«Creer bien y enmudecer no es posible»
ROMA, 3 febrero 2003 (ZENIT.org).- Dentro de tres meses se prevé que sea canonizado por Juan Pablo II en Madrid el beato Pedro Poveda (1874-1936), fundador de la Institución Teresiana. El nuevo santo, sacerdote diocesano, dio su vida por la fe el 28 de julio, fecha en que se celebra su fiesta litúrgica.
La curación de un niño, por la que su familia pidió al beato Poveda, sería el milagro que abre el paso a la culminación de la causa de canonización. Dado que se trata de un menor, la familia ha pedido discreción sobre los detalles de este favor, cuya condición de milagro podría ser reconocida por la Congregación para las Causas de los Santos en breve.
Aunque la canonización en Madrid, durante la visita pastoral del Papa de los próximos días 3-4 de mayo, no ha sido confirmada oficialmente. Según ha podido saber Zenit sólo falta la firma del decreto, prevista para la semana próxima.
Uno de los lemas del beato Poveda, durante los duros tiempos que le tocó vivir en los años treinta del siglo pasado, era que los cristianos no podían enmudecer ante la situación imperante. Palabras muy actuales, si se piensa en los últimos mensajes del magisterio eclesial a los laicos católicos.
Pedro Poveda, en la última etapa de su vida en Madrid se relacionó con las principales asociaciones y personalidades de la vida intelectual y pedagógica que, desde la orilla creyente, se esforzaban por ofrecer una alternativa válida al inicio de la descristianización programada del país. Una oferta no disociada de la fe, a quienes apostaban por la regeneración de una España, primero adormecida tras el desastre colonial del 1898, y luego despertada con la pesadilla de una violencia creciente y una confrontación abierta entre las diversas fuerzas sociales y políticas.
«Creer bien y enmudecer, no es posible», decía Poveda en 1920, mucho antes del terrible conflicto civil que se llevó su vida y fecundó su obra.
En el clima de tensión creciente, el nuevo santo recomendó siempre a sus colaboradores y miembros de la Institución Teresiana audacia para mantener sus principios pero con mansedumbre, sin provocaciones. Recomendaba serenidad, oración continua, reflexión y la misma actitud que tuvieron los primeros mártires cristianos. Un año antes de morir mártir decía: «La mansedumbre, la afabilidad, la dulzura, son las virtudes que conquistan al mundo» y en sus últimos días repetía que al mundo no lo salvaría ni un político ni un guerrero, sino un santo.
Reconocido por la Unesco, en su centenario, como humanista y pedagogo, fue también un promotor de la acción de los laicos en la sociedad y en la Iglesia, mucho antes del impulso recibido por estos con el Concilio Vaticano II.
Convencido del papel insustituíble de las mujeres en la sociedad futura, confió en ellas para su proyecto educativo y de regeneración de la sociedad. En una época en que las españolas accedían por primera vez a los estudios superiores, quiso entre sus colaboradoras personas que mostraran «con los hechos que la ciencia hermana bien con la santidad de vida».
Poveda había iniciado su labor evangelizadora en las cuevas que rodean la ciudad de Guadix (sur de España), al inicio del siglo XX, donde un grupo de personas, los «cueveros», vivían al margen de una de las diócesis más antiguas del país. Gitanos, obreros sin cualificar, parados, alfareros, formaban un mundo aparte, una «tierra sin ley», en la que rara vez entraba un accitano del centro por temor de ser recibido a pedradas. El joven Poveda, aún seminarista, inició una labor de acercamiento a aquél mundo marginal, conquistó el corazón de los cueveros, y fundó para ellos las Escuelas del Sagrado Corazón que aún perduran.
Posteriormente canónigo en la basílica de Covandonga, desde esta atalaya hacia el panorama español y europeo, en siete años de oración y estudio, previó el desafío crucial de la educación de las masas proletarias y clamó por una acción unificada de los católicos en el campo pedagógico. Impulsó numerosas iniciativas y publicó folletos y artículos en la prensa para llamar la atención sobre el problema.
En Oviedo, en 1911, inició la primera Academia. Un centro educativo residencial para jóvenes que accedían a los estudios del Magisterio. Era el embrión de la Institución Teresiana, que hoy está presente en treinta países de cuatro continentes. La primera iglesia dedicada al beato Pedro Poveda se encuentra en India.
El modo de situarse povedano en la sociedad tiene un perfil concreto y una espiritualidad «de encarnación»: en las entrañas de la cultura, con simpatía por todo lo humano, en la cercanía de las experiencias de dolor, con actitud dialogante, que exige un estudio serio, acercándose a las realidades humanas en modo contemplativo; con el empeño audaz de «empezar haciendo» y convencido de la fuerza transformadora de la educación.
El nuevo santo fue declarado beato por Juan Pablo II en Roma el 10 de octubre de 1993. La asociación por él fundada toma el nombre de Teresa de Jesús, en cuanto mujer santa y docta, toda de Dios y al mismo tiempo humana, con una personalidad atrayente y simpática. Así quería el beato Poveda a sus colaboradores, hombres y mujeres que, como la levadura y la sal, se esfuerzan por iluminar, desde dentro, el corazón del mundo con los valores del humanismo cristiano.
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