El domingo, un día de crecimiento humano y espiritual (Aceprensa
104/98)
Celebrar el domingo, dándole su pleno sentido humano y
espiritual, sin diluirlo en el fin de semana: a esto invita Juan Pablo II en su
carta apostólica Dies Domini ("El día del Señor"), fechada el
31-V-98 y hecha pública la semana pasada. Esta reflexión catequética y
pastoral sobre la santificación del domingo es el primer documento pontificio
en la historia de la Iglesia específicamente dedicado a la fiesta dominical.
Ofrecemos aquí un resumen de la carta.
Juan Pablo II reconoce que «muchas de las reflexiones y sentimientos que
inspiran esta carta apostólica han madurado durante mi servicio episcopal en
Cracovia y luego, tras asumir el ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de
Pedro, en las visitas a las parroquias romanas, efectuadas precisamente de
manera regular en los domingos de los diversos periodos del año litúrgico»
(n. 3). Como ha señalado Mons. Pere Tena, presidente de la Comisión de
Liturgia en la Conferencia Episcopal Española, la carta es eminentemente catequética,
y «este carácter catequético del documento, que lo hace particularmente simpático,
es también la clave para interpretarlo».
En la introducción, el Papa señala
que el domingo recuerda el día de la resurrección de Cristo: «Es el día de
la evocación adoradora y agradecida del primer día del mundo y a la vez la
prefiguración, en la esperanza activa, del "último día", cuando
Cristo vendrá en su gloria y "hará un mundo nuevo" (cf. Ap 21,5)»
(n. 1).
El domingo en la sociedad civil
En los últimos años se ha consolidado el fin de semana, tiempo «de
reposo, vivido a veces lejos de la vivienda habitual, y caracterizado a menudo
por la participación en actividades culturales, políticas y deportivas, cuyo
desarrollo coincide en general precisamente con los días festivos. Se trata de
un fenómeno social y cultural que tiene ciertamente elementos positivos en la
medida en que puede contribuir al respeto de valores auténticos, al desarrollo
humano y al progreso de la vida social en su conjunto» (n. 4).
A la vez, el Papa advierte contra el peligro de que el domingo pierda su
significado originario, de modo que «el hombre quede encerrado en un horizonte
tan restringido que no le permite ya ver el "cielo"» (ibid.). Por
eso, añade: «A los discípulos de Cristo se pide de todos modos que no
confundan la celebración del domingo, que debe ser una verdadera santificación
del día del Señor, con el "fin de semana", entendido
fundamentalmente como tiempo de mero descanso o diversión» (ibid.).
Ante la diversidad de situaciones socioeconómicas y culturales, «parece
más necesario que nunca recuperar las motivaciones doctrinales profundas que
son la base del precepto eclesial, para que todos los fieles vean muy claro el
valor irrenunciable del domingo en la vida cristiana» (n. 6).
«Este es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana. Si
desde el principio de mi pontificado no me ha cansado de repetir: "¡No temáis!
¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!", en esta
misma línea quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el
domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo!» (n. 7).
Adoración, descanso, contemplación
El capítulo primero reitera el título general de la Carta, Dies Domini:
contempla la creación como obra de Dios, y la "recreación" operada
por la redención.
«El estilo poético de la narración genesíaca describe muy bien el
asombro que el hombre experimenta ante la inmensidad de la creación y el
sentimiento de adoración que deriva de ello hacia Aquel que sacó de la nada
todas las cosas. Se trata de una página de profundo significado religioso, un
himno al Creador del universo, señalado como el único Señor ante las
frecuentes tentaciones de divinizar el mundo mismo. Es, a la vez, un himno a la
bondad de la creación, plasmada totalmente por la mano poderosa y
misericordiosa de Dios» (n. 9).
El relato del Génesis «expresa el descanso de Dios frente a un trabajo
"bien hecho" (Gn 1,31), salido de sus manos para dirigir al mismo una
mirada llena de gozosa complacencia: una mirada "contemplativa", que
ya no aspira a nuevas obras, sino más bien a gozar de la belleza de lo
realizado; una mirada sobre todas las cosas, pero de modo particular sobre el
hombre, vértice de la creación» (n. 11).
«El precepto del sábado, que en la primera Alianza prepara el domingo
de la nueva y eterna Alianza, se basa pues en la profundidad del designio de
Dios. Precisamente por esto el sábado no se coloca junto a los ordenamientos
meramente cultuales, como sucede con tantos otros preceptos, sino dentro del Decálogo,
las "diez palabras" que delimitan los fundamentos de la vida moral
inscrita en el corazón de cada hombre» (n. 13).
Del sábado al domingo
«El mandamiento del Decálogo
con el que Dios impone la observancia del sábado tiene, en el libro del Éxodo,
una formulación característica: "Recuerda el día del sábado para
santificarlo" (20,8). (...) Antes de imponer algo que hacer el mandamiento
señala algo que recordar. Invita a recordar la obra grande y fundamental de
Dios como es la creación. Es un recuerdo que debe animar toda la vida religiosa
del hombre, para confluir después en el día en que el hombre es llamado a
descansar. El descanso asume así un valor típicamente sagrado: el fiel es
invitado a descansar no sólo como Dios ha descansado, sino a descansar en el Señor,
refiriendo a él toda la creación, en la alabanza, en la acción de gracias, en
la intimidad filial y en la amistad esponsal» (n. 16).
En el Deuteronomio (5,12-15), «el fundamento del precepto se apoya no
tanto en la obra de la creación, cuanto en la de la liberación llevada a cabo
por Dios en el Éxodo (...). Esta formulación parece complementaria de la
anterior. Consideradas juntas, manifiestan el sentido del "día del Señor"
en una perspectiva unitaria de teología de la creación y de la salvación. El
contenido del precepto no es pues primariamente una interrupción del trabajo,
sino la celebración de las maravillas obradas por Dios» (n. 17).
«Los cristianos, percibiendo la originalidad del tiempo nuevo y
definitivo inaugurado por Cristo, han asumido como festivo el primer día después
del sábado, porque en él tuvo lugar la resurrección del Señor. (...) Del
"sábado" se pasa al "primer día después del sábado"; del
séptimo día al primer día: el dies Domini se convierte en el dies Christi!»
(n. 18).
Día irrenunciable
El capítulo II de la carta se titula Dies Christi (el día de Cristo), y
resume la plenitud operada por la muerte y resurrección de Jesucristo. Así, el
domingo «propone a la consideración y a la vida de los fieles el
acontecimiento pascual, del que brota la salvación del mundo» (n. 19).
El domingo es «el día en el cual, más que en ningún otro, el
cristiano está llamado a recordar la salvación que, ofrecida en el bautismo,
le hace hombre nuevo en Cristo» (n. 25). Es también «figura de la eternidad»,
porque «además de primer día, es también el "día octavo",
situado, respecto a la sucesión septenaria de los días, en una posición única
y trascendente, evocadora no sólo del inicio del tiempo, sino también de su
final en el "siglo futuro"» (n. 26).
Además, «una aguda intuición pastoral sugirió a la Iglesia
cristianizar, para el domingo, el contenido del "día del sol",
expresión con la que los romanos denominaban este día y que aún hoy aparece
en algunas lenguas contemporáneas, apartando a los fieles de la seducción de
los cultos que divinizaban el sol y orientando la celebración de este día
hacia Cristo, verdadero "sol" de la humanidad» (n. 27).
El domingo es, en fin, «el día del don del Espíritu» (n. 28), y «el
día de la fe» (n. 29). En definitiva, un día irrenunciable: «Incluso en el
contexto de las dificultades de nuestro tiempo, la identidad de este día debe
ser salvaguardada y sobre todo vivida profundamente» (n. 30).
Comunión y fraternidad
El capítulo III -Dies Ecclesiae, el día de la Iglesia- se dedica a la
celebración eucarística, centro del domingo. «Entre las numerosas actividades
que desarrolla una parroquia, ninguna es tan vital o formativa para la comunidad
como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía» (n.
