El Vaticano condena el New Age y absuelve el Yoga; Harry Potter salvado de la hoguera. Con estos y otros títulos parecidos, la prensa italiana y norteamericana resumieron la conferencia de prensa de presentación del documento sobre la Nueva Era: Jesucristo, portador del agua de la vida, celebrada en la Sala Stampa del Vaticano, el pasado 3 de febrero. El documento, elaborado por el Consejo Pontificio de la Cultura y por el Consejo Pontificio para el Diálogo interreligioso, y cuya versión española aparecerá próximamente, aborda el complejo fenómeno agrupado bajo la expresión Nueva Era, con la que cierto tipo de música, de literatura, de terapias y prácticas está estrechamente ligada.
Inútil decir que ni el documento trata de Harry Potter, ni la posición de la Santa Sede acerca de uno de los fenómenos editoriales más importantes de los últimos años es la que recogieron los periódicos. Se ha tratado, en el fondo, de una muestra más de la dificultad crónica que padece la Iglesia para hacer llegar su mensaje al mundo y a los fieles. Pero, con semejantes titulares, la reacción era previsible. Y, puntualmente, al día siguiente, el Consejo Pontificio de la Cultura se vio invadido de mensajes de correo electrónico llegados desde todo el mundo, airados unos, sinceramente preocupados otros, por lo que consideran una peligrosa concesión de la Iglesia.
Y todos, preguntando cuál es la posición de la Iglesia frente a un producto tan característico de la Nueva Era como es el personaje creado por la escritora inglesa Margaret Rawling.
La polémica quizá resulte extraña para el lector medio de lengua española, que encontrará acaso la reacción desmedida. Ello se debe, en parte, a que las aventuras del aprendiz de mago son menos conocidas en el ambiente literario español, lo mismo que las del gran contrincante de Harry Potter en esta singular polémica, el simpático Frodo Bolsón, protagonista de El Señor de los Anillos.
En realidad la perplejidad que la información de los periódicos creó en el ánimo de muchos lectores católicos se debe a la existencia de una guerra de posiciones en curso entre diversos sectores de la opinión pública americana, dividida en dos facciones irreconciliables a causa de Harry Potter. Así, mientras que El Señor de los Anillos sería la gran saga cristiana, con valores que exaltan la amistad, el compañerismo, la abnegación, la participación en una causa común, donde cada uno es imprescindible, Harry Potter representaría exactamente la antítesis, es decir, la exaltación del individualismo, de la magia, o sea, la instrumentalización de las fuerzas ocultas en beneficio propio. Si Frodo y la Compañía del Anillo son ejemplos de una visión cristiana del hombre y su misión, Harry Potter representa a la perfección el paradigma postmoderno de la religión a la carta de nuestros días.
¿Están las cosas así en realidad? El documento antes citado trata de poner en alerta para evitar aplicar etiquetas fáciles a asuntos tan complejos como el de la Nueva Era. Y en este caso, el juicio debe ser matizado y complejo.
Una polémica artificial
En realidad, se trata de una polémica artificialmente alimentada. No falta razón a los autores que denuncian la deriva esotérica y ocultista a que puede conducir Harry Potter, y hacen bien en orientar a los lectores hacia la obra de Tolkien. Pero no conviene precipitarse en juicios maniqueos, canonizando a Tolkien y condenando al Índice a Harry Potter. En realidad, Margaret Rawling también es católica, si bien, como reconoció el padre Peter Fleetwood, del Consejo Pontificio de la Cultura, no es del tipo que uno se encuentra todos los domingos en la parroquia. Y si bien es cierto que, en sus libros, la magia tiene una parte muy especial, no podemos olvidar, como también recordó el padre
Fleetwood en su intervención durante la conferencia de prensa, que los cuentos y fábulas que hemos leído todos de pequeños, desde Blancanieves hasta Pinocho, están llenos de magia, de brujas, ogros, hadas madrinas, encantamientos y sortilegios. Generaciones enteras de niños han crecido leyendo estos cuentos y muchos otros: cuentos de Calleja, de Perrault, de los hermanos Grimm, de Collodi, por no mencionar más que algunos nombres, patrimonio común de todos los europeos. Las leyendas y tradiciones populares no son más sobrias en este punto, y por ellas pululan príncipes o princesas encantadas y hechizadas, tesoros escondidos, genios encerrados en lámparas maravillosas. E incluso ciertas vidas de santos están más cerca del género fantástico que de la auténtica hagiografía. Todos hemos crecido con el ratoncito Pérez y no creo que nadie se haya sentido traumatizado por ello, ni siquiera cuando descubrió quién era en realidad. Y si de la literatura y el folklore tradicional pasamos al cine, ¿quién no ha disfrutado con las increíbles aventuras de Indiana Jones y con las fantásticas batallas de la Guerra de las Galaxias, que representan en el fondo la eterna lucha del bien contra el mal, con abundancia de elementos mágicos, gracias a los cuales, al final, los malos reciben su merecido castigo y el bien puede triunfar?
