Juan Chapa
5/11/2002.– Hace unos días los medios de comunicación recogieron ampliamente la noticia de un sensacional hallazgo arqueológico. Se ha descubierto en Jerusalén una arqueta con una inscripción aramea que dice así: “Jacob (es decir, Santiago), hijo de José, hermano de Jesús”. Estaríamos ante el osario que contuvo los huesos de Santiago, cabeza de la primitiva Iglesia de Jerusalén, el “hermano” de Jesús, lapidado el año 62 d.C. Habría que datarla por tanto el año 63 y se trataría del testimonio más antiguo sobre la existencia histórica de Jesús de Nazaret.
El osario es una arqueta de piedra caliza de unos 50×27 cm. en la que supuestamente se habrían recogido los huesos de Santiago después de uno o dos años de su enterramiento. Son muchos los osarios que se han encontrado de entre los años 20 y 70 d.C. y no es difícil que sigan apareciendo más. El de “Santiago” es propiedad de un coleccionista israelí, quien compró la urna hace unos quince años a un árabe, quien a su vez la adquirió en unas excavaciones clandestinas. Tan sólo sabemos que procede de la vertiente sur occidental del monte de los Olivos. Por el momento parece que no hay duda de que el osario sea auténtico. La inscripción, en cambio, ha suscitado algunos problemas entre los que la han examinado mediante fotografías, aunque para André Lemaire, epigrafista de la Sorbona y descubridor de la urna fúnebre, no ofrece ninguna duda de autenticidad. Con todo, el debate no ha hecho más que empezar y ya se han dejado oír algunas voces discordantes, o llamadas a moderar entusiasmos.
La acogida de los medios ha vuelto a poner de relieve el interés que suscita “el tema Jesús” y el constante afán de buscar “pruebas” que fundamenten la fe de los cristianos. Como afirma un experto en el Jesús histórico, John P. Meier, “por primera vez podemos poner nuestras manos sobre algo conectado con Jesús”. La realidad del cristianismo, sin embargo, en continuidad con la fe de los que siguieron a Jesús es una realidad histórica más palpable que cualquier hallazgo, pero ya se entiende que los descubrimientos arqueológicos ayudan a conocer mejor la historia sobre la que se apoya la fe. En este sentido, bienvenidos sean. Habrá que tener cuidado, no obstante, de no hacer depender la fe de unos datos que son siempre parciales y susceptibles de muy diversas interpretaciones.
“Hermanos de Jesús”
A raíz del descubrimiento no han faltado afirmaciones sobre los “hermanos” de Jesús. Algunas de ellas parecen destinadas a sembrar el desconcierto entre gran parte del pueblo cristiano que se ha educado en la tradición católica. Conforme a ésta, la expresión “hermanos de Jesús” que aparece en el Nuevo Testamento se entiende como “parientes de Jesús” o, según interpreta parte de la tradición oriental, “medio-hermanos” de Jesús, hijos de un anterior matrimonio de José. En cualquier caso, María fue siempre virgen. Pero no han dejado de oírse voces que se han apresurado a señalar que el osario de Jerusalén confirma que Jesús tuvo hermanos carnales o que, al menos, echa por tierra la tradición católica sobre los “primos de Jesús”. El mismo Meier ha declarado que el hallazgo “podría ser el clavo en el ataúd para el argumento del ‘primo’”. La inscripción, dicen, muestra con toda claridad que Santiago y Jesús tenían por padre a José.
De todos modos, también la prensa ha recogido declaraciones de conocidos biblistas que han señalado la verdadera dificultad que presenta la inscripción. Joseph Fitzmyer, profesor emérito de la universidad católica de Washington ha declarado: “El gran problema es éste: uno tiene que mostrar que ese Jesús del texto es Jesús de Nazaret”.
Para el descubridor del osario, la identificación es “muy probable”. Aunque los nombres Santiago, José y Jesús eran tan corrientes en la Jerusalén del siglo I como nuestros Javier, Francisco o José, y, según reconoce Lemaire, en una ciudad de 40.000 habitantes podrían encontrarse 20 Santiagos con hermanos llamados Jesús y padres de nombre José, lo que es inusual a su juicio es que en una inscripción se mencione el nombre del hermano, a no ser que éste fuera alguien importante. De ahí que Lemaire concluya que es “muy improbable” que hubiera otro Santiago que tuviera un hermano tan famoso que mereciera ser mencionado en el osario.
Pero ¿qué grado de probabilidad e improbabilidad tenemos al respecto? El argumento principal para la identificación de Santiago con Santiago, cabeza de la Iglesia de Jerusalén, es la añadidura “hermano de Jesús”. Como se ha dicho, para Lemaire estas palabras manifiestan que el Jesús de la inscripción es un personaje célebre. Hay que señalar, no obstante, que no todos están de acuerdo en que deba entenderse así. Para el arqueólogo Kyle McCarter, de John Hopkins University, podría ser indicación de que el “hermano” fue simplemente el que realizó el enterramiento o el poseedor de la tumba.
Una denominación inverosímil
Aceptemos, sin embargo, que se quiso indicar que se trataba de un personaje importante, de alguien que sirviera como referente para reconocer la dignidad de la persona cuyos huesos contenía el osario. En este caso, mediante la añadidura, los lectores de la inscripción podrían identificar Santiago con alguien emparentado con un bien conocido Jesús. Como “Jesús” a secas podía ser objeto de confusión entre los muchos con el mismo nombre, el autor de la inscripción daba por supuesto que para el lector, si Santiago era hijo de José, ese Jesús no podía ser otro que “Jesús, el hijo de José”. Ahora bien, ¿existen testimonios en los años 60 de que hubiera algún personaje célebre que se llamase así, o al menos que decir simplemente “Jesús”, o “Jesús, hijo de José”, fuera suficiente para que se reconociera bajo ese nombre al “famoso” Jesús de Nazaret?
