Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
“Hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios”. ¿Cómo pueden conciliarse las tribulaciones y persecuciones que padece San Pablo, narradas en los Hechos de los Apóstoles de hoy (14,19-28), con la paz que Jesús da a sus discípulos en las palabras de despedida de la última cena: “La paz os dejo, mi paz os doy”, que recoge el Evangelio de San Juan (14,27-31)?
La vida de persecuciones y tribulaciones parece ser una vida sin paz, en cambio es la última de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa”. La paz de Jesús va con esa vida de persecución, de tribulación. Una paz que está muy debajo, muy profunda a todas esas cosas. Una paz que nadie puede quitar, una paz que es un don, como el mar que en el fondo es tranquilo y en la superficie tiene olas. Vivir en paz con Jesús es tener esa experiencia dentro, que permanece durante todas las pruebas, todas las dificultades, todas las tribulaciones.
Solo así se puede entender cómo vivieron la última hora tantos Santos que no perdieron la paz, hasta el punto de que los testigos decían que iban al martirio como invitados a bodas. Es el don de la paz de Jesús, la que no podemos tener por medios humanos, yendo por ejemplo al médico o tomando ansiolíticos. Es algo distinto, que viene del Espíritu Santo en nosotros y que trae consigo la fortaleza. Como la de un hombre, habituado a trabajar mucho, que visité hace unos días, que, de repente, por la aparición de una enfermedad, ha debido abandonar todo su proyecto, pero logrando permanecer siempre en paz. Eso es un cristiano. La paz nos enseña, la de Jesús, a seguir adelante en la vida. Nos enseña a soportar. Soportar: una palabra que no sabemos bien qué quiere decir, una palabra muy cristiana, es portar sobre los hombros. Soportar: cargar a hombros la vida, las dificultades, el trabajo, todo, sin perder la paz. Es más, cargar a hombros y tener el valor de seguir adelante. Eso solo se entiende cuando está el Espíritu Santo dentro que nos da la paz de Jesús. Pero si, en cambio, nos dejamos llevar por el nerviosismo y perdemos la paz, quiere decir que hay algo que no funciona.
Así pues, teniendo en el corazón el don prometido por Jesús y no el que viene del mundo o del dinero del banco, podemos afrontar las dificultades incluso más feas, iremos adelante y lo haremos con una capacidad más: la de hacer sonreír el corazón. La persona que vive esa paz nunca pierde el sentido del humor. Sane reírse de sí misma, de los demás, hasta de su propia sombra, se ríe de todo… Ese sentido del humor que es tan cercano a la gracia de Dios. La paz de Jesús en la vida ordinaria, la paz de Jesús en las tribulaciones y con ese poquito de sentido del humor que nos hace respirar bien. Que el Señor nos dé esa paz que viene del Espíritu Santo, esa paz que es propia de Él y que nos ayuda a soportar, cargar, tantas dificultades en la vida.