35).
«No se ha de olvidar, por lo demás, que la proclamación litúrgica de
la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es
tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios
con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y
propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza. El Pueblo de Dios, por
su parte, se siente llamado a responder a este diálogo de amor con la acción
de gracias y la alabanza, pero verificando al mismo tiempo su fidelidad en el
esfuerzo de una continua "conversión"» (n. 41).
El aspecto comunitario «se manifiesta especialmente en el carácter de
banquete pascual propio de la Eucaristía. (...) Por eso la Iglesia recomienda a
los fieles comulgar cuando participan en la Eucaristía, con la condición de
que estén en las debidas disposiciones y, si fueran conscientes de pecados
graves, que hayan recibido el perdón de Dios mediante el Sacramento de la
reconciliación, según el espíritu de lo que San Pablo recordaba a la
comunidad de Corinto. (...) Es importante, además, que se tenga conciencia
clara de la íntima vinculación entre la comunión con Cristo y la comunión
con los hermanos. La asamblea eucarística dominical es un acontecimiento de
fraternidad» (n. 44).
El precepto dominical
«Desde los primeros siglos, los Pastores no han dejado de recordar a sus
fieles la necesidad de participar en la asamblea litúrgica» (n. 46). «Sólo más
tarde, ante la tibieza o negligencia de algunos, [la Iglesia] ha debido
explicitar el deber de participar en la Misa dominical. (...) Esta ley se ha
entendido normalmente como una obligación grave: es lo que enseña también el
Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2.181). Se comprende fácilmente el motivo
si se considera la importancia que el domingo tiene para la vida cristiana» (n.
47).
«Hoy, como en los tiempos heroicos del principio, en tantas regiones del
mundo se presentan situaciones difíciles para muchos que desean vivir con
coherencia la propia fe. El ambiente es a veces declaradamente hostil y, otras
veces -y más a menudo-, indiferente y reacio al mensaje evangélico. El
creyente, si no quiere verse avasallado por este ambiente, ha de poder contar
con el apoyo de la comunidad cristiana. Por eso es necesario que se convenza de
la importancia decisiva que, para su vida de fe, tiene reunirse el domingo con
los otros hermanos para celebrar la Pascua del Señor con el sacramento de la
Nueva Alianza» (n. 48).
«Los Pastores tienen el correspondiente deber de ofrecer a todos la
posibilidad efectiva de cumplir el precepto» (n. 49). De ahí, explica el Papa,
que la Iglesia facilite la participación en la misa dominical desde el sábado
por la tarde.
Día del hombre
En el día del Señor los cristianos dan «también a los otros momentos
de la jornada vividos fuera del contexto litúrgico -vida en familia, relaciones
sociales, momentos de diversión- un estilo que ayude a manifestar la paz y la
alegría del Resucitado en el ámbito ordinario de la vida. El encuentro
sosegado de los padres y los hijos, por ejemplo, puede ser una ocasión, no
solamente para abrirse a una escucha recíproca, sino también para vivir juntos
algún momento formativo y de mayor recogimiento» (n. 52).
Juan Pablo II titula el capítulo IV de su carta Dies hominis -el día
del hombre-, para subrayar que el domingo es día de alegría, descanso y
solidaridad.
«El domingo cristiano es un auténtico "hacer fiesta", un día
de Dios dado al hombre para su pleno crecimiento humano y espiritual» (n. 58).
«El "día de Dios" tendrá así para siempre una relación directa
con el "día del hombre". (...) El descanso mandado para honrar el día
dedicado a él no es, para el hombre, una imposición pesada, sino más bien una
ayuda para que se dé cuenta de su dependencia del Creador vital y liberadora, y
a la vez la vocación a colaborar en su obra y acoger su gracia» (n. 61).
Descanso alegre, divertido y solidario
«La alternancia entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza
humana, es querida por Dios mismo (...): el descanso es una cosa
"sagrada", siendo para el hombre la condición para liberarse de la
serie, a veces excesivamente absorbente, de los compromisos terrenos y tomar
conciencia de que todo es obra de Dios» (n. 65).
«Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas
diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las
cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con
las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su
verdadero rostro. Las mismas bellezas de la naturaleza -deterioradas muchas
veces por una lógica de dominio que se vuelve contra el hombre- pueden ser
descubiertas y gustadas profundamente. Día de paz del hombre con Dios, consigo
mismo y con sus semejantes, el domingo es también un momento en el que el
hombre es invitado a dar una mirada regenerada sobre las maravillas de la
naturaleza» (n. 67).
«Además, dado que
el descanso mismo, para que no sea algo vacío o motivo de aburrimiento, debe
comportar enriquecimiento espiritual, mayor libertad, posibilidad de contemplación
y de comunión fraterna, los fieles han de elegir, entre los medios de la
cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que estén más de acuerdo
con una vida conforme a los preceptos del Evangelio» (n. 68).
«El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse
a las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado» (n. 69). «De
hecho, desde los tiempos apostólicos, la reunión dominical fue para los
cristianos un momento para compartir fraternalmente con los más pobres» (n.
70). El cristiano ha de reconocer «que no se puede ser feliz "solo"»,
y buscar «a las personas que necesitan su solidaridad» (n. 72).
Sentido cristiano del tiempo
En el quinto y último capítulo -Dies dierum, el día de los días-, el
Papa vuelve sobre el sentido del tiempo, que se revela en el domingo. «No hay
equivalencia con los ciclos cósmicos, según los cuales la religión natural y
la cultura humana tienden a marcar el tiempo, induciendo tal vez al mito del
eterno retorno. ¡El domingo cristiano es otra cosa! Brotando de la Resurrección,
atraviesa los tiempos del hombre, los meses, los años, los siglos como una
flecha recta que los penetra orientándolos hacia la segunda venida de Cristo.
El domingo prefigura el día final, el de la Parusía, anticipada ya de alguna
manera en el acontecimiento de la Resurrección» (n. 75).
Por otra parte, no es raro que con los domingos coincidan otras fiestas
de origen histórico o social, como el recuerdo de acontecimientos decisivos
para la vida de un pueblo. Entonces, «una consideración pastoral específica
se ha de tener ante las frecuentes situaciones en las que tradiciones populares
y culturales típicas de un ambiente corren el riesgo de invadir la celebración
de los domingos y de otras fiestas litúrgicas, mezclando con el espíritu de la
auténtica fe cristiana elementos que son ajenos o que podrían desfigurarla. En
estos casos conviene clarificarlo, con la catequesis y oportunas intervenciones
pastorales, rechazando todo lo que es inconciliable con el Evangelio de Cristo.
Sin embargo, es necesario recordar que a menudo estas tradiciones -y esto es válido
análogamente para las nuevas propuestas culturales de la sociedad civil- tienen
valores que se adecúan sin dificultad a las exigencias de la fe» (n. 80).
Novedad y originalidad del domingo
El documento concluye con una exhortación a vivir en plenitud el
domingo: «Considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es
como una síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirla bien. Se
comprende, pues, por qué la observancia del día del Señor signifique tanto
para la Iglesia y sea una verdadera y precisa obligación dentro de la
disciplina eclesial. Sin embargo, esta observancia, antes que un precepto, debe
sentirse como una exigencia inscrita profundamente en la existencia cristiana»
(n. 81).
«Con esta firme convicción de fe, acompañada por la conciencia del patrimonio de valores incluso humanos insertados en la práctica dominical, es como los cristianos de hoy deben afrontar la atracción de una cultura que ha conquistado favorablemente las exigencias de descanso y de tiempo libre, pero que a menudo las vive superficialmente y a veces es seducida por formas de diversión que son moralmente discutibles. El cristiano se siente en cierto modo solidario con los otros hombres en gozar del día de reposo semanal; pero, al mismo tiempo, tiene viva conciencia de la novedad y originalidad del domingo, día en el que está llamado a celebrar la salvación suya y de toda la humanidad» (n. 82).
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