencial -en el designio de Dios- para la comunión
plena y visible. (...) Esta función de Pedro debe permanecer en la Iglesia para
que, bajo su única Cabeza, que es Cristo Jesús, sea visible en el mundo la
comunión de todos sus discípulos" (n. 97).
La
convicción de la necesidad del primado del Papa, no impide que Juan Pablo II se
declare dispuesto a "encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin
renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación
nueva". Con este fin, el Papa renueva su petición al Espíritu Santo para
que pastores y teólogos cristianos "busquemos, por supuesto juntos, las
formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor
reconocido por unos y otros" (n. 95).
Para
llevar a cabo esta "tarea ingente", Juan Pablo II hace a los demás
cristianos una innovadora propuesta: "La comunión real, aunque imperfecta,
que existe entre todos nosotros, ¿no podría llevar a los responsables
eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión un diálogo
fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos más allá de estériles
polémicas, teniendo sólo presente la voluntad de Cristo para su
Iglesia...?". Ahora le toca responder a la otra parte.
"El Papado no es una cuestión
aislada, sino que está en íntima relación con el modo de concebir la unidad
de la Iglesia"
Una
vez más Juan Pablo II ha sorprendido. Se decía que el diálogo ecuménico
estaba atascado y sin esperanza. Y he aquí que la nueva encíclica, a la vez
que reafirma lo esencial, propone buscar formulaciones nuevas, también del
ejercicio del Papado. Raúl Lanzetti, profesor de Eclesiología y Teología Ecuménica
en el Ateneo Romano de la Santa Cruz, presenta en esta entrevista algunas claves
de lectura de la nueva encíclica.
-
Aunque no faltan sugerencias muy concretas, da la impresión de que el Papa con
esta encíclica lo que desea es resaltar las razones de fondo del ecumenismo.
-
Juan Pablo II no pretende entrar en las cuestiones debatidas sino reconstruir el
clima que hace posible el diálogo entre los cristianos. Hace hincapié en el
"ecumenismo espiritual" y dice que la comunión entre nosotros está
fundada en la unión con Dios. En la medida en que todos nos unamos más a Dios
podremos estar más unidos entre nosotros. Por tanto, el Papa subraya la
importancia de la oración personal y de la oración comunitaria. Pero una oración
que sea a la vez examen de conciencia para ver si realmente, ante Dios, cada una
de las Iglesias puede decir que está cumpliendo al pie de la letra el designio
de Dios.
-
¿Cómo se inserta aquí la motivación misionera, el afán por superar el
"escándalo de la división", presente en todo el documento?
-
La aspiración a la conversión del mundo es determinante a la hora de entender
lo que está debajo del movimiento ecuménico. Es significativo que el
ecumenismo haya surgido en los territorios de misión, en la segunda mitad del
siglo pasado: creaba un escándalo a los paganos ver que aquellos que se definían
por el amor mutuo y la unidad estaban separados entre sí. ¿Cómo se puede
creer lo que dicen estas personas, si están divididas? Ahí se tomó conciencia
de aquella frase del Señor, recogida en San Juan: "que todos sean uno para
que el mundo crea", que da título a la encíclica.
Esto
que resultaba tan claro en los territorios de misión, en Europa no lo era tanto
porque la situación se presentaba más cristalizada. Fue en el concilio
Vaticano II donde se hizo oficial solemnemente, de manera irreversible, el
compromiso ecuménico de la Iglesia católica.
- Podría dar la impresión de que la Iglesia católica, lo que dice a
las otras comunidades cristianas es "venid donde estamos nosotros", de
modo que el "camino ecuménico" sea sólo en una dirección.
-
La Iglesia católica no dice que el punto de llegada deba ser, por decirlo así,
el de la realidad sociológica constituida actualmente por el catolicismo. Se
trata, antes que nada, de un diálogo de conversión a la Verdad. Y en ese diálogo
se percibe, desde luego, que estas Iglesias particulares y Comunidades
eclesiales no católicas de alguna manera se han separado de sí mismas al
separarse de Roma, porque esa comunión formaba parte de su propia identidad
particular. Se trata, por tanto, de restañar una herida interior a ellas
mismas.
