La vida humana se desarrolla como un proceso de maduración continua en el que se aprende progresivamente a superar las dificultades inherentes a la vida. A mi entender, las tres “asignaturas” más importantes de aprender son: convivir, trabajar, sufrir. Las tres resumen la asignatura principal: amar. Vamos a ocuparnos de la asignatura del sufrimiento. ¿Se puede aprender a sufrir? ¿sirve para algo sufrir? ¿tiene sentido el sufrimiento?
Repasemos algunas causas del sufrimiento humano, y veamos ejemplos:
limitaciones físicas; por ejemplo: dolor de muelas, de cabeza, de espalda, cansancio físico...
limitaciones materiales; sentimos contrariedad cuando la lavadora está averiada, aparece una gotera en el techo, pasamos frío porque la calefacción de la casa funciona mal, o calor en verano porque la casa carece de aire acondicionado, el coche que no arranca por avería en un momento de urgencia...
limitaciones personales: producidas por sentimientos de desánimo, tristeza, pequeños fracasos personales, torpezas, equivocaciones, errores personales... Otras veces puede ser un sentimiento de incapacidad personal, de debilidad, de ineptitud, de incapacidad para afrontar dificultades de la vida: es la experiencia de las deficiencias personales. En ocasiones nos abruma el trabajo, el carácter o mala educación del jefe de la oficina, o el tráfico que nos impide llegar a tiempo al trabajo o a una cita. Otra vez será quedar mal en una reunión, un comentario desafortunado que me produce sentimiento de ridículo, o un fracaso profesional: suspender unas oposiciones, un despido, un cambio de destino...
limitaciones, defectos o modos de ser de otras personas que nos producen malestar: gritos o peleas de los hijos, la mudez del marido, los chismorreos de la vecina, la empleada de hogar que rompe cosas, que habla por teléfono, que sisa lo que puede...
incapacidad de darle sentido al sufrimiento, a la vida. Necesitamos darle un sentido al sufrimiento: lo que más nos hace sufrir es no saber darle sentido o cauce al sufrimiento: pensar: esta vida es un asco, no tiene sentido esforzarse por nada, la felicidad es inalcanzable; lo mejor es pasar de todos y de todo, y mandar a todo el mundo a freír espárragos.
¿SE PUEDE DEJAR DE SUFRIR?
El sufrimiento es inherente a la vida humana. No parece que existan fórmulas para no sufrir. Sin embargo observamos que algunas personas saben llevar a cabo el sufrimiento de mejor manera que otros. Vemos que esas personas han encontrado sentido al sufrimiento e incluso llegan a ser relativamente felices aun sufriendo (ver la obra de Víctor Frankl: El hombre en busca de sentido).
Tratemos de encontrar algunas de esas claves que han permitido a muchos hombres a encontrar la mejor solución a los motivos del sufrimiento.
vida sana. Ayuda a prevenir limitaciones físicas. Cuidar la dieta, el ejercicio físico, revisiones médicas...
ritmo de vida: trabajo, actividades, relaciones sociales... con equilibrio y medida. No pretender dar más de lo que podemos; no exigirnos una velocidad mayor de la que podemos alcanzar: saber esperar, serenidad, saber descansar. Hay que aprender a vencer la tendencia al activismo, que esconde un deseo incontrolado de autoafirmación. Hay que sustituir la pregunta ¿qué debo hacer hoy? por la de ¿a quién y como debo amar hoy? Somos a veces muy superficiales porque nos falta tiempo para la reflexión, para la meditación, para una actitud más contemplativa en medio del mundo. Otro peligro es el consumismo. El afán de poseer más, el miedo a carecer de cosas que nos parecen cada vez más necesarias, el afán de llevar a cabo proyectos que nos vamos planteando nos puede conducir a un estado de permanente ansiedad. La ansiedad se cura deseando menos y amando más.
aceptación de las propias limitaciones y errores: hay que “perdonarse la vida”, los errores. Hay que aprender a estar a gusto con uno mismo, dentro de uno mismo. Quererse bien. Fomentar una sana autoestima. Evitar los pensamientos perturbadores; pensar, por ejemplo: soy un desastre, nunca hago nada a derechas, nadie me quiere, nunca lograré nada... Dios nos perdona siempre pero a veces nosotros no nos perdonamos. Dios nos anima a aceptarnos con nuestras miserias y a tratar de superarlas con visión positiva, pero a veces nos creemos incapaces de superar nuestros defectos, nos desanimamos, nos desesperanzamos, pensamos que no tenemos arreglo. Hay que aprender a reírse de uno mismo y de los propios errores. Hay que aprender a vivir menos en el futuro y más en el presente.