El problema no es Harry Potter, ni siquiera el elemento mágico presente en sus aventuras. Como señaló acertadamente la doctora Osório Gonçalves, del Pontificio Consejo para el Diálogo interreligioso, cuando hay un ambiente familiar sano, un film o un libro de Harry Potter no es más nocivo que Blancanieves.
El niño que ve esa película con sus padres es capaz de encajar, sin ser consciente de ello, todos esos elementos dentro de un universo organizado, donde un Dios bueno reina soberano de todo, y no permite que el mal triunfe. Sin saberlo, está ya interpretando las cosas a la luz del misterio pascual de Cristo, victoria suprema sobre el mal y el príncipe de este mundo. La edad y la educación se encargan después de ir colocando estas fábulas en el mismo lugar que todos hemos colocado las de Esopo o Samaniego, sin dejar trauma alguno.
Discernimiento, no recetas fáciles
¿Tendrán razón, pues, los periodistas cuando dicen que el Vaticano absuelve a Harry Potter? ¿Puede ponerse el nihil obstat a los libros de la Rawling?
El documento vaticano no pretende ofrecer recetas fáciles, ni mucho menos un Índice de libros prohibidos. Ofrece los elementos necesarios para hacer un discernimiento, tarea harto más delicada y compleja que una simple condena. Naturalmente, no todos están en condiciones de hacer lo que estos fenómenos requieren. El documento se dirige principalmente a los encargados de la formación y la educación, a sacerdotes y catequistas, que son quienes tienen que ofrecer respuesta a las inquietudes de padres de familia, de fieles preocupados por ciertos aspectos que se esconden tras estos fenómenos.
El aspecto más llamativo de Harry Potter es la fascinación que ejercen la magia y el ocultismo. Y, efectivamente, ambos son elementos fundamentales del universo de la Nueva Era. El ocultismo, tal como lo define el glosario situado al final del documento, consiste en «el conocimiento oculto (escondido) acerca de las fuerzas de la mente y la naturaleza, que se halla en la base de las creencias y prácticas vinculadas a una supuesta filosofía perenne oculta, derivada, por una parte, de la magia y la alquimia griega antigua, y de la cabalística por otra». En este sentido, ocultismo es sinónimo de magia. Pero no la de los prestidigitadores que nos deleitan con sus trucos, ni tampoco el elemento fantástico de los cuentos, sino el deseo de controlar en beneficio propio estas fuerzas ocultas de la naturaleza y de la mente con el fin de obtener poder sobre las personas y las cosas. Por ello el documento afirma: «En el centro del ocultismo hay una voluntad de poder basada en el sueño de volverse divino... Esta exaltación de la humanidad, cuya forma extrema es el satanismo, subvierte la correcta relación entre el Creador y la criatura. Satán se convierte en el símbolo de una rebelión contra las convenciones y las reglas, símbolo que con frecuencia adopta formas agresivas, egoístas y violentas». Distinta de la magia (y el ocultismo) es el esoterismo, que consiste en la búsqueda de un conocimiento escondido, subyacente a la realidad aparente de las cosas, «accesible sólo para grupos de iniciados, que se describen a sí mismos como guardianes de las verdades ocultas a la mayoría de la Humanidad». A este conocimiento se llega mediante un proceso de iniciación, que «conduce desde un conocimiento de la realidad meramente externo, superficial, hasta la verdad interior y, mediante ese proceso, despierta la conciencia a un nivel más profundo». De esta mezcla explosiva nace todo el universo mental de la Nueva Era, una nueva religiosidad sin Dios. Del Dios sí, Iglesia no del ’68, se ha pasado al Religión sí, Dios no, de la Nueva Era.
Sería exagerado decir que Harry Potter es una apología del ocultismo y del esoterismo. Pero sería ingenuo también ignorar la capacidad de seducción que estos temas pueden ejercer sobre los jóvenes, sobre todo si éstos no disponen de los medios necesarios para integrar las aventuras del aprendiz de brujo dentro de una visión más amplia. Para aquellos padres y educadores preocupados por la educación de sus hijos, sigue siendo bueno el consejo de san Pablo: «Todo es bueno, mas no todo me conviene».
Melchor Sánchez de Toca Alameda, Alfa y Omega, feb-03, n.343
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