Entrevista con mons. Javier Echevarría tres meses después de la canonización de san Josemaría.
Paulina Lo Celso (Argentina). 06 de enero de 2003
A tres meses de distancia, ¿qué diagnóstico haría de la canonización de Josemaría Escrivá, en relación a la Iglesia y al mundo?
Un cardenal alemán ha declarado que la canonización supone la "desprivatización" del fundador del Opus Dei, afirmando así que ahora su enseñanza y su ejemplo se extienden a toda la Iglesia, no sólo a los fieles de la Prelatura. Me parece una imagen acertada. A la vez, se podría decir que esa realidad se remonta a los primeros años de la actividad sacerdotal de Josemaría Escrivá: desde entonces movió a muchísimas personas a tomarse en serio la vida cristiana, a entregarse a Dios por entero, a servir a la Iglesia.
Evidentemente, a partir de ahora este fenómeno adquiere perfiles nuevos. Lo han señalado numerosos comentaristas: las enseñanzas de san Josemaría sobre la santificación del trabajo y de la vida ordinaria constituyen ya un patrimonio de toda la Iglesia. La presencia de cientos de miles de personas en la Plaza de San Pedro; los muchos millones de ciudadanos de los más diversos países que han seguido la ceremonia por radio, televisión o internet; el interés de los medios de comunicación; las declaraciones de numerosas personalidades: son señales que confirman que la santidad no es un concepto olvidado, que la Iglesia tiene y tendrá siempre —no cabe otra posibilidad— un mensaje significativo para el mundo.
Durante los últimos siglos se ha producido un proceso de secularización, que propugna un estilo de conducta sin dimensión sobrenatural, "como si Dios no existiese"; pero en nuestros días estamos observando un proceso de signo contrario, que a la "secularización" opone la "secularidad" bien entendida: es decir, un modo más profundo de comprender la relación entre la fe y la vida ordinaria. En ese contexto de inicio de una época, de renovación perenne de la Iglesia, de mostrar a Cristo que jamás "pasa de moda", se sitúa el mensaje del nuevo santo.
¿El hecho de que monseñor Escrivá haya sido canonizado, marca algo especial para la Obra?
Sin duda la canonización representa un momento muy importante para la Prelatura del Opus Dei. En el ámbito personal, para cada uno de los fieles de la Prelatura la canonización es una nueva confirmación de sus anhelos, y un desafío santo para llegar a todo lo que Dios le pide. El espíritu de san Josemaría no es sólo una promesa, sino un camino bien concreto y eficaz para alcanzar la santidad. Además, la canonización representa una llamada a la responsabilidad: las enseñanzas de este sacerdote han de dar fruto de santidad, de virtudes, de entrega a Dios y a los demás.
Muchos cardenales y obispos lo han repetido en las misas de acción de gracias después del día 6: la Iglesia espera de los fieles de la Prelatura su específico servicio en favor de las iglesias locales y de la sociedad en la que viven. En particular, como no deja de subrayar el Papa, cada uno se siente impulsado a servir a quienes se encuentran en situación de mayor necesidad material o espiritual, y también —esto es muy importante— a aprender de los demás.
¿Qué pasos debe dar ahora el Opus Dei —mirando hacia adelante—, con su fundador canonizado?
La Prelatura existe para servir a la Iglesia: no persigue una estrategia propia. Y Juan Pablo II ha determinado las prioridades para toda la Iglesia, en este momento de la historia, en su Carta apostólica Novo millennio ineunte. Esa es la orientación que todos los cristianos hemos de tener presente para llevar por buen camino la labor pastoral de la Iglesia, y por tanto también la labor de la Prelatura del Opus Dei. En ese contexto, por evidentes razones, los fieles del Opus Dei se saben comprometidos de modo muy particular en la difusión de la búsqueda de la santidad en la vida ordinaria. Y concretamente, trabajan con ilusión para mostrar que la santidad no se queda en un ideal "espiritualista", por así decir, sino que lleva consigo frutos de justicia y de paz, cuando los católicos se esfuerzan por buscarla.
Monseñor Escrivá sostenía —al considerar la situación del hombre y la sociedad del siglo XX—, que "estas crisis mundiales son crisis de santos". ¿Qué puede decir al respecto? ¿Sigue siendo válido ese dictamen para el hombre y la sociedad del siglo XXI?
Sí, desde luego, sigue siendo válido. Añadiría más: pienso que cada día se descubre con más claridad la densidad y la verdad de esas palabras. Basta repasar tantos acontecimientos de la actualidad marcados por la violencia, la corrupción o la injusticia. No me refiero sólo a las guerras y al terrorismo internacional. Aludo también a casos que están muy cerca de cada uno de nosotros, que leemos todos los días en las páginas locales de los periódicos. Estamos comprobando que no guarda límites la agresividad que desarrolla el ser humano cuando se olvida de Dios, de las normas morales, del respeto a la vida y a la dignidad de los demás. Y no se puede combatir el mal sólo con la amenaza del castigo. Es preciso sembrar y proclamar el bien, la verdad, a través de las pequeñas y las grandes acciones de la caridad y de la justicia, cada uno en su lugar, aunque haya que ir contra corriente.
Para que abunde la paz en el mundo debe crecer primero la paz en los corazones, decía San Josemaría. Y la paz interior no se obtiene con una vida despreocupada y ególatra, sino con sacrificio, con la renuncia al egoísmo. Santo se hace precisamente quien, siguiendo el modelo de Jesucristo, convierte su vida en una ofrenda a Dios y a los demás: paradójicamente, al declarar la "guerra" a sí mismo, al "hombre viejo", encuentra el sosiego de la propia conciencia, la paz interior, que luego transmite necesariamente a su alrededor.
Usted ya conoce la situación difícil por la que atraviesa nuestro país. ¿Qué mensaje daría el fundador del Opus Dei a los argentinos, si estuviera entre nosotros como en 1974?
En una reunión con multitud de personas, en aquel viaje de 1974, le hicieron una pregunta parecida. El momento histórico era distinto, pero pienso que la respuesta sirve también para la situación actual. Me la sé casi de memoria: "Que sembréis la paz y la alegría por todos lados; que no digáis ninguna palabra molesta para nadie; que sepáis ir del brazo de los que no piensan como vosotros. Que no maltratéis jamás a nadie; que seáis hermanos de todas las criaturas, sembradores de paz y alegría..."; y no dejó de señalar que esa convivencia cristiana no significa ceder al error, a la falsa doctrina.
Recuerdo que repitió, yo creo que a propósito, lo de sembrar la paz y la alegría. Quien vive así, empeñado en difundir a su alrededor sentimientos de paz y de alegría, sabe superar los momentos humanamente difíciles. Trabajando duro, desde luego, pero descubriendo en este trabajo la presencia amorosa de Jesucristo. Por eso, pienso que san Josemaría volvería a decir lo mismo, en la coyuntura actual, a todos los hombres y mujeres de Argentina. En los momentos de apuro se necesita y se nota especialmente el valor de la fraternidad.
http://www.opusdei.org
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