Almudi.org Juan Manuel de Prada: felicitaciones navideñas laicas
RECORDARÁN las tres o cuatro
lectoras que todavía me soportan que, hace relativamente poco, se llegó a
considerar la celebración de «bautismos civiles» en los Ayuntamientos. La
suplantación del sacramento religioso por la bufonada municipal ya cuenta, sin
embargo, con algunos precedentes: según me asegura un alguacil amigo, cada vez
son más las parejas contrayentes por el rito civil que, nostálgicas o
e...
Almudi.org Juan Manuel de Prada: felicitaciones navideñas laicas
RECORDARÁN las tres o cuatro
lectoras que todavía me soportan que, hace relativamente poco, se llegó a
considerar la celebración de «bautismos civiles» en los Ayuntamientos. La
suplantación del sacramento religioso por la bufonada municipal ya cuenta, sin
embargo, con algunos precedentes: según me asegura un alguacil amigo, cada vez
son más las parejas contrayentes por el rito civil que, nostálgicas o
envidiosas del empaque y el ringorrango de las celebraciones religiosas,
solicitan al alcalde o concejal que oficia el casamiento que no se limite a
leer los artículos preceptivos del Código Civil, sino que los aderece de
juramentos plagiados de la liturgia católica y fragmentos del Cantar de los
Cantares, y hasta que improvise una suerte de homilía laica y alquile un
organista, para que la ceremonia no quede desangelada y pobretona. Diríase que
la religión, al perder ascendiente sobre el hombre, hubiese dejado
desguarnecidos territorios que necesitan amueblarse con burdos sucedáneos. Diríase
también que, entre algunos negadores epilépticos de la religión, existiese un
fondo de nostalgia u orfandad que los impulsa a imitar grotescamente aquello
que aborrecen.
Pero allá cada cual con sus
complejitos. Más exasperante se me antoja esa moda que se ha instaurado de
felicitar la Navidad con tarjetas postales que rehuyen el motivo iconográfico
religioso y lo sustituyen por garabatos de índole más o menos laica. Yo
comprendo que haya gente que reniegue de la esencia religiosa de la Navidad;
incluso puedo llegar a admitir que existan por ahí pobres diablos que, para no
herir susceptibilidades, se abstengan de repartir entre sus amistades tarjetas
que incorporen la Adoración de los Magos o la Huida a Egipto. Lo natural sería
que estos negadores de la esencia religiosa de la Navidad se abstuviesen de
enviar felicitaciones en estas fechas que muchos vinculamos a los misterios de
una fe que nos sustenta. Pero no, señor. Los tíos necesitan meter el cazo en
plato ajeno y bombardearnos con felicitaciones horterísimas que eluden el
asunto religioso o lo falsifican. Este año he recibido, entre otros mamarrachos
ínfimos, una felicitación que ostenta en su carátula la consabida palomita picassiana;
a mí las palomitas picassianas (que son al arte lo que la fabricación de
churros a la alta repostería) me la refanfinflan muchísimo, casi tanto como las
latas Campbells que perpetraba el pintamonas de Warhol. De inmediato, he
devuelto al memo que me la envió su palomita picassiana, con la siguiente
inscripción: «Cómetela en pepitoria, y ojalá revientes».
Esta moda de las felicitaciones
navideñas laicas se ha extendido como una gangrena, incluso entre instituciones
de inspiración cristiana, que se avergüenzan de la iconografía que nutrió su
formación. De una de ellas me han remitido una birria aderezada de garabatos,
en cuyo interior figura una cita bastante mostrenca de Arthur Miller; yo no es
que tenga nada contra este conspicuo señor, pero, en fin, el evangelista Lucas
me sigue pareciendo un escritor mucho más vigente y universal. A las tres o
cuatro lectoras que todavía me soportan les ruego encarecidamente que no me
apedreen con estos bodrios de felicitaciones laicas; si de verdad desean
alegrarme la Navidad, abríguenme espiritualmente con tarjetones que reproduzcan
cuadros de Van Eyck o Tintoretto, Murillo o El Greco, donde figuren nítidamente
la Virgen y San José, los Magos de Oriente, el Niño Dios y los pastores que lo
adoran, y dejen esa morralla de pintarrajos para los acomplejados y los necios,
los esnobs y los cagones.
Mi hija Jimena -nueve mesecitos
clarividentes- arranca a llorar como una descosida cada vez que le muestro una
paloma picassiana.
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