El color de una canonización
Cantinflas
tiene una famosa escena que dura varios minutos, donde explica que cada uno ve
las cosas según el color del cristal con que las mira. Era un sabio, no cabe
duda. Aunque para explicar eso no hace falta tanto minuto. Es una verdad como un
piano. La coloración de lo que vemos depende de cómo lo miramos.
Es
difícil ver las cosas como son. Cada día es más difícil, porque las cosas se
nos ofrecen ya “vistas”. Vemos en la televisi...
El color de una canonización
Cantinflas
tiene una famosa escena que dura varios minutos, donde explica que cada uno ve
las cosas según el color del cristal con que las mira. Era un sabio, no cabe
duda. Aunque para explicar eso no hace falta tanto minuto. Es una verdad como un
piano. La coloración de lo que vemos depende de cómo lo miramos.
Es
difícil ver las cosas como son. Cada día es más difícil, porque las cosas se
nos ofrecen ya “vistas”. Vemos en la televisión lo que alguien ha querido
grabar y alguien ha puesto en el programa. Y lo mismo sucede con lo que leemos
en la prensa. Leemos lo que otros han seleccionado y coloreado según les
parece. Generalmente, está bien y nos prestan un gran servicio. Pero así es
difícil tener una idea personal de las cosas. Se ve y se piensa lo que a otros
les parece que se vea y se piense. Si uno quiere ser independiente y tener una
idea personal de las cosas, tiene que acercarse a experimentarlas él.
Como
me gusta hablar, estoy seguro de haber dicho muchas tonterías en mi vida,
precisamente por no seguir este sabio consejo. Y, entre otros recuerdos, no sé
por qué, tengo grabado éste: me veo cuando era chico de quince o dieciséis años,
en la cocina de mi casa, diciendo una tontería sobre el Opus Dei. Estoy seguro
de que la decía por decir. Porque entonces yo no sabía nada del Opus Dei ni
había tenido ninguna relación. Pero no me acuerdo de nada más.
Por
esas cosas de la vida, cuando acabé el bachillerato, fui a estudiar a San
Sebastián, viví en un Colegio Mayor y al segundo año me hice del Opus Dei. De
eso hace 28 años. Aquello me ganó porque era muy alegre, muy idealista y muy
cristiano. Y había muchas ganas de hacer bien a todo el mundo. Entonces todavía
vivía el Fundador, Josemaría Escrivá y estaba claro que los principales
rasgos de aquello venían de él.
En
estos días celebramos su canonización. Cuando la Iglesia canoniza a una
persona, asegura que ha vivido a fondo la vocación cristiana y lo propone para
que sirva de modelo en algunos aspectos. No quiere decir que no tuviera
defectos, porque eso no puede ser. El modelo fundamental del cristianismo es
siempre Jesucristo, que es a quien hay que imitar, pero se pueden aprender también
muchas cosas de otros cristianos que han intentado seguirle.
Las
principales cosas que yo aprendí de Josemaría Escrivá son éstas. En primer
lugar, quería que tratáramos a Dios como Padre, de verdad, acordándonos de Él
muchas veces durante el día. Esto le parecía lo más importante. Después,
repetía que había que saber comprender y querer a todo el mundo, sin poner
fronteras. Y lo concretaba en hacer la vida agradable a los que conviven con uno
y a todos los que pasan al lado. Además daba mucha importancia al trabajo bien
hecho: para que sirviera como ofrenda a Dios y como servicio a los demás. Y, en
todo, estaba la ilusión de difundir por todas partes el mensaje de Jesucristo,
que es un mensaje de amor de Dios y de fraternidad con todos los hombres. Todo
esto no era un conjunto de frases sino un modo de vivir. Todavía me lo propongo
cada mañana: tratar a Dios como Padre, portarse bien con todo el mundo,
trabajar mucho y dar a conocer a Jesucristo. Para mí, este es el contenido de
la canonización de Josemaría Escrivá.
Le
gustaba decir que había que sembrar paz y alegría. Le parecía que la única
forma de mejorar la sociedad y arreglar los problemas humanos, era procurando
entenderse, aunando esfuerzos y trabajando mucho. Y tenía un grandísimo
respeto por lo que es la familia. No creía en la violencia ni en el trapicheo.
Creía en la oración, en la comprensión y en el trabajo honrado. No le
gustaban las soluciones únicas. Y repetía que nadie tiene el derecho de
imponerlas ni en lo político, ni en lo económico, ni en lo cultural. Creía en
la fuerza creativa de la libertad, junto con la responsabilidad personal. También
por eso, decía que lo más importante en el Opus Dei es lo que hace cada uno
por su cuenta: cuando reza y procura vivir cristianamente en su familia, en su
trabajo, en sus asuntos. Además, el Opus Dei en cuanto tal promueve proyectos
como la Universidad de Navarra, con vocación de prestar un servicio claro a la
sociedad y de dar a conocer el espíritu cristiano.
Hay
quien mira el Opus Dei con cristales de otros colores. Con categorías políticas
o económicas. También hay quien, por darle más interés (o tener algo que
vender), se inventa novelas de miedo. Esto más que cristales son muros. La
realidad es mucho más interesante y sencilla. La puede descubrir todo el que
quiera mirarla con sus propios ojos. Se trata de rezar mucho, de servir y
comprender a todo el mundo, de trabajar bien y de difundir el Evangelio. Y esto
con humildad, porque nunca se hacen las cosas como habría que hacerlas y
siempre hay de qué arrepentirse. Tiene sitio todo el que le guste. Este es,
para mí, el color de la canonización.