Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Ofrezco esta misa por mi hermano Tawadros II, patriarca de Alejandría de los coptos. Hoy es san Marcos evangelista, fundador de la Iglesia de Alejandría. Pedimos la gracia de que el Señor bendiga a nuestras dos Iglesias con la abundancia del Espíritu Santo.
El Evangelio de Marcos (16,15-20) narra este mandato del Señor a sus discípulos: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. No os quedéis en Jerusalén; salid a proclamar la Buena Noticia a todos, porque el Evangelio es proclamado siempre en camino, nunca sentados, siempre en camino: Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes. Hay que salir donde Jesús no es conocido, donde es perseguido, donde está desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio. Salir a anunciar. Y como dice el cántico del aleluya, nosotros anunciamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Precisamente ese es el Cristo que Jesús nos manda anunciar.
Y en esa salida nos va la vida, se juega la vida del predicador. No está seguro, no hay seguros de vida para los predicadores. Porque si un predicador busca un seguro de vida, no es un verdadero predicador del Evangelio: no sale, y se queda al resguardo. Así que, lo primero es ir, salir. El Evangelio, el anuncio de Jesucristo, se hace siempre en salida, siempre en camino, ya sea en camino físico, en camino espiritual o en camino de sufrimiento: pensemos en el anuncio del Evangelio que hacen tantos enfermos —¡muchos enfermos!— que ofrecen sus dolores por la Iglesia, por los cristianos. Pero siempre salen de sí mismos.
¿Y cómo es el estilo de ese anuncio? San Pedro (1P 5,5b-14), que fue precisamente el maestro de Marcos, es muy claro en la descripción de ese estilo: el Evangelio debe anunciarse con humildad, porque el Hijo de Dios se humilló, se anonadó. El estilo de Dios es ese, y no hay otro. El anuncio del Evangelio no es un carnaval, una fiesta. Eso no es el anuncio del Evangelio. El Evangelio no puede ser anunciado con el poder humano, ni puede anunciarse con el espíritu de trepar y subir: eso no es el Evangelio. Así pues, estamos llamados tener sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. ¿Y por qué es necesaria la humildad? Pues porque llevamos un anuncio de humillación, de gloria, pero a través de la humillación. Y el anuncio del Evangelio es tentado: la tentación del poder, la tentación de la soberbia, la tentación de las mundanidades, de tantas mundanidades que hay y que nos llevan a predicar o a “recitar”, porque no es prédica un Evangelio aguado, sin fuerza, un Evangelio sin Cristo crucificado y resucitado. Por eso Pedro dice: Vigilad, vigilad, vigilad… que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en el mundo entero pasan por los mismos sufrimientos. El anuncio del Evangelio, si es verdadero, sufre tentación. Si un cristiano que anuncia el Evangelio dice que nunca es tentado, significa que el diablo no se preocupa por él, porque está predicando algo que no sirve.
Por eso, en la verdadera predicación siempre hay algo de tentación y también de persecución. Y cuando suframos, será el Señor quien nos sostenga, nos dé la fuerza, porque eso es lo que Jesús prometió cuando envió a los Apóstoles: Tras un breve padecer, el mismo Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Será el Señor quien nos consuele, quien nos dé la fuerza para ir adelante, porque Él actúa con nosotros si somos fieles al anuncio del Evangelio, si salimos de nosotros mismos a predicar a Cristo crucificado, escándalo y locura, y si lo hacemos con estilo humilde, de verdadera humildad. Que el Señor nos dé la gracia, como bautizados, a todos, de tomar la senda de la evangelización con humildad, con confianza en Él mismo, anunciando el verdadero Evangelio. El Verbo vino en la carne. El Verbo de Dios vino en la carne. Y eso es una locura, un escándalo; pero hacerlo conscientes de que el Señor está junto a nosotros, actúa con nosotros y confirma nuestra labor.