aceptar las limitaciones de los demás: los defectos ajenos. Aceptar pacíficamente que vivo entre personas con defectos: que siempre tendrán defectos, incluso cada vez más defectos. Aprender a soportar los defectos de los demás: los errores, los comentarios irónicos, gustos distintos, ritmos distintos, aficiones diferentes, pensamientos, opiniones, manías... Aceptar al prójimo cuando no sabe valorar el sacrificio que hago por él, cuando me mal interpreta. Hay que estar preparados porque a veces recibimos disgustos de las personas a las que más queremos. Lo que a veces duele más es sentirse maltratado, incluso traicionado por quien esperamos más. Las persona que nos rodean siempre acaban defraudando.
aceptar la vida como es, con sus posibilidades y límites: la vida enseña a aceptar la vida tal cual es: a no olvidar que esta vida es en cierto modo, como decía Santa Teresa, una mala noche en una mala posada, y que la vida se encarga de retribuir a cada uno según sus obras. Quien pretende pasar la vida a costa de los demás, sin exigencias, ansiando siempre satisfacer sus apetencias, caprichos y deseos de placer, su gloria y vanidad, acaba con las manos vacías. Quien se esfuerza cada día, luchando para forjarse una existencia comprometida y exigente, quien sabe rectificar y aprender de la vida misma, quien sabe fomentar lazos de confianza y solidaridad, no se ahorra los sufrimientos de cada día, pero vive más feliz que el que huye a toda costa de toda exigencia y esfuerzo.
La clave de la felicidad está en saber amar. Quien descubre que en esta vida hay algo grande por lo que vivir: las personas con las que convivimos, y sabe comprometerse, empeñarse para ayudar a los demás a ser mejores personas, y a dejarse ayudar, ése sabe vivir porque sabe amar. Quien es fiel a sus compromisos matrimoniales y familiares, quien es leal con sus amigos, quien es honrado en el ejercicio de su profesión y justo con la comunidad social, ése es feliz, porque sabe amar, aunque cada día acabe rendido por el trabajo y sufra no pocos disgustos en su empeño de hacer cada día más felices a los demás. La respuesta al interrogante sobre el sentido del sufrimiento pasa por una vida humanamente virtuosa. La moral o escuela de la virtud es el arte de vivir, es el arte de amar, es el arte de sufrir. Es la tarea que hemos de emprender los hombres a lo largo de la vida.
La principal escuela de amor la encontramos en la Familia de Nazaret, en ese hogar de Jesús, María y José. Jesús fue creciendo cada día en sabiduría, en estatura, en gracia ante Dios y los hombres. Y con ese empeño –si cabe hablar así- aprendió a sufrir. Aprendió a trabajar con el sudor de su frente, a sufrir persecuciones, incomprensión, ataques, cansancio, hambre, desprecio, calumnias... hasta morir torturado en una Cruz, abandonado de sus discípulos. Jesús quiso cargar con todas las miserias humanas, con todo el dolor humano, y sufrió el desamparo más total para que sepamos encontrar sentido al dolor cuando éste parece cebarse con cualquiera de nosotros, para darnos ejemplo. Jesús sufrió para ofrecer todo eso como reparación del daño que nos hacemos cuando desfiguramos la imagen de Dios en nosotros bajo cualquier forma de pecado. Jesús sufrió para redimir al hombre y hacerle capaz de recuperar el maravilloso destino para el que Dios le había creado.
Cuando el sufrimiento de Jesús llega a su cota más alta, cuando todo parece ser un fracaso, un sinsentido, es precisamente cuando ese dolor alcanza su mayor valor. La Resurrección gloriosa pondrá de manifiesto que todo aquello sirvió para algo magnífico. Jesucristo manifiesta que para alcanzar la gloria hay que pasar por el dolor, por la pasión, por la ignominia. Esta es quizá la esencia del Cristianismo, y este será siempre nuestro gran reto: aprender a llevar con esperanza, con confianza en Dios los sufrimientos de la vida, y convertirlos en ocasión de corredención, en ocasión de santificación de muchos hombres.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |