Almudi.org. Carta de un profesor de Teología
La conciencia de saberme enseñando a futuros sacerdotes es para mí un
motivo de intensa emoción. Seréis administradores de Sacramentos, puentes
entre Dios y los hombres. Este atrevido profesor os suplica también que, en
vuestro ministerio, mantengáis el máximo respeto y reverencia por la verdad
que Dios ha dicho en las Escrituras, en fidelidad a Cristo y al magisterio
constante de la Santa Madre Iglesia. A nadie se le escapa ...
Almudi.org. Carta de un profesor de Teología
La conciencia de saberme enseñando a futuros sacerdotes es para mí un
motivo de intensa emoción. Seréis administradores de Sacramentos, puentes
entre Dios y los hombres. Este atrevido profesor os suplica también que, en
vuestro ministerio, mantengáis el máximo respeto y reverencia por la verdad
que Dios ha dicho en las Escrituras, en fidelidad a Cristo y al magisterio
constante de la Santa Madre Iglesia. A nadie se le escapa la gravedad de la hora
presente de la historia de la Humanidad. Una gravedad que viene determinada no sólo
por el doble hecho del secularismo y la persecución anticristiana, sino
principalmente por el hecho, de mayor calado, de la crisis de los propios
cristianos, laicos, religiosos y clérigos. Necesitamos urgentemente, porque en
ello nos va la vida de la fe, recuperar los principios perdidos. Para ello los
sacerdotes son piezas clave, como lo son, a su manera, si se me permite la
comparación, las esposas en las familias: la corrupción de la mujer es la
muerte de la familia.
Me atrevo a predicar a los futuros predicadores. Los laicos, y la
Iglesia entera, necesitamos con ansia sacerdotes que nos hablen de Dios, que nos
recuerden nuestros deberes, que nos den el perdón divino en la Confesión y que
nos ofrezcan en la Comunión el Pan de vida. La metafísica no es imprescindible
para alcanzar la santidad, se puede ser instrumento de salvación sin haber oído
jamás hablar del ente en cuanto ente, pero la metafísica es necesaria,
rigurosamente necesaria, absolutamente necesaria.
Comenzaré por conceder lo más probable, que es que la mayoría de
vosotros, en vuestra actividad tras los estudios teológicos, no necesitaréis
un conocimiento muy profundo de la metafísica, y sí quizá otros saberes que
se alejan más o menos de ella. Quien vaya a ejercer su sacerdocio a un pueblín
perdido, se las verá con ancianos que necesitan ayuda para alcanzar una buena
muerte, con adultos que necesitan asistencia en sus conflictos familiares o económicos,
con jóvenes y niños juguetones e ingenuos, cuyo horizonte vital es la otra
orilla del río o una chica del pueblo de al lado. Aquí, en apariencia al
menos, no hay nada que hacer con la diferencia entre los conceptos y las
propiedades transcendentales o con las relaciones entre ser y ente, Sin embargo,
por perdidos que estéis en un rincón olvidado e inculto del Globo, la metafísica
os seguirá siendo una necesidad. No que requiera una dedicación exclusiva y
permanente, pero sí con una verdadera y cabal necesidad.
Constituye una inclinación natural del espíritu humano. Todo hombre,
por su propia naturaleza y constitución, desea saber, y saber no cualquier cosa
y ya está, sino saber sin límites y, por tanto, saber lo último que se puede
saber, lo último de la realidad. La fe no apaga esa sed ni la sacia, porque la
fe es otra cosa.Las inquietudes metafísicas florecen fácilmente al abrigo del
sincero fervor religioso. Diría que lleváis reduplicativamente clavado el
aguijón metafísico: porque sois hombres, y porque sois creyentes. Lo que el
intelectual busca en el cura no es un metafísico, o un sociólogo, o un psicólogo,
sino a un cura. Ahora bien, sí es oportuno contar con la experiencia de la
inteligencia para saber tratar al intelectual. Comprender al intelectual exige
comprender la raíz que en la naturaleza humana tiene el ansia por alcanzar la
verdad acerca de los fundamentos.
La existencia de la metafísica en una sociedad es signo claro de su
salud, de su auténtica riqueza humana. No puede haber cultura (es decir,
desarrollo pleno de lo humano) sin metafísica. La metafísica os es necesaria
como instrumento de la Iglesia para elaborar la teología. Una teología sin
metafísica es una teología en el aire y un puro imposible, como un círculo
cuadrado o un hierro de madera. Porque el desarrollo de la fe, en forma de
teología, no es posible sino una continuidad con las exigencias naturales de
nuestra razón. La fe sólo puede crecer si se reconoce como prolongación o
ampliación de la razón natural. La fe no crece contra la razón, del mismo
modo que la gracia no prospera en oposición a la naturaleza del hombre, por
herida que ésta se encuentre por el pecado. La gracia sana y eleva nuestra
naturaleza; no la sustituye ni la destruye. Igualmente, la fe completa la razón,
la hace capaz de mayores profundidades, y se apoya en ella.
La Iglesia no puede crecer de espaldas a la verdad. Somos los
cristianos quienes hoy y siempre podemos decir, por encima de cualquier otro
creyente, que amamos a la razón y al saber. Podemos gritar que amamos
apasionadamente a la razón. Juan Pablo II, en la encíclica Fides et ratio,
reconoce que algunas elaboraciones teológicas modernas adolecen de falta de
fundamento metafísico. No pocas de esas defectuosas teologías lo son porque
han pretendido tomar como instrumentos filosóficos doctrinas cuyo principal mérito,
si no único, es el de ser modernas. El prurito de ser modernos por encima de
todo, de estar a la altura de los tiempos, ha desembocado en un amplio
desconcierto de la filosofía cristiana y, consecuentemente, de la propia teología.
En estos tiempos revueltos nos encontramos en medio de una lucha cultural. Lo
que la fe pide es amor a la verdad y, por tanto, el bando del cristiano es el
del saber y la ciencia. La ignorancia es enemiga de la fe. Tengamos la audacia
de alzarnos a lo más elevado del saber.José J. Escandell
(Alfa y Omega. Arzobispado
de Madrid)