Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
La Primera Lectura de hoy recoge la oración de intercesión que Moisés hace a Dios por su pueblo. A causa del becerro de oro, Dios le dice: “déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos”. Moisés suplica al Señor que no lo haga y habla con Dios como un maestro al discípulo. Intenta persuadir a Dios, con mansedumbre pero también con firmeza, de que abandone el propósito de castigarlos. Recuerda al Señor —hace memoria— las promesas hechas a Abrahán, Isaac, Israel. Es como si dijese: “Pero Señor, no quedes mal, que tú has hecho todo esto”.
El Señor dice a Moisés: “Y de ti haré un gran pueblo”. Pero Moisés intercede por el pueblo: ¡o con el pueblo o nada! En la Biblia hay bastantes ejemplos de intercesión. Uno es cuando el Señor dice a Abrahán que quiere destruir Sodoma. Y Abrahán, que tenía un sobrino que vivía allí, quiere salvarlo y pide al Señor: si hubiera 30 justos…, luego 20…, luego 10. Y el Señor respondió diciendo que, por respeto a esos, no la destruiría. Al final, solo la familia de su sobrino era justa. Abrahán negocia como hace una mujer cuando va a comprar al mercado. También intercede en la Biblia por ejemplo Ana, la madre de Samuel que, en silencio, balbucea en voz baja, mueve los labios, y está ahí rezando, rezando, rezando ante el Señor, y hasta el sacerdote que la ve de cerca pensaba que estaba borracha. Ana estaba rezando para tener un hijo. ¡La angustia de una mujer que intercede ante Dios! En el Evangelio hay también una mujer valiente que no usa la persuasión, ni el regateo, ni la insistencia silenciosa. Es la Cananea que pide la curación de su hija, atormentada por un demonio. Jesús al principio le dice que ha sido enviado solo al pueblo de Israel: “no está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los cachorros”. Y ella insiste diciendo a Jesús que “hasta los cachorros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Esa mujer no se asusta y obtiene lo que quiere.
Hay muchos otros ejemplos de oración de intercesión en la Biblia, y hace falta valor para rezar así. En la oración hace falta parresía, la valentía de hablar a Dios cara a cara. A veces, cuando vemos cómo esa gente lucha con el Señor para obtener algo, se piensa que lo hacen como si echaran un pulso a Dios para lograr lo que piden. Pero lo hacen porque tienen fe en que el Señor puede darles esa gracia. Hace falta mucho valor para rezar así. Pero somos tibios tantas veces. Uno nos dice: “Reza por mí porque tengo este problema… —Sí, sí, diré dos Padrenuestros, dos Avemarías, y ya está”. No, la oración del papagayo no va. La verdadera oración es con el Señor. Y si debo interceder, debo hacerlo con valentía. La gente, en el lenguaje vulgar, usa una expresión que a mí me gusta mucho: “Echar toda la carne en el asador”. En la oración de intercesión, eso también vale: “poner toda la carne en el asador”. El valor de ir adelante. Quizá puede venir la duda: “Pues yo lo hago, pero ¿cómo sé que el Señor me escucha?”. Nosotros tenemos una seguridad: Jesús; Él es el gran intercesor.
Y Jesús, ascendido al Cielo, está delante del Padre intercediendo por nosotros, como antes de la Pasión prometió a Pedro que rezaría para que su fe no desfalleciera. La intercesión de Jesús: Jesús reza por nosotros en este momento. Y cuando rezo, con la persuasión o con el regateo o balbuceando o discutiendo con el Señor, es Él quien toma mi oración y la presenta al Padre. Y Jesús no necesita hablar ante el Padre: le muestra las llagas. El Padre ve las llagas y da la gracia. Cuando rezamos, pensemos que lo hacemos con Jesús. Cuando hagamos la oración de intercesión valiente, lo hacemos con Jesús: Jesús es nuestro valor, Jesús es nuestra seguridad, y en este momento intercede por nosotros.
Que el Señor nos dé la gracia de ir por ese camino, aprender a interceder. Y cuando alguno nos pida oraciones, no hacerlo con dos oracioncillas de nada; no, hacerlo en serio, en la presencia de Jesús, con Jesús, que intercede por todos ante el Padre.