El camino de la oración. Gonzalo Beneytez
La oración es como un viaje que atraviesa diversas etapas que iremos repasando a continuación.
1. MEDITACIÓN
Es la escucha de Dios, de sus palabras. Partimos de la lectura atenta de las palabras de Jesús. Nos detenemos a observar el trato de Jesucristo con las personas; y aprendemos una nueva lógica de actuar, más divina.
Hemos de profundizar en los hechos y palabras de Jesús y discernir los valores que configuran su existencia, su modo de pensar, de sentir, de amar: la lógica divina. De esta manera vamos entendiendo qué es el hombre desde Dios: cómo ve Dios al hombre. Descubrimos el misterio del hombre, cada uno descubre su realidad más profunda.
Veamos un ejemplo: un día Jesús atraviesa la región de Samaría acompañado por sus discípulos. Tratan de entrar en un pueblo, pero se lo impiden por ser judíos; los samaritanos no se entienden bien con los judíos. Santiago y Juan proponen a Jesús que el Cielo consuma con fuego a esas gentes. Jesús les hace entender que no es ese el espíritu de Dios. Les infunde el espíritu de misericordia, la lógica del perdón.
Esto mismo puede hacerse con cualquier escena de la Biblia, y escuchar un mensaje de profunda sabiduría divina. Meditando esas escenas se aprende la lógica de Dios.
2. EXPERIMENTAR LA PRESENCIA DE JESUS
Por la Fe sabemos que Jesús no pertenece sólo al pasado o al futuro. Jesús pertenece a toda la historia, a todo tiempo, y por tanto también al presente. Se trata de saber que Jesús está ahora con nosotros, conmigo, a mi lado. Saber que yo vivo en el corazón de Jesús: "Yo estaré siempre con vosotros", nos ha prometido. Pero... ¿está también Jesús en mi corazón?
Es preciso experimentar el encuentro con Jesús. Se trata de sentir el amor de Cristo por uno mismo: saberse querido por Dios Padre en el Hijo bajo el Espíritu Santo. Experimentar la presencia de Jesús y la Trinidad en el mundo, en lo más profundo de mi corazón.
Dios está aquí, pero a veces no le vemos. Hay que aprender a descubrir a Dios en el rostro de cada ser humano. Hay que aprender a descubrir la presencia de Dios por medio de la Iglesia.
San Agustín nos relata su experiencia: "¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti".
En la oración no es preciso oír voces celestes, como a veces esperamos. Más bien se trata de un mirar y un saberse mirado, un amar y un saberse amado. El Beato Josemaría nos narra así su itinerario espiritual: "Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese fervor, porque las palabras resultan pobres...: y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio".
3. CONFIAR EN SER SALVADO POR JESÚS.
En ocasiones experimentamos más vivamente las propias limitaciones y brota desde nuestro interior aquella exclamación del salmista: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? Es la experiencia de la propia indigencia natural, la experiencia de la propia debilidad (las torpezas, la impotencia para afrontar tantos problemas que me asolan), la ignorancia del sentido profundo de los avatares de la historia, de los sucesos cotidianos, de la realidad humana, del mundo... Es la experiencia amarga de los pecados cometidos... los sentimientos de rencor e incomprensión hacia determinadas personas... el temor hacia el futuro incierto. Todo esto pesa sobre tu corazón.
Te sientes necesitado de un Salvador que te otorgue la fortaleza, la seguridad, la esperanza, el perdón... y esperas en Aquel que es el único que puede darte eso que te ha prometido. Y necesitas abandonarte y descansar en El, y encontrar en tu Dios la paz que el mundo no puede dar.
Te sientes renovado cuando te sabes atendido por Aquel que puede salvarte de tu nada, de tu miseria, de la muerte y destrucción a la que casi sin querer tiendes. Y por eso manifiestas en tu oración el estado de tu alma para ser curado, ser iluminado, ser fortalecido... Y brotan de tu corazón actos de dolor de amor, de contrición, de confianza, de súplica...
Es otra vez S. Agustín quien exclama: "¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable".
A la vez comprendes que Dios ha puesto a tu lado personas; y en definitiva a la Iglesia, como mediadores para que te faciliten este paso de confianza y abandono en Dios. Comprendes que esas personas que tantas veces han sabido perdonarte y ayudarte cuando has sabido confiar en ella son, de alguna manera, la personificación de Dios mismo que actúa por ellas.
4. COMPROMISO PERSONAL CON JESUCRISTO
La madurez del vivir en Cristo lleva a subordinarlo todo, a desprenderse de todo para seguir y vivir en Cristo y llevar a cabo la extensión de su Reino en la propia vida, entre las demás personas, en la Iglesia.
En la oración surgen así resoluciones de una vida nueva: propósitos de entablar relaciones nuevas -basadas en una mayor caridad- con las personas con las que convivimos. Surgen propósitos de tratarse mejor a uno mismo: de dejarse ayudar por Dios para vivir un nuevo orden interno de vida más exigente, más ordenado, más ambicioso, más cristiano, más humano. Nacen desde la humildad resoluciones firmes basadas de huir del pecado y afrontar la vida hacia la construcción del Reino de Dios, hacia la edificación de la Iglesia.
Nosotros, pues, -dirá el Papa San Clemente- también con un solo corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra común fidelidad aclamando sin cesar al Señor, a fin de tener también nuestra parte en sus grandes y maravillosas promesas. Porque él ha dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.
5. CONCRECIÓN DE MEDIOS
La oración es búsqueda de soluciones a problemas personales ajenos y propios. En la oración puedes encontrar luces para afrontar esos problemas con la luz de Dios. Pídeselo. Y con esa petición trata de elaborar propósitos concretos para llevar a cabo esas resoluciones firmes de tu alma: metas concretas a corto plazo, sencillas, asequibles.
La santidad es un don y a la vez una tarea. La oración debe servir para orientar la tarea más importante de la vida, la única tarea importante que vale la pena llevar a cabo en esta vida.
Para llevarla a cabo es preciso cada día dar un pequeño paso adelante, rectificar algún paso equivocado realizado en el pasado. Se requiere un proyecto diario de santificación. El día de hoy es un regalo del Cielo que se me otorga para poder poner algún ladrillo en la construcción de esta gran Catedral que es el Reino de Dios, la Jerusalén celeste que se empieza a edificar ya en este tiempo. Cada día hay que preguntarse en la oración: ¿en qué puedo mejorar hoy un poco: en relación con mi trato personal con Dios, con los demás, conmigo mismo?
Por poner un ejemplo, alguien puede en su oración recordar que ayer estuvo un tanto serio o distante respecto a una persona. En su oración puede concretar -y anotarlo en un cuaderno-: hoy voy a procurar ser más amable y atento con este hijo mío o con este colega de trabajo. Otro ejemplo: ayer me dejé dominar por la curiosidad ante un cartel algo obsceno que hay en la calle. Hoy procuraré rezar más cuando vaya por la calle y hacer un acto de desagravio cuando pase por delante del cartel, y cuando pase por delante de la iglesia que me pilla de camino al trabajo procuraré hacer un acto de amor a Jesús sacramentado.
Viene bien concretar en la oración el modo en que podemos tratar mejor a las personas con las que convivimos, y proyectar pequeños objetivos apostólicos. Por ejemplo, proponerme saludar próximamente a una persona para ganar en confianza, conocer sus dificultades, tratar de ayudarla y facilitarle que afronte su vida de una manera más cristiana
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
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