Los evangelios testimonian que, para la gente que le conoció durante su ministerio, Jesús era sin más “el hijo de José”. Los mismos evangelios manifiestan que así lo creían sus contemporáneos pero que en realidad se equivocaban. Para los evangelistas y para los primeros seguidores del resucitado, Jesús era “el Cristo, el hijo de Dios”. Que este modo de confesar a Jesús de Nazaret hubiera sido normal y generalizado a partir de su resurrección parece evidente. De otra manera no se explicaría el cristianismo.
Los testimonios escritos más antiguos, transmitidos por tradición manuscrita, pero unánimemente aceptados como fidedignos, confiesan a Jesús como Cristo y Señor. El escrito más antiguo del Nuevo Testamento, la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses, datable en torno al año 51, es decir, más de diez años antes que el presunto osario de Santiago, y las sucesivas cartas del apóstol en esa misma década recogen los mismos títulos. Nunca hablan de “Jesús, el hijo de José” y cuando se refieren a “Jesús” está claro por el contexto inmediato que es el Cristo. Desde una postura cristiana parece lógico. Ellos no seguían a “Jesús” o a “Jesús, el hijo de José”, sino a “Jesús, el Cristo y Señor”. Ilustrativas son estas palabras de hace unos años del propio Meier: “Ni el Nuevo Testamento ni los primitivos cristianos se refieren de un modo tan despegado como ‘el hermano de Jesús’, sino con la reverencia que cabría esperar— el ‘hermano del Señor’ o el ‘el hermano del Salvador’” (Un judío marginal, 81).
¿Es, por tanto, razonable que los que enterraran a Santiago, “hermano de Jesús”, líder de la Iglesia de Jerusalén, testigo del resucitado, reconocieran su autoridad porque era el “hermano” de Jesús, el “hijo de José”, o de alguien llamado simplemente “Jesús”? ¿Esos cristianos que, como se atreve a aventurar el profesor de Nuevo Testamento del Asbury Theological Seminary, Ben Witherington, se llevaron piadosamente los huesos de Santiago —ya que la urna resultaría demasiado pesada—, para evitar su profanación antes de que los romanos destruyeran Jerusalén en el año 70, habrían escrito en su tumba que Santiago era simplemente “hermano de Jesús”? Resulta muy poco creíble. Es más, la carta de Santiago, de difícil datación, presenta a su autor (es decir, muy probablemente a este Santiago, cabeza de la Iglesia de Jerusalén, y “hermano” de Jesús) como “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. Con independencia de que fuera Santiago el autor o que la escribiera alguien vinculado a él unos años después de su muerte, lo que no cabe duda es que Santiago o sus discípulos reconocen a Jesús como el Cristo, no como “Jesús” sin más o “Jesús, el hijo de José”.
También el historiador judío Flavio Josefo, al relatar la muerte de Santiago, necesita explicar a sus lectores quién es ese Jesús. Nos relata que el sumo sacerdote Anano II llevó delante del sanedrín al “hermano de Jesús, que es llamado el Cristo, cuyo nombre era Santiago” (Antigüedades 20,9). Ciertamente, el texto, que la crítica admite como auténtico, está escrito a finales del siglo I, pero bien porque así lo conoció Josefo, bien porque se lo transmitieron sus fuentes, para éste Santiago era conocido por ser “hermano de Jesús, el Cristo”, no por ser hermano de “Jesús” o “Jesús, el hijo de José”.
Simples conjeturas
“Santiago, hijo de José, hermano de Jesús” resultaría más creíble como un modo prepascual para identificar a Santiago que como modo de referirse al líder de la Iglesia de Jerusalén. La inscripción podría ser apropiada, si durante el ministerio de Jesús, uno de sus “hermanos” llamado Santiago hubiera muerto, y se le hubiera querido identificar como alguien emparentado con el famoso nazareno. Pero semejante conjetura es pura ficción; parecida a la de identificar al “Santiago, hijo de José” de la inscripción con un “hermano” de Jesús de Nazaret. A no ser que el osario fuera propiedad de personas cercanas a Santiago y no fueran cristianas, algo que resulta demasiado difícil de creer.
En materias de arqueología e historia antigua nos movemos en el campo de la probabilidad. Como se ha dicho ya, el autor del reciente y revolucionario descubrimiento afirma que es “muy probable” que este Santiago sea el “hermano” de Jesús. Así también lo han manifestado muchos expertos entrevistados. A mi entender, las referencias que tenemos sugieren que es bastante poco probable que se trate de la misma persona. Muy posiblemente nunca lleguemos a saberlo con seguridad; pero, en cualquier caso, mientras no se despejen muchas de las incógnitas que rodean al reciente descubrimiento, y se aporten pruebas convincentes de que se trata de un osario cristiano y que ese Jesús, hijo de José, es Jesús de Nazaret, el juicio debe más bien inclinarse por la duda o, al menos, suspenderse. Y con él las afirmaciones apresuradas que puedan desprestigiar algunas tradiciones.
Juan Chapa es profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de Navarra.
Aceprensa
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |