Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
El Señor nos eligió, se mezcló con nosotros en el camino de la vida y nos dio a su Hijo –y la vida de su Hijo– por amor. En la Lectura del Deuteronomio (7,6-11), Moisés dice que Dios nos eligió para ser pueblo de su propiedad entre todos los pueblos de la tierra. Se entiende que haya que alabar a Dios porque, en el Corazón de Jesús, nos da la gracia para celebrar con alegría los grandes misterios de nuestra salvación, de su amor por nosotros, para celebrar nuestra fe. Fijémonos en dos palabras del texto: elegir y pequeñez: os eligió, (…) pues sois el pueblo más pequeño. Respecto a la primera, elegir, no hemos sido nosotros los que le elegimos a Él, sino Dios quien se hizo nuestro prisionero. Se vinculó a nuestra vida, ¡y ya no puede separarse! ¡Jugó fuerte! Y es fiel a esa actitud: el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor. Hemos sido elegidos por amor y esa es nuestra identidad. ‘Yo he elegido esta religión, he elegido…’. ¡No, tú no has elegido! Es Él quien te eligió, te llamó y se unió a ti. Esa es nuestra fe. Si no creemos esto, ni comprendemos el mensaje de Cristo, ni entendemos el Evangelio.
Para la segunda palabra, pequeñez, nos recuerda Moisés que el Señor elige al pueblo de Israel porque ser el pueblo más pequeño. Se enamoró de nuestra pequeñez y por eso nos eligió. Escoge a los pequeños, no a los grandes. Lo hemos oído en el Evangelio (Mt 11,25-30): has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Se revela a los pequeños: si quieres entender algo del misterio de Jesús, abájate: ¡hazte pequeño! ¡Reconoce que no eres nada! Pero no solo elige y se revela a los pequeños, sino que llama a los pequeños: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Vosotros que sois los más pequeños, por los sufrimientos, por el cansancio… Elige a los pequeños, se revela a los pequeños y llama a los pequeños. ¿Y a los grandes no los llama? Su Corazón está abierto, pero los grandes no logran oír su voz, porque están llenos de sí mismos. ¡Para escuchar la voz del Señor hay que hacerse pequeño!
Así se llega al misterio del Corazón de Cristo, que no es –como dice alguno– una estampita para los devotos: el Corazón traspasado de Cristo es el Corazón de la revelación, el Corazón de nuestra fe, porque se hizo pequeño, escogió ese camino: humillarse a sí mismo y anonadarse hasta la muerte en la Cruz; elige la pequeñez para que la gloria de Dios se manifieste. Del cuerpo de Cristo traspasado por la lanza del soldado manó sangre y agua: ese es el misterio de Cristo en la fiesta de hoy, un Corazón que ama, que elige, que es fiel y se une a nosotros, se revela a los pequeños, llama a los pequeños, se hace pequeño. Creamos en Dios, sí; y también en Jesús. ¿Jesús es Dios? ¡Sí! Pues el misterio es ese. Esa es la manifestación, esa es la gloria de Dios. Fidelidad al elegir, al unirse, y pequeñez: hacerse pequeño, anonadarse. El problema de la fe es el núcleo de nuestra vida: podemos ser tan, tan virtuosos, pero con ninguna o poca fe; debemos comenzar por ahí, por el misterio de Jesucristo que nos salvó con su fidelidad. La petición final es que el Señor nos conceda la gracia de celebrar, en el Corazón de Jesucristo, las grandes gestas, las grandes obras de salvación, las grandes obras de la redención.