Almudi.org. Un camino para la felicidad
Eric Clapton, en una entrevista publicada en "Dominical" del
8.3.97, 58, habla de sus éxitos primeros: "Fue abrumador. Con 22 años era
como un millonario. Tenía todo lo que pensaba que había que tener para ser
feliz: una casa, una novia preciosa, una carrera, dinero, un montón de gente
que me admiraba. Pero no me sentía feliz, y eso me confundía, porque
significaba que todo lo que me habían dicho hasta entonces era ...
Almudi.org. Un camino para la felicidad
Eric Clapton, en una entrevista publicada en "Dominical" del
8.3.97, 58, habla de sus éxitos primeros: "Fue abrumador. Con 22 años era
como un millonario. Tenía todo lo que pensaba que había que tener para ser
feliz: una casa, una novia preciosa, una carrera, dinero, un montón de gente
que me admiraba. Pero no me sentía feliz, y eso me confundía, porque
significaba que todo lo que me habían dicho hasta entonces era mentira. Sigue
siendo así. La publicidad te dice que si tienes este coche, esto, lo otro, un
montón de cosas materiales, incluso una mujer bella, una familia, hijos, serás
feliz. Es mentira. La felicidad viene, por lo que ahora he comprendido, de
entenderte a ti mismo, de saber quién eres, de quererte y sentirte cómodo con
tu propia existencia. Pero cuando era joven no lo sabía. De hecho, me ha
costado toda la vida aprenderlo". Sigue hablando de cómo las dificultades
le hicieron madurar, y salir de las adicciones al alcohol, drogas... y salvarse.
El significado del dolor es muy oscuro; por él el hombre se ve zarandeado y
desprotegido de su habitual seguridad. Es una de esas experiencias por las que
pasamos y que enriquecen, como decía también Madonna hace poco refiriéndose a
que desde que ha tenido su hija ha visto que antes estaba valorando cosas periféricas
de la vida, y ahora va yendo a la comprensión de lo importante. Así en el
dolor se esfuma también la ilusión de que controlamos los diferentes aspectos
de la vida, como si fuera todo propiedad nuestra, y entonces el hombre madura.
En la entrevista citada, Eric atribuye el hecho de haberse salvado a la
capacidad para plantar cara a las dificultades, y aprender de todo lo que le ha
ocurrido, de sus adicciones (alcohol, drogas), de la muerte de su hijo. Y añade:
"tengo que andarme con cuidado, porque si pienso por un momento que he sido
yo solo el que se ha salvado... Yo tengo un ego muy, muy peligroso, que crece
muy rápidamente, que se descontrola si le doy un poco de fuerza, si voy y
pienso: 'lo he hecho todo yo, no necesito apoyo de nadie, puedo defenderme
solo'. De modo que si a veces parece que me estoy infravalorando es porque
quiero tener mucho cuidado, y observar y admitir que hay un poder superior que
me ayuda". Efectivamente, el dolor tiene ese poder de
liberar al hombre de una paralizadora complacencia en sí mismo.
"Yo recuerdo haber disfrutado con algunas de mis primeras
experiencias con el alcohol y las drogas (sigue diciendo el cantante). Me lo
pasaba muy bien. Pero hubo un momento en que crucé una frontera. Al principio
era capaz de parar... luego fui empeorando, y llegó un momento en que se me
hizo imposible frenar... entonces se convirtió en... desesperación, y me asusté
mucho, mucho. Mi vida se llenó de miedo, quería morirme. Toqué fondo y fue
entonces cuando creo que me salvé gracias a algún tipo de intervención".
El sufrimiento es el contenido de una vivencia dolorosa, y hoy se ha perdido
esta capacidad de sufrimiento, hay "menos aguante" en la educación, y
se vuelca la persona hacia una búsqueda de placer, que no da la felicidad. Es
una trampa. El dolor -dicen los entendidos- tiene un sentido para reorganizar la
intimidad alterada. Por ello decía Eckhart que "la cabalgadura que más rápidamente
conduce a la perfección es el sufrimiento" (cf. Schulze-Maizier, 1938). Y
nos abre este camino a la trascendencia, nos libera de la esclavitud de pensar
que la vida es el supremo bien.
El dolor es camino para encontrarse a sí mismo, para buscar el sentido
de la verdad en la intimidad de esa soledad en que se sufre, porque se sufre
solo. Si no se enfocan adecuadamente estos sentimientos puede haber
consecuencias desastrosas. Por eso, esa fuerza misteriosa hace que intervenga
una particular fuerza que conmueva
a una persona en esas circunstancias, le cree el "transfert", el
entendrecimiento, el "desbloqueo afectivo". "Y -sigue diciendo el cantante- fui capaz de decir lo más
difícil de decir en esos momentos: ¡ayúdenme! Los seres humanos son incapaces
de pedir ayuda. Yo tuve que hundirme mucho para sentirme con fuerzas para
decirlo.
Pedí ayuda la primera vez y la obtuve. Pero la trampa está en pensar
que sólo necesitas ayuda una vez. Ésa es la trampa. La solución es que yo
sigo pidiéndola constantemente. Hay una parte de mí que es muy vulnerable y
desde ella sigo pidiendo ayuda. Tengo mi sistema de apoyo, amigos con los que
hablo por teléfono, con los que me encuentro, a los que digo: 'hoy me siento
enfermo, algo triste, preocupado por alguien', y hablamos. Es así como me
mantengo a flote". Así pues, ante el dolor inevitable (no nos referimos
aquí al dolor médico que -salvo casos excepcionales- conviene quitar) y que
constituye parte integrante de la existencia humana, hay que descubrir su
sentido, su «porqué», y entonces se asume, se quiere, pues se tiene la
verdad. En una sociedad en la que falta esta educación para el sufrimiento, hay
un handicap para entender este sentido. El dolor no es un contravalor, sino un
camino para el conocimiento de la verdad, un camino para encontrar el sentido
del hombre. En la perspectiva de la fe, encuentra el dolor su verdadero sentido.
Ya decía un buen prelado, sobre esta necesidad de anunciar la cruz de Cristo:
"este paganismo contemporáneo se caracteriza por la búsqueda del
bienestar material a cualquier coste, y por el correspondiente olvido - mejor
sería decir miedo, auténtico pavor- de todo lo que pueda causar sufrimiento.
Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación, vida
eterna..., resultan incomprensibles para gran cantidad de personas, que
desconocen su significado y su contenido (A. del Portillo, Carta pastoral,
25.12.85, n. 4: Romana, Roma 1985).
Llucià Pou i Sabaté