Desde el Watergate al asunto Clinton-Lewinsky, los escándalos han adquirido una creciente importancia en la vida política moderna. El riesgo de escándalo se ha convertido en uno de los gajes del oficio de los hombres públicos, y en un arma más contundente que el debate político para desacreditar al adversario. ¿A qué se debe este protagonismo de los escándalos y cuáles son sus consecuencias? Esto es lo que se plantea John B. Thompson, profesor adjunto de Sociología en la Universidad de Cambridge, en el libro El escándalo político (1).
Ignacio Aréchaga
11/9/2002.- La relevancia de los escándalos políticos en la vida pública de
las democracias liberales modernas ¿es una simple expresión del declive
general del respeto por las normas éticas? Thompson no cree que el nivel ético
de los dirigentes políticos de hoy sea significativamente peor que el de los
políticos del pasado. Si nos fijamos en los escándalos político-financieros,
se han reducido las formas de corrupción más patentes, que a finales del siglo
XIX estaban relativamente generalizadas en los distintos escalones del gobierno
en EE.UU. Y si nos atenemos a escándalos sexuales, los affaires
extramatrimoniales de un presidente no surgieron con Bill Clinton, si bien en la
época de John F. Kennedy la prensa no se hacía eco de esos asuntos.
Dirigentes mucho más visibles
Lo que ha cambiado es, en primer lugar, la creciente visibilidad de los dirigentes políticos. Los dirigentes ya no son seres lejanos. Las relaciones entre dirigentes políticos y ciudadanos se establecen cada vez más a través de los medios de comunicación. Los dirigentes (y los que aspiran a serlo) saben que deben utilizar los medios para adquirir visibilidad política. Pero cuanto más visibles se hacen las vidas de los dirigentes, más aumenta la probabilidad de que un fallo se convierta en escándalo político. "Los individuos que se mueven en la escena pública son mucho más visibles de lo que lo fueron en otros tiempos y, en segundo lugar, su capacidad para trazar una línea divisoria entre su personalidad pública y su vida privada es mucho más limitada", escribe Thompson.
También los cambios en las conductas periodísticas –y no solo en la prensa rosa– han favorecido la eclosión de los escándalos. Para Thompson, el escándalo como acontecimiento mediático surge a finales del siglo XVIII y principios del XIX con los periódicos baratos, y prospera en el siglo XX. Durante los años sesenta y setenta del siglo XX hay un renovado auge del periodismo de investigación, de modo que la búsqueda de secretos y su revelación se asume como parte de la actividad periodística. "La configuración de las agendas políticas mediante la revelación de actividades ocultas que conmocionan y sorprenden, que golpean el nervio profundo de la comunidad y obligan a responder a los dirigentes políticos, se ha convertido en parte de la propia concepción profesional de los periodistas".
Importa menos la ideología que la credibilidad
Pero quizá el factor que más ha influido para que los escándalos asuman un papel preponderante en la vida pública es el declive gradual de la política ideológica y el auge de la "política de la confianza". Cuando la política era más ideológica y había un enfrentamiento entre partidos de clase, importaban más los programas, los debates de ideas. A medida que las ideologías pierden peso y las decisiones políticas se tecnifican, la cuestión de la credibilidad y de la veracidad de los dirigentes políticos se pone en primer plano. "Cuanto más se oriente nuestra vida política hacia cuestiones relacionadas con el carácter y la confianza, más significado concederemos a todas aquellas ocasiones en que la veracidad de los dirigentes políticos sea puesta en cuestión", asegura Thompson.
Ante la pérdida de peso ideológico de la lucha política, los partidos ya no pueden apoyarse solo en sus votantes tradicionales y han de buscar el apoyo de un creciente grupo de electores no vinculados con nadie. Y en esta lucha por el voto de los independientes, la cuestión del carácter de los adversarios y la infracción de los códigos de conducta se convierten en armas potentes de la lucha política. ¿Cómo confiar en alguien que ha mentido, aunque sea en el ámbito privado, o que se ha visto implicado en un caso de conflicto de intereses?
Tres tipos de escándalos
Thompson distingue tres tipos fundamentales de escándalo político: los escándalos sexuales, los escándalos financieros y lo que llama "escándalos de poder". A cada uno de estos tres tipos dedica un capítulo del libro, aportando ejemplos sacados sobre todo de la vida política de Gran Bretaña y Estados Unidos.
