Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Dedicamos la Misa de hoy al noble pueblo chino que celebra a la Virgen de Sheshan, María Auxiliadora.
La epístola de Santiago (5,1-6), dice: “el jornal defraudado a los obreros (…) está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor”. Y yo repito lo que dice el apóstol a los ricos, no con medias palabras, sino diciendo las cosas con fuerza: “Vuestra riqueza está corrompida”. Y Jesús no dijo menos: “¡Ay de vosotros los ricos!”, en la primera invectiva después de las Bienaventuranzas en la versión de Lucas (6,24). “¡Ay de vosotros los ricos!”. Si uno hiciese hoy una homilía así, en los periódicos del día siguiente dirían: “¡Ese cura es comunista!”. ¡La pobreza está en el centro del Evangelio! La predicación sobre la pobreza está en el centro de la predicación de Jesús: “Bienaventurados los pobres” es la primera Bienaventuranza (Mt 5,3). Y el carnet de identidad con el que se presenta Jesús al volver a su pueblo, Nazaret, en la sinagoga, es: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres” (Lc 4,18). Pero siempre, en la historia, hemos tenido la debilidad de intentar eliminar esa predicación sobre la pobreza, creyendo que es algo social, político. ¡No! Es Evangelio puro, es Evangelio puro.
¿Por qué una predicación tan dura? Porque las riquezas son una idolatría, son capaces de seducción. Jesús mismo dice que “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24): ¡o sirves a Dios o sirves a las riquezas! Da categoría de ‘señor’ a las riquezas, es decir, la riqueza te agarra y no te suelta, yendo contra el primer mandamiento: amar a Dios con todo el corazón. Además, las riquezas van también contra el segundo mandamiento, porque destruyen el trato armonioso entre los hombres, arruinan la vida, arruinan el alma. Acordaos de la parábola del rico Epulón –que solo pensaba en la buena vida, fiestas y vestidos lujosos– y del pobre Lázaro, que no tenía nada. Las riquezas nos quitan la armonía con los hermanos, el amor al prójimo, y nos vuelven egoístas. Santiago reclama el salario de los trabajadores que han cosechado en las tierras de los ricos y que no han sido pagados: alguno podrá confundir al apóstol Santiago con un sindicalista. Sin embargo, es el apóstol que habla bajo la inspiración del Espíritu Santo. Parece algo de hoy. También aquí, en Italia, para salvar los grandes capitales, se deja a la gente sin trabajo. Eso va contra el segundo mandamiento, y quien hace eso: “¡Ay de vosotros!”. No lo digo yo, sino Jesús. Ay de vosotros que abusáis de la gente, que explotáis el trabajo, que pagáis en negro, que no pagáis la aportación a las pensiones, que no dais vacaciones. ¡Ay de vosotros! Hacer ‘descuentos’, hacer trampas sobre lo que se debe pagar, sobre el salario, es pecado, es pecado. “No, padre, yo voy a Misa todos los domingos y voy a aquella asociación católica y soy muy católico y hago la novena de…”. ¿Pero no pagas? Esa injusticia es pecado mortal. No estás en gracia de Dios. No lo digo yo, lo dice Jesús, lo dice el apóstol Santiago. Por eso, las riquezas te alejan del segundo mandamiento, del amor al prójimo.
Las riquezas tienen la capacidad de hacerte esclavo. Por eso, animo a hacer un poco más de oración y un poco más de penitencia, no a los pobres sino a los ricos. No eres libre ante las riquezas. Para serlo, debes tomar distancia y rezar al Señor. Si el Señor te ha dado riquezas es para darlas a los demás, para hacer en su nombre tantas cosas buenas por los demás. Pero las riquezas tienen esa capacidad de seducirnos, y si caemos en esa seducción, somos esclavos de las riquezas.