La
Iglesia católica tampoco dice que las Iglesias ortodoxas tienen que ser
latinas, sino que tienen que recuperar aquella unidad que poseían en el momento
en que estaban en plena comunión con Roma. Es una labor, en cierto sentido, de
recuperación del propio pasado, de la propia identidad histórica.
-
Se llegaría así a una especie de unidad pluralista.
-
Más que pluralismo, que sería simple convivencia exterior de sujetos diversos,
se suele aplicar a la Iglesia la imagen de una visión sinfónica. La sinfonía
está construida gracias a la participación de instrumentos muy diversos, donde
cada uno ejecuta partes muy distintas. Sin embargo, con la convergencia de todos
se interpreta una obra de arte única. Es un esquema que permite entender cómo
la misma diversidad forma parte constitutiva de la unidad: para interpretar esta
obra tan grandiosa, que es la Iglesia, se necesita la participación de
instrumentos muy diversos.
-
El Papa dice que el movimiento ecuménico, en cuanto diálogo de conversión,
afecta también al interior de la Iglesia católica. ¿En qué sentido?
-
La unidad con los demás cristianos tiene que ser algo que afecta a la
conciencia de cada uno. En este camino ecuménico, en cierto sentido, también
la Iglesia católica cambia: no se trata tanto de proponer algo nuevo, sino
redescubrir el sentido de algo antiguo, que quizá se desdibujó por el camino y
pudo dar ocasión a separaciones. La exhortación del Papa es: volvamos a
entender también nosotros, católicos, nuestro antiguo patrimonio, el del
primer milenio en el que estábamos todos unidos, y tendremos también menos
problemas para entender lo que dicen los otros.
Si
los fieles católicos no fueran sensibles a esta realidad de conversión
permanente, podrían tener un día la falsa impresión de que la Iglesia en la
que viven tiene poco que ver con la Iglesia en la que nacieron. Digo falsa
porque la Iglesia católica se cuida mucho de evolucionar fuera de la
continuidad: evoluciona dentro de lo que se llama evolución homogénea del
dogma. Hay una serie de aspectos en los que la Iglesia católica se renueva
también volviendo a visitar ella misma el pasado, los siglos en los que todas
las Iglesias convivían en una sola Iglesia católica.
Por
ejemplo, algunos podrían pensar que entender la Iglesia como comunión es algo
nuevo. Sin embargo, es una palabra que está en el Credo: la comunión de los
santos, que no se refiere solo a la comunicación de méritos para las
indulgencias. Quiere decir, sobre todo, comunión en los sacramentos, Iglesia de
la unión con Cristo a través de los sacramentos. Si estamos unidos en los méritos,
estamos unidos en la gracia, y la gracia viene de los sacramentos. Esto parece
novedoso, pero es lo que se dijo desde el principio. Está en el catecismo de
San Pío V.
-
¿Se enmarca, entonces, en ese contexto de redescubrimiento la afirmación del
Papa de que cabe buscar nuevas formas para el ejercicio del primado?
-
En el fondo, el Papado, en mi opinión, no es una cuestión aislada, sino que
está en íntima relación con el modo de concebir la unidad de la Iglesia. El
Papado puede ejercerse de modos distintos a como se ha ejercido en los últimos
siglos, conservando inalteradas sus características esenciales. El Papa se
refiere al ejemplo del primer milenio.
Que
este tema esté planteado abiertamente indica la maduración en el camino ecuménico.
Hay un conocimiento recíproco más claro. Este es el esfuerzo del diálogo ecuménico:
muchas veces no se querían decir cosas distintas de la fe católica, pero la
expresión pareció que iba en contra. Explicadas las expresiones, se descubrió
el malentendido, por una u otra parte. Así, cuando se explica qué es lo que
realmente quiso decir el concilio Vaticano I sobre la autoridad del Papa, se
resuelven no pocos problemas.
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