En los escándalos políticos de naturaleza sexual, aunque las acciones reveladas no sean ilegales, las normas transgredidas pueden tener la suficiente fuerza moral vinculante como para desacreditar al político. ¿Se puede dar crédito a un político que engaña a su mujer? La reacción del público puede ser distinta, según las mentalidades y los sistemas políticos. Los escándalos sexuales han tenido más peso en la vida política angloamericana, mientras que en Europa continental se ha tendido a silenciar o a no buscar responsabilidades políticas por una incorrecta vida sexual privada.
Aunque en el conjunto de la sociedad el listón ético no esté muy elevado, los escándalos sexuales pueden tener repercusiones políticas. Pueden revelar hipocresía, una conducta privada que contradice las políticas que se defienden en público. Pueden provocar conflictos de intereses, en el caso de relaciones sentimentales de los políticos que entran en conflicto con sus responsabilidades como funcionarios públicos (así ocurrió en Gran Bretaña en 1963 con el asunto Profumo, ministro de Defensa que mantenía una relación con una mujer que se entendía también con el agregado naval soviético). Y, aunque en sí mismos no vulneren ninguna ley, el desarrollo del escándalo puede derivar en otras transgresiones (desmentidos que pueden traer consigo cargos de perjurio, obstrucción a la justicia, etc., como en el caso Clinton-Lewinsky).
Interconexión ilícita entre dinero y poder
En el contexto social actual, los escándalos financieros tienen más probabilidades que los escándalos sexuales de provocar problemas legales y desembocar en una investigación penal. En sentido amplio, los escándalos financieros que aquí interesan son los que revelan una interconexión ilícita entre dinero y poder político. Una situación de este tipo era endémica en la democracia italiana, donde el estallido de una serie de escándalos en las décadas de los ochenta y noventa provocó el derrumbe del sistema de partidos imperante y de las redes clientelistas en que se basaba.
Estos conflictos no son nuevos, pero Thompson señala algunas circunstancias que contribuyen a que adquieran mayor relevancia en la vida política de EE.UU. Una de ellas es la acción de los lobbies (grupos de presión), que hacen valer sus intereses ante los legisladores: "La presencia de gran número de miembros pertenecientes a grupos de presión que disponen de importantes recursos crea muchas formas de interacción y de intercambio en las que se difuminan los límites entre el interés privado y las responsabilidades públicas". Aunque quizá es más transparente el sistema de EE.UU. –donde los miembros de los lobbies están registrados– que otros en que esa influencia se ejerce de modo oculto.
Los abusos del poder
Finalmente están los escándalos provocados por actividades que contravienen las leyes y reglas que rigen el ejercicio del poder político. El Watergate destaca como emblema de todos los escándalos políticos modernos, porque es el primer funcionario –el presidente– quien burla las reglas. Con sus desmentidos y su secretismo, Nixon se vio envuelto en una red de mentiras que cada vez le atrapaba más, hasta su dimisión.
De la desconfianza a la apatía
Los escándalos –añade Thompson– afectan también a la confianza de la gente en las instituciones. La mayoría de las formas de interacción y de cooperación social dependen de una cierta confianza, que puede ser socavada por los escándalos. Una desconfianza generalizada puede dar lugar a que los legisladores introduzcan excesivos procedimientos formales y mecanismos de control para restaurar la confianza. Y si bien esta reacción puede traer consigo más transparencia, también puede provocar mayor atasco burocrático y mayor ineficacia.
Otras veces la desconfianza profunda del ciudadano provoca apatía frente a los asuntos políticos y la participación electoral. O bien induce a los electores a valorar más el carácter de sus dirigentes que su competencia como actores políticos. Así, tras el Watergate, en las elecciones presidenciales de 1976 Jimmy Carter basó su estrategia en la promesa de traer un nuevo aire de honestidad a la Casa Blanca. Pero luego se vio que esto no bastaba.
Thompson atribuye importancia a los escándalos políticos "porque son algo que, en nuestro moderno mundo mediático, afecta a las auténticas fuentes del poder". Su estudio va más allá de los libros-reportaje sobre escándalos. Su principal –y conseguido– objetivo es ofrecer un análisis del escándalo y de sus consecuencias en la vida social y política, sin conformarse con adoptar un tono de queja moralizadora.
(1) John B. Thompson. El escándalo político. Paidós. Barcelona (2002). 392 págs. 23,44 €. T.o.: Political Scandal. Traducción: Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar.
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