San Josemaría. Por Guillermo Arias, S.J.
El próximo 6 de octubre Juan Pablo II declarará santo a Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Abundan las opiniones y comentarios encontrados. Voy con el mío: en este mundo ramplón y chabacano sobresalir para lo bueno es un delito que sólo se le perdona −y no del todo− a Juan Pablo II.
No se fabrican santos en abstracto, sino en carne y hueso. Don Josemaría nació en pleno Aragón. Además de santo, entonces, como buen baturro fue porfiado, tenaz y persistente. Para lo bueno. Además, muy trabajador y organizado. Noblemente aristocrático y muy limpio. Por todas estas virtudes se le ha criticado cruelmente.
No fue un cristiano de los de ancha es Castilla y viva la Pepa. Su pedagogía ascética es minuciosa, exigente, detallada. Eso no se lo perdonan los que intentan convencernos de que para ser santos no hay que tener director espiritual ni abrazar disciplina ascética alguna. Basta con ser muy libres de espíritu...
Lo de que fue algo aristocrático es escándalo mayor para quienes exigen que todos los santos modernos sean muy plebeyos. Pero el Señor respeta la soberana libertad que nos concedió de ser sanamente nosotros mismos. Y nunca le molestó que don Josemaría fuera tan puntilloso en usar camisas blancas de manga larga con gemelos en los puños bajo su sotana, siempre muy limpia. Tuvo una que le duró 18 años de uso continuo. Santidad, pobreza y pulcritud conjugaban en su persona.
Le enfermaba ver una estatua barata y de mal gusto, un cáliz sucio y averiado, un altar desarreglado. ''Los enamorados −decía− no se regalan trozos de hierro ni sacos de cemento, sino cosas preciosas: lo mejor que tienen. Cuando ellos cambien cambiaremos nosotros''. También por esto se le ha criticado acerbamente hoy que ya nos hemos acostumbrado a tantos templos y altares descuidados.
Lo que pretende la Iglesia con estas declaraciones y procesos no es una afirmación de excepcionalidad, sino de ejemplaridad. Ser santo no es profesión de minorías, sino la sustancia misma de la vida cristiana. Esa fue, de hecho, una de las grandes batallas e intuiciones de don Josemaría: todos estamos llamados a la santidad, y tenemos que alcanzarla mediante nuestro esfuerzo de ser fieles a la voluntad de Dios en el aquí y hoy de nuestras vidas.
Un amigo que estudió leyes en Salamanca dice que cuando en su facultad un profesor llegaba siempre a tiempo a clases, la traía muy bien preparada, corregía los exámenes con cuidado y trataba a los estudiantes con profesionalidad y respeto, pronto se rumoraba que era del Opus. No he oído una apología más fina de la Obra y de su gente.
No hay más cera que la que arde. No hay más buena gente que la que cumple con su deber. No hay más santo que el que hace con cariño y entrega lo que tiene que hacer por obligación. A monseñor Escrivá le fascinaba reconocerse y reconocer en todos a un hijo, una hija de Dios y sacaba rigurosamente las consecuencias. El deseo de obsequiar a Dios lo mejor tiene que llevarnos a servir con semejante esmero al prójimo.
Me da la impresión de que los centros de promoción social que anima la Obra quizás no sean tan numerosos, por ese afán mismo de brindar en ellos el más exigente y cualificado servicio posible.
Sé que me dejo en el tintero muchos aspectos importantes de la semblanza espiritual y humana de san Josemaría y de la Obra. Quizás sólo quería decir que para entender al Opus y a su fundador es necesario entender que Dios, Nuestro Señor no nos lleva a todos por los mismos rumbos, ni nos pide que nos pongamos el mismo uniforme.
Menos mal que, frente a la mezquindad de tantos de nosotros, no han faltado nunca en la Iglesia mujeres y hombres capaces de darle al mundo el fascinante espectáculo de su santa intransigencia ante el supremo mal, que es el pecado. De su obstinado afán por seguir e imitar a Jesús, el único de nosotros que ha sido totalmente bueno.
Los santos no fueron seres humanos impecables o impasibles. Se me antoja cerrar esta columna con la frase que Bernanos pone en labios del protagonista de su novela Diario de un cura rural: ''Yo ante la muerte no intentaré hacerme el héroe o el estoico. Si tengo miedo, diré tengo miedo. Pero se lo diré a Jesucristo...'' Me parece que de eso es de lo que se trata: vivir en continua referencia a Jesucristo para llegar a ser santos a pesar de todos y de todo.
Sacerdote del Seminario San Vicente de Paúl, en Boynton Beach (Fla, U.S.A.)
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